¿Recuerdan esas promos de canales de pago como Movistar, Vodafone o HBO? Ese tipo de publicidad de cine y series on demand en la que en un mismo anuncio tienes ejércitos pegándose, dragones sobrevolando, naves espaciales y todo tipo de ficciones entre explosiones durante más o menos un minuto. Michael Bay, quizá consciente de que era su última aventura con los robots, ha hecho su propia versión de dos horas y media de ese tipo de anuncios.
En ‘Transformers: El último caballero’ cabe todo. Si cada una de las anteriores era una apuesta por superar el nivel de ruido y escala de las tortas entre grandes pedazos de chatarra, Bay decide superar la cacofonía de edificios destruidos y el partido de frontón con robots como pelota del resto de entregas con una receta imposible: máximo posible de juguetes, lens flare y chistes idiotas en el mismo minutaje de las anteriores.
Rebujito de cine fantástico y acción
En lugar de reindicir en la mitología de los autobots y decepticons, añadiendo capas de metal y explosiones, la idea principal que guía este blockbuster es el acoplamiento de géneros y otras películas a modo de cadena de ensamblaje, “renovando” la franquicia en modo escape, es decir, mutando su adn a fuerza de exponerlo a la luz de distintas diapositivas de otras películas que se imprimen sobre un lienzo típico de Michael Bay, con todas sus manías, marcas de agua y recursos de forma.
Por tanto, el exceso como espectáculo se hibrida con la enumeración y así, comienza con la leyenda del Rey Arturo de la Edad Media, que se mueve entre la épica fantástica post Señor de los anillos y los Monty Python. Cuando se aburre de ello se imagina Transformers luchando contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Después pasa a hacer un ‘Stranger Things’ improvisado con niños y la aparición estelar de un droide primo de BB-8 de ‘Star Wars: el despertar de la fuerza’ (Star Wars: The Force Awakens, 2015).
Una vez llega al ecuador, parece que la película se aclara y se convierte en una especie de versión de ‘El código Da Vinci’ (The Da Vinci Code, 2006) en modo acción, con toques de Indiana Jones, o uno de sus sucedáneos tipo ‘La Búsqueda’ (National Treasure, 2004). Para acercarse al tercer acto a ‘Abyss’ (1989) o ‘Aliens’ (1986) de James Cameron antes de transformarse en un remake loquísimo de ‘Armaggedon’ (1999) con viñetas de kaiju y de todo lo que hace ‘Independence Day’ (1996) y el cine de Roland Emmerich más enorme de lo que cabe en una pantalla de cine.
'Transformers: El último caballero': autoparodia por saturación
Dentro de ese botillo de fiambre de ayer envuelto en papel de oro, Michael Bay vierte todo lo que le hace ser Michael Bay sin tener claro si debe hacerlo para dejar su marca de autor o es que tiene los recursos cinematográficos de su firma en modo de reproducción random. Siguen existiendo las explosiones, el ensalzamiento infantil del ejército y la clase obrera, las tomas rodadas en círculo alrededor de los personajes y la música épica para discursos importantes.
No olvidar los planos steady al trasero de la protagonista femenina, que aquí parece haber sido escrita tras seleccionar un puñado de etiquetas de vídeo porno online. Tal es el nivel de compromiso con su propia razón de ser que en algunos momentos se le escurre la autoparodia y cuestiona su propios tics, como el momento en el que Anthony Hopkins explica una historia a los protagonistas mientras su robot le toca en directo una banda sonora épica clásica de los filmes de Bay.
El resultado es que hay cierto aligeramiento en las intenciones y, tras su sobrecomplicada y perezosa primera mitad, el ritmo toma cierto brío y logra entretener por sus momentos socarrones de seriedad impostada, casi cómplice con el espectador. Su macedonia de otras películas es casi un juego para el espectador y el nivel de ritmo acompaña, con lo que como estudio y expiación final de sus obsesiones, ‘Transformers: el último caballero' no es ni mucho menos la entrega más abominable de la saga.
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