Cuando un cineasta se aventura a adaptar para la gran pantalla un material original abordado previamente en numerosas ocasiones, la única carta que puede jugar con confianza para cautivar a un público potencial sobradamente conocedor del relato es la de la innovación. Apostar por mirar atrás única y exclusivamente para distanciarse de títulos que podrían convertirse en peligrosos referentes a los que imitar inconscientemente.
La creación de William Shakespeare, y más concretamente su eterna 'La tragedia de Macbeth', es un magnífico ejemplo de cómo una obra con cuatro siglos de historia puede mantener intacto su atractivo y capacidad de fascinación tras ser moldeado y filtrado a través de los primas particulares de autores como Orson Welles, Roman Polanski, Béla Tarr o Akira Kurosawa.
Ahora, más de cien años después de que viesen la luz las primeras traslaciones del texto del Bardo de Avon al medio cinematográfico, Joel Coen firma su debut en solitario con 'La tragedia de Macbeth'; un ejercicio de estilo excepcional en el que teatro y cine convergen bajo la sobrecogedora fuerza de sus interpretaciones y el poder hipnótico de la fotografía monocromática de Bruno Delbonnel.
Gigantesca intimidad
El plano de apertura de 'La tragedia de Macbeth' define a la perfección la atmósfera y el estado emocional por los que transcurren sus precisos y ajustados 105 minutos de duración. Una densa niebla inunda la pantalla únicamente alterada por el vuelo de un cuervo durante unos instantes en los que es casi imposible discernir si la cámara apunta al cielo o si, como se revela en el último momento, dirige su mirada hacia el suelo.
Este breve pasaje, casi una declaración de intenciones, más allá de su aparente sencillez conceptual y su exquisita factura, sumerge al espectador en el peculiar universo pesadillesco, desconcertante y lúgubre en el que transcurre la película y que intoxica la mente de sus protagonistas; aproximando más que nunca la obra de Shakespeare a un género de terror que apela directamente a los clásicos del expresionismo alemán.
Bebiendo de fuentes como Murnau, Dreyer o Lang y respetando los versos publicados en 1623, Joel Coen equilibra épica y contención, contrasta la gran escala con el mimo por el detalle y acierta al hacer coexistir el espectáculo digno de la sala de cine mejor equipada que podamos imaginar con una narrativa impoluta y sorprendentemente ágil, elevada al máximo exponente por las sobrecogedoras actuaciones de Frances McDormand y, sobre todo, de un Denzel Washington descomunal.
No cabe duda de que el grueso del target al que va dirigido 'La tragedia de Macbeth' conocerá ampliamente sus entresijos argumentales, pero el largometraje logra sobreponerse a ello y hechizar al respetable, invitando a observar cada fotograma sin pestañear, casi con una morbosidad malsana, gracias a la mencionada intensidad interpretativa y, por encima de todo, a su gran arma secreta: la brillante dirección de fotografía de Bruno Delbonnel.
Gloria monocroma
Del mismo modo que Justin Kurzel hipervitaminó su 'Macbeth' de 2015 a través de la fantástica labor de su DOP Adam Arkapaw, Joel Coen ha extraído hasta la última gota del talento de Delbonnel, con quien ya trabajó en 'A propósito de Lewyn Davis' y 'La balada de Buster Scruggs', para transformar el filme en una experiencia audiovisual a la que regresar una y mil veces después de su visionado.
El francés, exprimiendo hasta la última gota de un diseño de producción de primerísimo nivel que opta por la construcción de sets y descarta el uso de localizaciones reales, ha unido lo mejor del séptimo arte y el teatro, fotografiando 'La tragedia de Macbeth' en color para, después, convertir el material a blanco y negro en postproducción; ganando margen para manipular las curvas de color y conseguir un look monocromo cautivador.
Esta técnica, sumada al gran rango dinámico de los sensores digitales, ha permitido proyectar unas escalas de grises tremendamente ricas y repletas de matices, traducidas en escenas que viran de los claroscuros más duros y contrastados heredados de la iluminación teatral, a la difusión neblinosa de los exteriores escoceses; siempre sin perder un ápice de la voluntad escénica del conjunto.
El factor cinematográfico, además de por una cadencia de montaje implacable —y por muy anacrónico que pueda sonar en pleno 2022—, llega de la mano de la relación de aspecto de 1.19:1; un ratio próximo al cuadrado perfecto —visto recientemente en 'El faro' de Robert Eggers—, que potencia los primeros planos y, junto a ellos, la emoción, al hacer ocupar la inmensa mayoría del cuadro a los rostros, eliminando cualquier distracción en los márgenes laterales.
Con 'La tragedia de Macbeth' no sólo recibimos la primera gran película del año, sino una nueva decepción en lo que respecta a los modelos de distribución y exhibición actuales. Y es que esta pequeña joya, merecedora de ser disfrutada en la sugestiva oscuridad de un patio de butacas, ha quedado relegada al consumo doméstico por la gracia y obra del streaming; reducto de un cine injustamente condenado al ostracismo en tiempos de eventos multimillonarios y universos compartidos.
'La tragedia de Macbeth' estará disponible en Apple TV+ a partir del próximo 14 de enero de 2022.
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