Parecía inevitable. Después de revolucionar el cine de animación con ‘Toy Story’, una de las películas más puramente divertidas y gozosas de los últimos tiempos, y de repetir aquél grandioso éxito con una segunda parte todavía más ingeniosa y divertida, Pixar fue dando varios rodeos, en forma de películas cada vez más emocionantes (‘Ratatouille’ en 2007, ‘Wall-E’ en 2008, ‘Up’ en 2009) hasta que por fin se ha puesto manos a la obra con la tercera parte, que muchos anticipaban, los muy incrédulos, que sería imposible que superase a las dos anteriores, y que por su condición de secuela palidecería frente a las dos últimas nombradas. Nada más lejos.
Porque ‘Toy Story 3’ no sólo representa un paso más en la escalada de maestría narrativa de los “wonder boys” de la Pixar, además difícilmente se puede encontrar un guión de aventuras más perfecto, mejor medido, con un crescendo más alucinante, en ninguna otra película del género, ya sea de animación o de imagen real, en los últimos años. Viene precedida de un sensacional éxito en Estados Unidos, y no es de extrañar. Por una vez, la recaudación en taquilla tiene menos que ver con una campaña de marketing y mucho más con un cine comercial, por supuesto, pero absolutamente magistral, pues consigue cada cosa que se propone, y sin aparente esfuerzo, con el objetivo de que durante casi dos horas olvidemos que el mundo es casi siempre el peor posible, y volvamos a soñar que la emoción de la aventura es lo único que importa.
Una vez más, todo comienza con una novedad en la existencia de los juguetes de Andy. Si en la primera parte era la aparición de un nuevo juguete de características muy diferentes a las de todos los anteriores, el inefable Buzz Lightyear; y en la segunda parte el campamento de verano de Andy desencadena una serie de increíbles aventuras; en esta ocasión (y sospechamos, sin contarle el final al lector, que será la última) el punto de partida es la marcha de Andy a la universidad, a la que en principio, aunque con reticencias, sólo quiere llevarse al vaquero Woody. Nadie puede preveer, porque el guión es una joya indescriptible que no da lugar a lo predecible ni a lo fácil. Muy al contrario.
El guionista Michael Arndt, responsable del libreto de la vivificadora ‘Little Miss Sunshine’, le entrega al director Lee Unkrich, que ya había sido co-director de ‘Buscando a Nemo’, ‘Monstruos S.A.’ y ‘Toy Story 2’ un entramado de situaciones repletas de detalles jocosos, personajes fabulosos, diálogos vibrantes y veloces, que el director y su equipo convierten en el espectáculo de entretenimiento definitivo, un apoteósico subidón de adrenalina, trufado de chistes y hallazgos inolvidables. ¿Cómo seguir asombrando, sorprendiendo, con unos personajes y un esquema que todos conocemos? ¿Cómo volver a electrizarnos con un juego que, en teoría, ya deberíamos haber superado gracias a las propuestas de animación que cada año nos llegan? Pues con ingenio y carisma arrolladores.
Básicamente, la franquicia ‘Toy Story’ explota hasta mas allá de lo impredecible el concepto de un pequeño mundo inexplorado como lo es nuestro mundo visto con ojos de criatura minúscula. Es decir, esta realidad cotidiana metamorfoseada en realidad repleta de obstáculos, trampas y posibilidades para la aventura. Para las mentes creativas de Pixar, cada mínimo detalle del entorno casual, es una herramienta narrativa, una excusa para montar una secuencia o para armar el suspense. Da lo mismo una bolsa de basura que una escalera que el ojo desmontado de un juguete. No hay límites ni complejos. Y nos entregamos felices a este maremoto de imaginación en el que el juguete roto de un bebé, se convierte en motivo de suspense y tensión, metamorfoseado en guardián terrorífico. O en el que un candoroso osito de peluche, además de color rosa (como remate final), es todo un carcelero implacable.
Abradacabrantes prestidigitadores de las emociones y de la risa, los chicos de Pixar se las saben todas para construir un relato con el que sentirnos de nuevo como unos niños, y con el que no deseamos regresar a la edad adulta. Ese es su regalo: que adultos imperfectos como somos, tenemos un viaje de ida sin retorno a la niñez, recuperamos las esencias de esa edad extraordinaria, y comprendemos que la vida entera no es más que un juego que algunos se empeñan en complicar, cuando ya es bastante complicada de por sí. ¿Acaso no es lo bastante lioso que tu madre confunda los juguetes que son para guardar en el trastero con los que debe tirar a la basura? ¿No es problema bastante grande tratar de escapar de unos niños sedientos de juguetes nuevos, como en una nueva versión de ‘La gran evasión’ (id., Sturges, 1963)?
El subversivo y entrañable (¿se pueden mezclar ambos adjetivos? Pixar ha demostrado que sí) espíritu que presidiera las dos primeras partes, permanece misteriosamente intacto en esta tercera parte, como si el tiempo, las modas, ya no significaran nada. Como si el cine corriera por caudales diferentes a la narrativa de Pixar, que hermanado de manera indisoluble con el carácter familiar de Disney, es un arma infalible para que todas nuestras defensas caigan, y nos emocionemos con esta historia de amistad inquebrantable, de lucha y de libertad, en la que una panda de juguetes se embarca en una aventura inolvidable, con un clímax brutal que ya quisiera para sí el Spielberg más inspirado. ¿Se nota que me ha gustado? Mucho más que gustar. Me ha cautivado. A mí y al resto de profesionales presentes en la sala, que aplaudían cada chiste, se morían de risa con cada gag. Pixar lo ha logrado. Que todos disfrutemos sin complejos de la misma película.
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