Cuando leía el guión no sabía que iba a suceder en la página siguiente, todo me resultaba sorprendente. Y cuando lo terminé de leer me di cuenta de que la historia era mucho más sencilla de lo que me imaginaba... Tim Burton
Terminaba la semana pasada el repaso a ese punto negro en la filmografía de Tim Burton que es 'El planeta de los simios' ('Planet of the Apes', 2001) comentando que el siguiente escalón en la trayectoria del realizador de Burbank iba a suponer toda una declaración de incuestionable autoridad acerca de lo que podía llegar a alcanzar cuando lograba sentirse identificado de algún modo con el material de partida, algo que en el pasado había hecho con cualquiera de sus más personales filmes como 'Eduardo Manostijeras' ('Edward Scissorhands', 1990) y que con 'Big Fish' (id, 2004) iba a poder repetir para quitarse totalmente la espina que supuso su anterior experiencia como director.
Y lo iba a hacer con el que es, probablemente, el título más inclasificable de su carrera —sí, aún más inclasificable que 'La gran aventura de Pee Wee' ('Pee Wee's Big Adventure', 1985)—, una película que mezcla comedia, drama, aventuras, romance y fantasía pasados todos ellos por el particular caleidoscopio del cineasta para entregarnos un cuento que son muchos, una historia compuesta de pequeñas historias que nunca dejan de ser una, un filme lleno de la particular magia que Burton ha desplegado a lo largo de los años condensada en poco más de dos horas de duración que son al tiempo el más completo corolario de sus obsesiones visuales.
'Big Fish', un filme de Spielberg con Nicholson
Antes de que el cine fijara sus miras en él, 'Big Fish' había comenzado siendo la primera novela de Daniel Wallace, una colección de pequeños relatos en inconexa sucesión que, recogiendo en muchas ocasiones la tradición de las tall tales del sur de Estados Unidos, tenían como eje común al personaje de Edward Bloom, un cuentacuentos que ha pasado toda su vida rehaciendo a su antojo los acontecimientos que han ido jalonando su existencia, transformándolos de meros hechos sin importancia en auténticas aventuras en las que, cómo no, el siempre es el héroe.
Unos seis meses antes de que fuera publicada en 1998, John August, futuro guionista del filme, había tenido acceso al manuscrito de esa "novela de dimensiones míticas" que estaba a punto de ver la luz e, impulsado por casi las mismas circunstancias en las que más tarde se encontraría Burton, logró convencer a los ejecutivos de la Columbia para que se hicieran con los derechos del libro. Convirtiendo la inconexa estructura de la novela en un guión cohesivo que dotaba a la historia de un objetivo y le imprimía progresión, Wallace y los productores del filme comenzaron a considerar cuál sería el director idóneo para llevar a cabo la empresa de rodar tan extraño material, y un único nombre fue puesto sobre la mesa, el de Steven Spielberg.
Inicialmente prevista para ser co-financiada por Dreamworks, el cineasta iba en principio a hacerse cargo del rodaje una vez hubiera terminado con 'Minority Report' (id, 2002), y se empeñó en que Jack Nicholson era el actor apropiado para encarnar al Edward Bloom que terminaría interpretando Albert Finney, obligando dicha decisión a August a reescribir partes del libreto para así dotar de más protagonismo al personaje. Distraido en última instancia con 'Atrápame si puedes' ('Catch Me if You Can', 2002), Spielberg y Dreamworks terminarían abandonando 'Big Fish', momento que August aprovechó para volver a una versión del guión con la que estaba más satisfecho de forma que, cuando se la presentaron a Tim Burton, "la historia estaba en mejor forma de lo que nunca había llegado a estar".
'Big Fish', destilando la esencia de Burton
'Big Fish' es, hasta donde recuerdo de las opiniones que he ido recabando a lo largo de los años, una cinta que nunca ha admitido medias tintas: o la amas profundamente, te dejas atrapar por su arrebatadora magia y la guardas en un pequeño rincón de tu corazón como una de esas lecciones vitales que nunca se deben olvidar; o la odias con todo tu ser, rechazando de pleno lo absurdo de su narrativa y episódico de su metraje, lo irregular de su ritmo, el lastre que suponen tantos y tan mal aprovechados secundarios —y algún actor principal— y, por supuesto, la simpleza de su mensaje final.
Y por si acaso no he dejado ya diseminadas suficientes pistas acerca de en cuál de las dos posiciones sitúo mi opinión acerca de la cinta de Burton, quede ya afirmado sin atisbo de duda que abrazo con fuerza el primer grupo y considero que 'Big Fish' es, junto a 'Eduardo Manostijeras', lo mejor que nos ha dejado Tim Burton en su ecléctico devenir por el séptimo arte aunque ello no implique, ni mucho menos, que no sea capaz de aceptar las imperfecciones del filme, sobre todo aquellas que se le han achacado una y otra vez acerca de los muchos altibajos que atesora su narración.
Derivados de los saltos entre pasado y presente mediante los cuales queda estructurado el filme, es cierto que, en alguna de las ocasiones en las que la trama abandona el fascinante y colorido relato de la vida de Edward Bloom para centrarse en su objetivo primario, la historia de reconciliación entre padre e hijo, la cinta pierde en intensidad sobre todo por la carencia de una figura con la personalidad suficiente como para tirar del carro de igual manera que lo hace, de forma sobresaliente, un esplendoroso Ewan McGregor que en no pocas ocasiones recuerda en cierto modo la luz que desprendía James Stewart.
De hecho, encuentro aún más reprochable la decisión de Burton de hacer descansar el peso de la vertiente más dramática de la cinta en las incapaces manos de Billy Cudrup que echarle en cara a August la innecesariedad de estas determinantes secuencias en las que contamos con esos dos monstruos de la pantalla que son Albert Finney y Jessica Lange para compensar aquello que el hijo en la ficción de ambos es incapaz de aportar.
Tanto es así, que uno de los tres mejores momentos que tiene la cinta, y sin duda alguna el más emotivo junto a ese magnífico "Grand Finale" al que pone alma la partitura de un inspirado Danny Elfman, se lo debemos a la capacidad de los veteranos intérpretes de expresar sentimientos sin mediar palabra y a la extraña sobriedad que detenta la realización de Tim Burton cuando, mediante una meticulosa y minimalista planificación, concreta la secuencia de la bañera, una de las más bellas y cargada de significado —el director acababa de perder a su padre poco antes de comenzar el rodaje— que el cineasta ha rodado en cualquiera de sus producciones.
Junto a ellas, y completando esa terna a la que hacía referencia, hay que traer a colación el momento en que Edward Bloom ve por primera vez el bello rostro de aquella que habrá de convertirse en su esposa, una joven Sandra a la que pone etéreo rostro Alison Lohman imitando, sin caer en la caricatura, los característicos gestos de su contrapartida más adulta: congelando el tiempo —una secuencia que, como el resto del filme, echó más mano de la imaginación que de los efectos digitales— Burton consigue otro instante mágico de esos que una vez visto no se olvidan, poniendo en imágenes esa percepción imposible de explicar que el arrebato del amor provoca en el enamorado.
Lo variado del relato ideado por Wallace y adaptado por August, permite a Burton plantear una recorrido histórico por el pasado reciente de su país pero, a diferencia de como lo hiciera Robert Zemeckis en 'Forrest Gump'(id, 1994), el suyo está tan tamizado y personalizado —curioso es el juego de "autohomenajes" que el director va introduciendo a anteriores filmes suyos— que hay que ir leyendo entre líneas para ir adivinando a qué época corresponden los diferentes acontecimientos por los que transita la vida de Edward, quedando todo plenamente justificado desde el momento en que debe tenerse claro que todo lo que vemos en cuanto a lo que al personaje le sucede en el pasado, está vislumbrado a través de la óptica de cuento en la que queda impregnado todo el tono del filme.
Y como cuento, 'Big Fish' funciona a la perfección, no siendo necesario buscar más sentido a las fantasías del sr. Bloom que la pequeña enseñanza que se deriva de cualquiera de las narraciones con las que nuestros padres trataban de hacer que cayéramos en brazos de Morfeo cuando éramos unos enanos. Y si ya la frase inicial que se pone en boca del personaje de Cudrup deja claro que es lo que vamos a ver —esa que reza que "a la hora de contar la historia de la vida de mi padre es imposible separar los hechos de la ficción, el hombre del mito"—, el bellísimo discurso final en off de ese hijo que termina comprendiendo que la fantasía en esta vida es a veces tanto o más necesaria que la realidad, es una rotunda afirmación sobre aquello que acabamos de ver:
Un hombre cuenta sus historias tantas veces que se convierte en ellas. Éstas le sobreviven y, de esa manera, se convierte en inmortal.
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