Jake Adelstein es un periodista que intenta abrirse paso en Tokyo en la nueva serie de HBO Max producida por Jake Adelstein basada en el libro de, bueno, Jake Adelstein. Quizá este sea el motivo de que su personaje principal sea siempre tan perspicaz, tan sonriente, tan acertado y tan querido por todo el mundo (xenofobia intrínseca aparte), hasta un punto en el que llega a ser abrumador. ‘Tokyo Vice’ es una serie de periodistas, yakuzas, policías y un mundo sórdido tremendamente higienizado que no toma los suficientes riesgos y acaba siendo mucho más formulaica de lo que debería.
He is the Mann
Ojo: ‘Tokyo Vice’ no es, bajo ningún concepto, una mala serie, pero no es la fabulosa caída a los infiernos de los bajos fondos japoneses que se intuía en sus avances, al menos en los cinco episodios que hemos podido ver. Y es que la propia serie parece tener miedo de mostrar el Tokyo de 1999 como un lugar mínimamente insalubre o peligroso. Los bares oscuros tienen una clientela amable, las familias de gente recientemente fallecida abre su puerta a la prensa sin ningún problema y hasta los yakuza te secuestran al ritmo de los Backstreet Boys.
Da la impresión de que alguien decidió coger la historia original y pasarle agua y jabón por las esquinas para mostrarla lo más limpia que se pudiera, quitando por el camino la personalidad que Michael Mann sí consigue darle en su buenísimo primer episodio, marcando unas pautas estilísticas que el resto de directores no pueden (o no quieren) seguir. El resultado es tristemente formulaico y sencillo, sin filigranas artísticas pero también sin la dureza y rigidez necesarias para mostrar ese ambiente oscuro y peligroso que intenta reflejar. Está bien no querer ir al thriller de acción y decantarse por la investigación periodística, pero si vamos a estar todo el rato metidos en despachos con tonos grises o bares oscuros, al menos los creadores podrían tirar de inventiva a la hora de narrar los encuentros.
Es más: los estupendos títulos de crédito te preparan para una serie colorida y vibrante, un rompecabezas que no existe… Y que habría sido más interesante que la que podemos ver. ‘Tokyo Vice’ mezcla una gran variedad de personajes, pero sus historias se sienten deshilvanadas, con Jake como único punto de contacto. Pese a unos primeros compases en los que se intuye que el camino no va a ser fácil para nuestro protagonista por culpa del racismo de la sociedad japonesa, poco tiempo pasa antes de que todos los secundarios se rindan a sus pies, desde un policía inquisitivo y canalla hasta un yakuza fan de las boy bands. El gran error de ‘Tokyo Vice’ es apostar todo al carisma de un personaje que es, sin duda, el menos interesante y cuya vida privada, al contrario que la del resto de personajes, supone un lastre para contar la historia.
Los problemas de ‘Tokyo Vice’
Se podría hacer una película con todo lo que ‘Tokyo Vice’ ha sufrido hasta estrenarse en HBO Max: la adaptación del libro de Jake Adelstein empezó como una película en 2013 que iba a protagonizar Daniel Radcliffe, pero el proyecto se desvaneció hasta que en 2019 se anunció como serie de televisión para el servicio de streaming. Se empezó a rodar en Tokyo en marzo de 2020, y ya sabéis lo que pasó en marzo de 2020. Mientras uno ve la serie, es inevitable que se pregunte si esta historia funcionaría mejor como película.
La respuesta es, desgraciadamente, sí. Las tramas secundarias son reiterativas y no es difícil encontrar las escenas añadidas para alargar los episodios más allá de la barrera psicológica de los 50 minutos. Aunque nos ayude a conocer mejor a todos los personajes, esta historia no necesitaba 6 horas y media para contarse bien: se cuece a fuego tan lento y a golpe de cliffhanger de final de episodio que es fácil desconectar.
Además, su intención de serie coral se estrella frontalmente contra el foco que la propia serie pone en la investigación periodística, que es la trama que claramente le interesa más (sin ser realmente m´ás interesante que los tejemanejes del club o el instinto de protección paterno de Karagiri). Pero no creáis que todo en ‘Tokyo Vice’ es negativo: sus diálogos son muy potentes y hay unas cuantas escenas que tienen la personalidad que le falta al, por momentos, endémico ritmo de los episodios.
Bienvenido a Japón
A ‘Tokyo Vice’ le falta espectacularidad, sí, pero eso no significa que no muestre de manera correcta la ciudad en pleno momento de cambio de siglo, ya sea con pequeños detalles, como los carteles en las calles, o con referencias explícitas, como la que se hace a ‘20th Century Boys’, de Naoki Urasawa. Si tenías miedo de que hubieran modernizado la época dando una visión actual, no te preocupes: el tono es muy clásico. Puede que demasiado.
Se agradece el riesgo que hace veinte años quizá no hubiesen tomado al dejar gran parte de los diálogos en japonés, a pesar de que se monten curiosos guirigays con el idioma: no es extraño ver al personaje americano hablando en japonés y siendo respondido en inglés, por ejemplo. No suena falso en ningún momento, y, en una serie que podría caer en ponérselo fácil al público americano, es digno de destacar.
Los diálogos son feroces, secos e incisivos. No al nivel del mejor Sorkin, pero sí tiene grandes intercambios y frases para la posteridad: “No hay asesinatos en Japón” o “Un hombre sin enemigos no es un hombre” son solo dos ejemplos, pero hay muchos más. Todo lo que la serie tiene de poco efectiva se subsana en gran parte con un guion inteligente en el que no deja de haber pequeños detalles de humor que aligeran gran parte del tono serio habitual y una intriga que va creciendo conforme pasan las horas. Solo hace falta dedicación y ganas de llegar ahí.
Entre el humo y la denuncia social
Dentro de su clasicismo, ‘Tokyo Vice’ toma algunos caminos narrativos inusuales, denunciando el machismo sistémico de la sociedad japonesa (lo que no impide que, salvo un personaje femenino, el resto sean chicas de compañía o prostitutas) o la xenofobia hacia los gaijin, pero son pequeñas pinceladas para adornar la historia en las que no terminan de ahondar. Hay un momento en una llamada telefónica compartida entre Jake y su jefa que se nota escrita desde veinte años en el futuro, pero es inevitable no ver con una sonrisa.
Para entendernos (y espero que así sea): ‘Tokyo Vice’ es ese tipo de serie dramática adulta en la que, literalmente, todo el mundo fuma. En cada plano aparece un cigarro y, si un personaje afirma no fumar, acabará haciéndolo poco después. Tiene una doble lectura: en parte contextualiza los años 90 y en parte es una reivindicación, una manera de decir “Sí, esto es HBO, aquí se fuma”. También es cierto que para ser una serie sobre periodistas fisgones, policías con voluntad inquebrantable y yakuzas, el máximo nivel de suciedad y bajos fondos que se permite es este.
La intriga creciente y los diálogos ácidos de la serie son estupendos, sí, pero además sus personajes secundarios son interesantes y fuertes, con una vida privada que roba el foco a Jake y sus investigaciones. Además, los intérpretes consiguen salvar con creces sus papeles, con mención especial a un Ken Watanabe que, como no podía ser de otra manera, lo da todo. Por otro lado, esta es la tristísima confirmación de que Hollywood ha hecho como que las acusaciones de acoso sexual a menores de Ansel Elgort nunca ocurrieron.
Más allá de los actores, 'Tokyo Vice' tristemente, carece de personalidad propia y de atrevimiento más allá del piloto. Ya sabes lo que va a pasar, y cómo va a ocurrir, al menos en sus primeros compases: el periodista que no encaja pero escala en el periódico que le acaba de contratar contra todo pronóstico, el policía canalla pero bonachón, el miembro de la yakuza que es más de lo que parece, la chica de compañía que es mucho más que eso. Estas cuatro vidas entrelazadas son más intrigantes sobre el papel que llevadas a la pantalla. Y es una pena.
En resumidas cuentas
‘Tokyo Vice’ queda convertida en un mar de promesas que solo cumple en parte. La intriga se cuece a fuego demasiado lento, la trama es interesante pero queda diluida y le falta el estilo y la personalidad que sí tienen sus diálogos y sus créditos iniciales. Si eres un amante de la investigación periodística más clásica o un japonófilo confeso, es muy probable que acabes enganchado a esta historia de yakuzas, periodistas, policías, corrupción y dinero en 8 episodios. De lo contrario, es posible que, pese a Michael Mann, los lugares comunes y la poca personalidad de los episodios hagan que se te vaya quedando por el camino.
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