Si viste 'Tokyo Vampire Hotel', la película de Sion Sono que se paseó por festivales la temporada pasada (sin ir más lejos, en el último festival de Sitges) y te pareció que le faltaban cosas, no te extrañes: los 388 minutos que suma la serie completa producida por Amazon se redujeron a unos generosos pero aún así escasos 142 minutos. Ahora la serie estrena la serie sin armar mucho ruido, casi de tapadillo, en los canales occidentales de Amazon Video (en Japón llevaba una temporada), y no vas a notar mucha diferencia.
Es decir, vas a notar más de cuatro horas extra de material, pero eso no va a impedir que la sensación sea la misma: caos, demencia, una narrativa apresurada y que hace pocas concesiones y, por supuesto, un volumen mucho mayor de insensateces y, sobre todo, de disgresiones. Capítulos en modo flashback, o dedicados a un solo personaje, o exclusivamente centrados en la acción o el drama. Un paraíso para alguien como Sono, devoto de dar volantazos con el tono de sus películas.
'Tokyo Vampire Hotel' parece tener un argumento, pero en realidad tiene varios que serpentean en tono a una misma localización: un hotel habitado por vampiros que encierran en él a un grupo de humanos para que se apareen y generen alimento tras un aparente apocalipsis global. Por debajo de eso tenemos una guerra entre dos clanes vampíricos: unos tradicionales, que descienden del mismísimo Dracula y otros, más modernos y capitaneados por Elisabeth Bathory, que quieren sustituirlos.
Pero aparte de eso, tenemos la historia de Manami (Ami Tomite, a la que recordamos de 'Antiporno'), una joven que cuando cumpla 22 años adquirirá características muy deseadas por todos los vampiros, y K. (una estupenda Kaho), vampira del clan de Dracula que verá cómo se ponen en juego sus lealtades. Asistiremos a cómo ha sido criada Manami durante su infancia, y cuál es el futuro del hotel una vez que el inevitable conflicto entre humanos y los dos clanes vampíricos estalle.
'Tokyo Vampire Hotel': Sion Sono desbocado
Sono alcanzó el éxito internacional en 2001 con 'Suicide Club', pero ya era un director con cierta experiencia. Desde ahí su prolífica actividad no ha bajado el ritmo, comparable a su compatriota Takashi Miike en términos de la imposibilidad de ser descrito con un par de tópicos, y también en la cantidad de películas que factura al año. De tono algo más artie, aún más experimental que Miike, su cine tiende a la extravagancia y la provocación en películas como '¿Por qué no jugamos en el infierno?', 'Tokyo Tribe' o 'Tag', entre muchas otras.
'Tokyo Vampire Hotel' nos muestra a un Sono algo más moderado, menos radical en su experimentación, pero igualmente atrevido y encargándose sin ayuda de guión y dirección de toda una serie de diez capítulos. Eso le permite que, aunque lo narrativo prime sobre lo estético (la mayor parte del tiempo, al menos), la serie se permita caprichos como un pequeño episodio-flashback sobre Manami que es casi una historia de 'Twilight Zone' costumbrista a la japonesa. O tres episodios de acción incesante y extremadamente violenta (los conocedores de Sono saben que, en sus términos, es mucho decir). O un volantazo final de un par de capítulos absolutamente impredecibles.
Tras la orgía de sangre y dislates cuasi-neocárnicos (el hotel entero está en la vagina de una vampira milenaria; no preguntes) se intuye cierto mensaje, muy difuso y en cualquier caso altamente críptico, sobre la situación política de Japón. Sono siempre inyecta en sus historias, con un discurso algo sicalíptico, mensajes acerca del oscuro futuro de su país y lo poco halagüeño que se presenta éste para la juventud. Para quien quiera verlo o sepa descifrarlo, algo de eso hay en 'Tokyo Vampire Hotel', con sus políticos ridículos y sus hijos vampiros con rastas, el hotel aislado del fin del mundo que luego igual tampoco, y el eterno tema del pasado que nos acecha y las obligaciones que nos esclavizan.
Pero por encima de eso, 'Tokyo Vampire Hotel' es una divertida, casi siempre desconcertante pero en ningún momento aburrida historia de vampiros llevada al extremo: los enfrentamientos entre clanes, el kung fu vampírico, los baños de sangre, el erotismo malsano... Todo lo hemos visto ya en otras ocasiones, pero el inconfundible sello Sono que le da sentido y unidad es, si bien no tan arriesgado como en otras películas suyas, si una buena garantía de que aquí no te vas a encontrar con otro 'Castlevania'.
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