Como si Carla Simón se viera fumigada con el espíritu de 'Amanece que no es poco'
Sí, sí, ya lo sé. Este fin de semana no hay hueco para nada que no sea 'Barbie', 'Oppenheimer' o, en todo caso, 'Insidious: la puerta roja'. Pero dejad que os hable de una película que, oculta tras los bombazos, aguanta estoica a que alguien decida descubrirla. Está narrada por una cabra, se ha rodado en blanco y negro y es una de las experiencias más lisérgicas, absurdas y divertidas de todo el año... aunque solo haya 19 cines exhibiéndola en todo nuestro país. La lucha de David contra Goliat dentro y fuera de una pantalla.
Yo tenía una cabra
Llevamos ya un buen puñado de años en los que el cine español ha mirado al pueblo para encontrar solución a sus problemas más espirituales buscando sus raíces. Sin embargo, 'Tierra de nuestras madres' se niega a darle un misticismo inexistente a la España vaciada y se alza en armas no solo contra el capitalismo, sino también contra un tipo de cine rural cuqui, acercándose más a 'Destello bravío' y 'Amanece que no es poco' que a 'Alcarràs'.
'Tierra de nuestras madres' coge el imaginario colectivo hispano y nuestra historia y lo convierte en una oda a la resistencia más o menos pacífica ante unos invasores que no dejan otra opción. Y lo hace de la manera más original posible, con un montaje repleto de gags que funcionan en su gran mayoría y que, dentro de sus posibilidades, sabe esquivar su bajo presupuesto con un ritmo fantástico que nunca deja de sorprender.
Y es que esta película podría ser un drama más de personas obligadas a desahuciarse en una tierra ya bastante mermada de por sí, pero decide ir más allá de forma muy autoconsciente: desde el momento en el que la cabra de Rosario es capaz de servir de narradora en off y hablar con su dueña y amiga, sabes que esto no va a tener nada de normal. Por suerte, la ópera prima de Liz Lobato se mantiene en la línea entre el surrealismo y el costumbrismo sin creerse, nunca jamás, superior intelectualmente al espectador. ¿El resultado? Una cinta que cala hondo sin renunciar jamás a la carcajada estruendosa. No es poco.
Será mañana
No hay ni uno solo de los vecinos de este pequeño pueblo que no tenga personalidad propia conseguida solo con dos trazos rápidos: la señora que vende medicamentos ilegales como única forma de seguir el negocio familiar de la sal, su hijo tonto que se caga encima durante los partidos de fútbol, la profesora que no para de creer que los franceses están bajando por las colinas, el tráfico de bocadillos en la residencia... 'Tierra de nuestras madres' es una película sobre aquellos de los que nunca se hacen películas.
La cinta de Lobato es bella, con unos encuadres que la asemejan casi al cine de Bergman, pero que al mismo huelen a ajo y tortilla de patatas. Es casi consciente de que muy poca gente se va a interesar por ella y, quizá por ello, no hace ninguna concesión al espectador más mainstream: si hay que hacer una crítica feroz al capitalismo en tono casi de cuento, se hace sin medias tintas ni moralejas. Es cine de autor en el mejor de sus sentidos: el de la película que sale de las tripas, la desesperación y la necesidad de contar una historia.
Eso no la hace perfecta, claro: más allá de un fabuloso Saturnino García travestido al estilo 'La vida de Brian', el resto de protagonistas son, como ya viene siendo habitual en el cine rural, actores y actrices sin tanta experiencia, y se nota en una pronunciación mejorable y una exageración gestual que, si bien aporta detalles al ambiente ya de por sí extraño de la cinta, termina resultando frustrante.
Cuatro viejas, dos locos, un tonto y una cabra
Como 'Los Vengadores' si transcurriera en un pueblo manchego, Iron Man fuera una señora que burla a la muerte día sí y día también, los Russo se vieran imbuídos por José Luis Cuerda (y un poquito por Berlanga) y el presupuesto fuera el de un paquete de pipas, la película sabe sortear todos los obstáculos que se le ponen en el camino y aprovechar las armas que tiene a su alcance para cumplir con éxito una de las películas más locas y personales del año, que no necesita rendirle cuentas a nadie.
Algún día, 'Tierra de nuestras madres' será descubierta en un servicio de streaming y se convertirá en cine de culto. No me cabe ninguna duda. Ha nacido para ello, y cada detalle (la campana, el pasado contado mediante diapositivas, esa narración disfuncional) solo añade más misticismo y particularidad a una película que no tiene ningún interés por seguir las normas preestablecidas, que se niega a ser calificada como "cine rural" pero que tampoco quiere acercarse a las procelosas aguas de la popularidad fácil.
El resultado es una película que merecía mejor suerte, en la que se puede notar la artesanía y la manufactura. Consciente de que jamás podrá llegar a destacar en taquilla, al menos hace las cosas a su propia manera, sin mirar a los demás, relegada a quedarse fuera de una taquilla copada por productos sin originalidad que, en el fondo, desearían tener un ápice de la personalidad que puede mostrar una Liz Lobato liberada de cualquier atadura comercial. Para lo bueno y para lo malo.
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