El ex Monthy Python Terry Gilliam ha sabido crearse una carrera con cierta fama, junto con John Cleese aunque éste en el campo de la interpretación, fuera de lo que es ese divertido grupo de cómicos. Películas como 'Los Héroes del Tiempo' y 'Brazil', y en menor medida '12 Monos' y 'El Rey Pescador', son buena muestra del buen hacer de Gilliam, películas de distinta temática pero muy reconocibles en el estilo de un director que casi siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, aunque para ello haya tenido que lidiar con una buena parte de la crítica, y también del público. Algo que ha tenido su máximo exponente con 'Tideland', la cual está recibiendo algunas de las críticas más despiadadas que se recuerdan, y la verdad es que no me extraña en absoluto.
El alucinante argumento de 'Tideland' da comienzo cuando la protagonista absoluta del relato, una niña llamada Jeliza-Rose huye con su padre, un cantante de rock acabado y heroinómano, después de que su madre muera víctima de una sobredosis de metadona. Se refugiarán en una casa perdida de la mano de Dios, en la que el padre se irá de "vacaciones" gracias a las dosis que le prepara tan detenidamente su hija, y ésta creará su propio mundo de fantasía, lleno de personajes raros y extravagantes.
Mi compañera Beatriz, en su crítica del film, hablaba de la evidente semejanza de esta película con 'El Laberinto del Fauno' de Guillermo del Toro, que también iba por los mismos derroteros. Lo cierto es que una es una demostración de cómo hacer las cosas bien, y la otra de cómo hacerlas mal. Lo curioso del asunto es que en 'Tideland' se ve la mano de Gilliam al 100%, su estilo claro y reconocible de principio a fin, pero esta vez las cosas no tiene ni el más mínimo sentido, y Gilliam ha realizado un film con la misma intención que otros autores, reputados y odiados al mismo tiempo, tienen de vez en cuando: vivir del cuento. Casi me atrevería a decir que esto se acerca más a la tontería de David Lynch titulada 'Inland Empire', con la cual se rió de medio mundo y parte del otro. Gilliam, al igual que Lynch, tiene un nombre, y sabe que con eso llega. Pero una cosa es patinar y ofrecer una película muy por debajo de las posibilidades de su director, como pueda ser 'El Secreto de los Hermanos Grimm', y otra muy distinta, hacer lo que te venga en gana, sin pies ni cabeza y pretender que te defiendan sólo porque sí.
Tal vez haya que aclarar que en el rodaje de 'El Secreto de los Hermanos Grimm' hubo que hacer un parón por el complicado rodaje que tuvo dicha película, y Gilliam ni corto ni perezoso se fue a rodar en tiempo récord 'Tideland', asi que si esta película responde a una necesidad de relajarse del señor Gilliam por todo el estress acumulado en la película protagonizada por Matt Damon, pues vale, puede entenderse. Pero a nosotros, como público, nos toca decidir qué nos ha parecido la película, y viéndola queda muy claro que a Gilliam le ha dado igual el público, pasándose por el forro todos los mandamientos, o reglas, o como queráis llamarlas.
Las cosas en 'Tideland' suceden porque sí y sin explicación alguna. El mareo que produce en el espectador no es porque Gilliam haya hecho gala de una puesta en escena confusa, no, por ahí no va el tema, sino temáticamente y argumentalmente. Para empezar, la huída del padre con su hija, después de que la madre de ésta muera, es totalmente incomprensible y nada creíble. A partir de ahí, todo el mundo que se crea en su cabeza la cría no responde a ninguna lógica, lo cual tendría su gracia si estuviera presentado de forma atractiva, pero la falta de interés y el aburrimiento son las tónicas generales de la película. Nos da absolutamente igual todo lo que vemos en la película. Nos da igual el porqué la niña se inventa todo lo que se inventa, y no parece que sea porque sus padres sean unos drogadictos de narices, porque a ella se le ve muy contenta con ellos, ni tan siquiera porque su madre no le deja coger sus chocolatinas, algo realmente absurdo. Luego, en el mundo imaginario, por llamarlo así, el desinterés es total, aunque en este caso tenemos que aguantar a algún que otro personaje de lo más insoportable. Y no voy a hablar de las asquerosas alusiones a la pedofilia o la necrofilia, por poner sólo dos ejemplos suaves. Al film no le llega con ser absurdo, aburrido y malo, además tiene que ser asqueroso.
Probablemente lo único salvable de todo este despropósito es su joven protagonista, la niña Jodelle Ferland, quien se entrega con pasión a su personaje, y a pesar de todas sus paranoias, logra no resultar cargante, incluso cuando habla con sus insoportables cabezas de muñeca. Todos los demás actores parecen payasos histriónicos logrando sacar de quicio al espectador, sobre todo un desfasadísimo Jeff Bridges, con un personaje bastante mal dibujado. También salvaría la banda sonora, obra de los hermanos Mychael y Jeff Danna.
Por lo demás una película muy mala, de lo peor de Gilliam, y que un vez más habría que incluirla en el lote de films que nos llegan con sumo retraso (es del 2005) y se ha estrenado en contadísimos lugares. A estas alturas ya estamos acostumbrados, y en este caso, mejor que mejor.