Esta tarde se estrena ‘Tímidos anónimos’ (‘Les émotifs anonymes’, 2010), de Jean-Pierre Améris. Benoît Poelvoorde e Isabelle Carré interpretan a dos personas extremadamente tímidas que, por causa de su incapacidad para los intercambios sociales, no han tenido relaciones amorosas serias o duraderas y se encuentran muy solas, a pesar de sus avanzadas edades. El destino ha tenido a bien juntarlos, así que, cuando ella pierde el trabajo y solicita un nuevo empleo como chocolatera en la fábrica de él, la conexión es inmediata. Completan el reparto Lorella Cravotta, Lise Lamétrie, Swann Arlaud, Pierre Niney, Stéphan Wojtowicz y Jacques Boudet.
Rodada en París y Lyon, esta coproducción franco-belga se ajusta a la imagen que tenemos del cine francés, principalmente acuñado por Jean-Pierre Jeunet. Esto se aprecia en su banda sonora, en los colores vivos y contrastados, en las localizaciones y en el comportamiento inocente y encantador, casi infantil, de sus protagonistas, que encandiló a medio mundo en la película ‘Amèlie’.
En una época en la que los intentos de sacar del hastío a la comedia romántica resultan en películas frías y vacías, aprecio encontrarme con una canónica propuesta del género. Aquí, los personajes no tienen dudas sobre sus sentimientos o sobre su opinión acerca del asunto amoroso. Sin embargo, se enfrentan a un conflicto que impide que estén juntos, un conflicto que viene del interior de ellos mismos, de sus personalidades, sus miedos y sus defectos. Aunque entiendo la postura de muchos espectadores, que preferirán lo primero, por mi parte, si no hay más remedio que elegir, declino dejarme engatusar por fórmulas originales –que, al final, no suelen serlo tanto–, si a cambio me llevo unas risas y algo de sentimiento. Es decir: que me quedo con lo de siempre, bien hecho, antes que con un experimento fallido por dar con algo nuevo –no critico que se ensaye, sé que es fundamental, pero preferiría esperar a que se acierte, que ir viendo los resultados de tanta prueba y error–.
Vergüenza ajena
Ambos personajes están retratados con mucho acierto y se consigue de ellos que den mucho juego en todas las situaciones. Las soberbias interpretaciones hacen que se comprenda sin problema su particular tesitura, a pesar de que se plantea en un grado bastante extremo, que pocos espectadores compartirán, pero que hará recordar a muchos, en su particular medida, instantes vividos de azoramiento semejante y consecuencias aún más catastróficas. Entre Angélique y Jean-René se aprecia la química necesaria para percibir sus sentimientos y anhelar la feliz consecución de su idilio. Un protagonista con un físico tan alejado del ideal de galán romántico y que despierte los mismos sentimientos solo puede lograrse gracias a una excelente actuación.
La etiqueta de comedia romántica le encaja tan bien que incluso esa faceta que muchas veces se olvida en las producciones de este género, y que debería aportar la mitad del interés de la película, está presente con creces. Me refiero al humor, obviamente. La vis cómica del belga Poelvoorde se pone al servicio de varios momentos en los que la vergüenza ajena es desbordante. Sin llegar a los niveles de un ‘Mr. Bean’, nos encontramos a un personaje algo cercano a ese negado para la interacción humana. A situaciones que hemos visto ya en numerosas comedias anteriores, como la necesidad de compartir habitación de hotel, se les saca una punta nueva, llevándolas a cotas de incomodidad contagiosa no alcanzadas hasta ahora.
Compuesta por una escasa cantidad de secuencias, cada una de ellas de considerable duración, la película dura apenas ochenta minutos. El desarrollo de la historia no queda precipitado ni cojo, pero el breve metraje se justifica en que, dejando aparte la cuestión de la fábrica y del misterioso chocolatero ermitaño, la película se centra únicamente en la fábula de los enamorados principales, sin dar cabida a subtramas que atañan a los personajes secundarios. No es necesario, pues el film se sostiene con lo poco que presenta, pero sí podría haber aportado mostrar los amores o desamores de la madre o de alguno de los compañeros de trabajo.
Conclusión: es necesario dejarse llevar
Es esta una película muy pequeña, tanto de duración como de intenciones y profundidad, pero todo lo que tiene de mínima lo tiene de emotiva y efectiva. Efectiva para quien sepa dejarse llevar o, más bien, permitirse entrar en la historia. Si nos sentimos por encima de las emociones tontorronas y del humor facilón, permaneceremos impasibles y aburridos ante ella. Pero no estamos ante una película para disfrutar intelectualmente, gozando cada giro, sorpresa o aportación. Es una propuesta para saborear de forma emocional. La sensualidad del chocolate completa un conjunto tan plástico y embriagador –pero no empalagoso– que, para los amantes del cine con aire mágico, no pondrá difícil dejarse arrastrar. Por algo se ha convertido en la comedia del año en Francia, donde ha recaudado ocho millones de euros tras ser vista por un millón de espectadores. Si olvidamos, por un día, el cinismo en casa y la amargura la dejamos para el chocolate, ‘Tímidos anónimos’ puede ser un bombón.
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