Cada vez que una nueva entrega de una franquicia, película de superhéroes, remake o secuela tardía llega a nuestras salas de cine, somos muchos —entre los que, por norma general, me incluyo— los que ponemos el grito en el cielo señalando la presunta falta de creatividad en una industria cinematográfica demasiado acomodada y que da luz verde a largometrajes en base a estudios de mercado y no al atractivo de los proyectos.
No obstante, una breve reflexión alejada de exabruptos, invita a ver con claridad que el problema real no está en la falta de creatividad, sino en la falta de riesgo. Proyectar la mirada lejos de la maraña de los grandes estudios ayuda a descubrir infinidad de encomiables anomalías que suelen quedar sepultadas bajo las gigantescas campañas publicitarias de la competencia, o condenadas al ostracismo en el fondo del catálogo de una plataforma de streaming.
Pero, a veces, se obra el milagro y una joya tan extraña y delirante como 'Todo a la vez en todas partes' logra despuntar sin necesidad de tener una sola capa o antifaz. En este caso, sólo se ha necesitado el talento y la imaginación desbordante de dos directores como los Daniels y la valentía de un estudio como A24 para dar forma a uno de los grandes bombazos de 2022, y a la que es, sin duda, la película multiversal del año.
Creatividad, genio y corazón
Cuando se anunció 'Todo a la vez en todas partes', el único detalle que trascendió sobre su trama apuntaba a una historia sobre "una mujer que intenta pagar sus impuestos" pero, como era de esperar tratándose de el dúo compuesto por Daniel Kwan y Daniel Scheinert, este es sólo el anodino punto de partida para una muestra envidiable de libertad artística, falta de complejos, autoconsciencia y genio.
En sus poco más de dos horas, la cinta sirve en bandeja de plata un multiverso en el que todo, absolutamente todo, es posible, en una propuesta difícil de catalogar en lo que a género respecta, quedando a medio camino entre la aventura de ciencia ficción, el drama familiar y el cine de artes marciales al más puro estilo Hong-Kong. Un cóctel tremendamente efectivo, emocionante y sorprendente ante el que es casi imposible pestañear.
Al igual que en lo conceptual e inventivo, 'Todo a la vez en todas partes' resulta deslumbrante en técnica y ejecución. Esto comienza por un tratamiento visual de primerísimo nivel firmado por el DOP Larkin Seiple —los juegos con las relaciones de aspecto son magníficos—, que extrae oro del igualmente brillante diseño de producción; y se extiende hasta unas coreografías con sabor añejo y un montaje imposible que logra dar coherencia al caos. Y todo con sólo 25 millones de presupuesto que deberían sonrojar a sus homólogas multimillonarias.
No obstante, por encima de todo lo mencionado hasta el momento, si lo nuevo de los Daniels se ha convertido en un éxito inesperado pese a su condición de rareza indiscutible ha sido gracias a su verdadero núcleo: un surtido de personajes capitaneado por la Evelyn de Michelle Yeoh —espléndida, como de costumbre— concebidos con mimo y que facilitan una empatía instantánea mediante sus crisis existenciales y problemas mundanos pasados de vueltas.
El único "pero" —en el fondo, siempre hay uno— que puedo ponerle a una 'Todo a la vez en todas partes' que deberíamos guardar como un tesoro, se encuentra a su vez en su mayor virtud: sus excesos. Al igual que me ocurrió con 'Swiss Army Man', siento que sus responsables no son capaces de decir "basta", de echar el freno y de dejar respirar el drama lo suficiente entre gags demenciales y setpieces a cada cual más sorprendente. Pero esto, en última instancia, es sólo un pequeño detalle de este oasis en medio de un desierto poblado por clones y cobardía empresarial. Necesitamos más Daniels en nuestras vidas.
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