Recuerdo todavía el día que lo leí por primera vez. Es una historia que siempre ha estado conmigo. Me gusta su humor, su lado amargo y oscuro. Tim Burton
Si hace nueve años a la salida de la primera vez, y única hasta hoy, que vi 'Charlie y la fábrica de chocolate' ('Charlie and the chocolate factory', Tim Burton, 2004), alguien me hubiera esperado anunciándome que las nefastas sensaciones con las que dejaba la sala cambiarían por completo en un futuro no muy lejano, es más que probable que me hubiera reído de quién tal descabelladez hubiera afirmado. Tamaña fue la magnitud del horrendo espectáculo que mi yo de entonces creyó a pie juntillas haber visto que, de no haber sido por este especial, creo que nunca me hubiera vuelto a acercar a esta precisa adaptación que Tim Burton llevó a cabo de la novela de Road Dahl—que no remake de la cinta protagonizada por Gene Wilder en 1971—.
Sin tener muy claro hacia dónde dirigir sus intereses cinematográficos tras el éxito de público y crítica que acababa de cosechar con su maravillosa 'Big Fish' (id, 2003), a Burton le vino caída del cielo la propuesta que Warner le hizo llegar a través de Brad Grey y Richard D. Zanuck de adaptar uno de los libros más conocidos de la literatura infantil estadounidense que, casualidades, era un título de cabecera para el director —como se deja ver en la cita que encabeza esta entrada— a la par que, qué duda cabe, entroncaba a la perfección con el muy particular imaginario que hemos visto desarrollar al cineasta de Burbank desde que comenzara su trayectoria a finales de los ochenta.
Contando de nuevo con la colaboración de John August para la escritura del guión, el cambio más llamativo entre novela y película es el que ambos artistas llevaron a cabo acerca del personaje central, un Willy Wonka que en el libro carece de pasado y que en la cinta adquiere de mano de Burton y el guionista todo un trasfondo que justifica su extraño comportamiento a la par que, y hete aquí uno de los mayores hallazgos de la producción, se convierte en un arquetípico personaje del director de 'Batman' (id, 1989), un outsider en cuya definición Burton se aproxima de forma obvia a la de otra de sus criaturas, Eduardo Manostijeras.
Tanto es así, que no es complicado encontrar nada velados paralelismos entre el filme que nos ocupa y aquél al que en su momento me referí como el pináculo de la carrera del director. Dichos paralelismos van desde los créditos iniciales a la forma en que se visualiza esa ciudad imaginaria coronada por la gigantesca fábrica de chocolate pasando, cómo no, por la personalidad del propio Wonka y (atención spoilers) la forma en la que termina reencontrándose con su padre, un Christopher Lee que, en cierto modo es émulo de Vincent Price y, por tanto creador del excéntrico personaje interpretado de nuevo por un Johnny Depp que, eso sí, deja ver cada vez más el histrionismo que ha hecho presa de sus maneras hasta el punto de convertirlo, como ya dije en su momento, en una caricatura de sí mismo.
Con un diseño de producción espectacular que "echa el resto" en la concreción del interior de la fabulosa fábrica en la que cualquier cosa es posible y que, bajo la firme voluntad del cineasta de que se utilizaran los menores efectos digitales posibles, llego a ocupar hasta siete platós diferentes de los estudios Pinewood, 'Charlie y la fábrica de chocolate' basa la traslación de la simple efectividad del mensaje imaginado por Dahl hace cincuenta años en la acertadísima elección del reparto infantil de la cinta, encabezado por un Freddie Highmore que en no pocas ocasiones sitúa su convincente interpretación a la altura de la que podemos ver de mano de Depp.
Los otros cuatro niños, clavados a los descritos por Dahl, resultan tan adecuados como era deseable, como también lo es, por muy irritante que pueda llegar a ser, ese Deep Roy multiplicado por cien que encarna a todos y cada uno de los Oompa-Loompas, los pequeños ayudantes de Wonka que mantienen la fábrica en funcionamiento. De hecho, uno de los mayores peros que en su momento le puse a la cinta son los horteras números musicales en los que los Loompas puntualizan el justo castigo recibido por todos y cada uno de los chavales, sumándose así a la vertiente moralizante del relato.
Unos números musicales que tolerados como "males necesarios" no tienen inconveniente en referenciar a polos tan opuestos como Esther Williams, los Beatles o Kiss, sumándose al "homenaje" que sin duda alguna es uno de los momentos más desopilantes de la cinta, aquél en el que la secuencia de los simios de '2001, una odisea espacial' ('2001, a space odissey', Stanley Kubrick, 1968) es utilizada para propósitos mucho menos filosóficos que aquellos que Kubrick planteara años atrás.
Convirtiéndose en la segunda cinta más taquillera de Tim Burton hasta el momento —y la tercera a día de hoy— con 206 millones de dólares acumulados en Estados Unidos y 474 a escala mundial, me alegra enormemente haber tenido la oportunidad de haber vuelto a ver 'Charlie y la fábrica de chocolate' para comprobar que, en lo que a primeras impresiones se refiere, aquella que hace casi una década me llevé sobre este imaginativo cuento lleno de pequeñas y valiosas lecciones sobre esos valores que nunca deberían perderse, no pudo estar más errada.
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