El cubo es también una fuente de poder y guerra. El enfrentamiento entre Decepticons y Autobots salpicará las vidas del joven Sam Witwicky (Shia LaBeouf) y su pretendida Mikaela Barnes (Megan Fox) además del ejército, liderado por un valeroso coronel (Josh Duhamel).
En cierto sentido la adaptación de estos juguetes, que fueron añejo y anticuado serial animado en los ochenta y lujosa saga multiplataforma durante los noventa, tiene todo el sentido para que Michael Bay realice su película más personal, dado que es una historia de coches preciosos que se convierten en armas de destrucción masiva.
Podría ser una película erótica. El guión de Alex Kurtzman y Roberto Orci, con toques de John Rogers, esfuerza sus referencias hacia ‘Regreso al futuro’ (Back to the future, 1985), pero estamos muy lejos del ansiado tesoro de la fama Amblin dado que en esta rutinaria superproducción todo el ruido que haga referencia a estructuras narrativas coherentes está más o menos fuera de toda lógica.
Me hubiera gustado que Michael Bay hiciera algo más que ensordecer y planificar con dudoso gusto y rigor compositivo. De hecho, lo que hace es violentar los patrones de montaje adecuado. Me voy a explicar: emplea las panorámicas, los planos de grúa pero nunca permite a los espectadores juzgar la magnitud de lo que sucede, que en el fondo es una vaga actualización de conceptos del anime que ya la saga de juguetes adaptaba para el gusto occidental.
La película supuso la revelación de una estrella cuya trayectoria interrumpida es también un epítome de los tiempos en los que se periclitan los eslóganes de la prensa de Hollywood mayoritaria y no se mantiene una sana distancia respecto a los publicistas y las recaudaciones de taquilla. Ni Fox o LaBeouf son esas dos emergencias venidas de Hollywood, si dos actores en cuestión, la primera con un recorrido mayor que el segundo.
Aquí ella ejerce de objeto sexual, con la diferencia de que disfruta de los coches. Es, en pocas palabras, la fantasía bakala definitiva para que él, un chico patoso pero graciosillo, encuentre en un encanto realmente ignoto a mis ojos heterosexuales, aunque sensibles, una pareja a la altura de no sé sabe qué baile (¿el de robots?).
Desafortunadamente este aburrido mazacote de verano dura unos 152 minutos y si Bay no quiere planificar la acción con un montaje más sereno y un rigor compositivo para que los efectos “narren y nos hagan presentes” en vez de lucir (vemos tornillos golpearse, todo el tiempo, sin mayor criterio) pues lo que sucede es que cualquier espectador sensible a la grandeza de los mejores directores de superproducciones añoran a James Cameron o Steven Spielberg.
Muchos coches de lujo, muchos soldados y una sensación de que ni siquiera la estupidez se cubre de insólita belleza. Un entretenimiento de la más baja estofa. Aunque mi compañero Caviaro discrepa.
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