Kenneth Branagh es un director extraño. En su amorfa carrera, a este paso, va a haber espacio para casi todo. Eso sí, él no pierde la sonrisa ni el ego. De su ya larga trayectoria he de decir que me quedo mucho antes con algunos de sus papeles como actor (su estupendo Reinhard Heydrich del apasionante telefilme ‘La solución final’, su Iago del ‘Otelo’ de Oliver Parker, su Gilderoy Lockhart de la segunda parte de Harry Potter…) que con sus ínfulas de convertirse en un nuevo Orson Welles, trono al que aspira (es un decir) gracias a su cuestionable magisterio sobre todo lo que tenga que ver con Shakespeare y a su ambición desmesurada, como si esta fuera una virtud en sí misma. Lo cierto es que el hombre empezó muy bien, con su más que interesante ‘Enrique V’ (‘Henry V’, 1989), pero posteriores esfuerzos suyos han provocado la indiferencia del respetable, cuando no el desprecio de muchos. Branagh fracasó con su torpe y ególatra versión del Frankenstein de Mary Shelley, y en la pasada década llevó a cabo nada menos que tres adaptaciones de Shakespeare, ignoradas en el mejor de los casos, y un remake infame de una película legendaria.
A tan pobre bagaje une ahora Branagh esta adaptación al cine del cómic de la Marvel ‘Thor’ (creado en 1962 por Jack Kirby y Stan Lee, que alteraron a su gusto la figura del dios nórdico de idéntico nombre), cuatro años después de su última película. Una apuesta comercial tan descarada como ésta, tan obviamente destinada a un público adolescente ávido de entretenerse los fines de semana, no parece, en un principio, algo digno de un supuesto autor que lucha porque su nombre sea recordado dentro de cincuenta años. Más bien da la impresión de que Branagh se ha visto obligado a plegarse a la industria norteamericana si quiere seguir disponiendo de un margen de maniobra para poder llevar a cabo sus proyectos personales. Dicen que esta historia de reyes y herederos indignos, y tronos codiciados por jóvenes príncipes, es perfecta para este director. No estoy muy seguro de eso. Como tampoco estoy seguro de que a esto se le pueda llamar cine de aventuras, porque aventuras, lo que se dice aventuras, hay más bien poquito. Y aburrido.
Tampoco es que el cómic de la Marvel sea uno de los más destacados. En realidad, es uno de los más insustanciales. De ese cómic deducen primero Mark Protosevich y J. Michael Straczynski (un guionista de cómics algo sobrevalorado, para mi gusto) como autores de la historia, y luego Don Payne, Zack Stentz y Ashley Miller, como autores del guión, un libreto (demasiadas mentes para algo tan pobre) incapaz de emocionar ni de contar una historia mínimamente ingeniosa, extrayendo los elementos más predecibles y manidos del original. Y ese libreto lo pone en imágenes Branagh con una absoluta pobreza de ideas visuales y carencia de valores narrativos, para un conjunto que se deja ver porque no es absolutamente demencial, pero cerca anda de serlo. Si Branagh fuera ese gran director que algunos quieren ver en él, me parece que debería demostrar, aún en productos de encargo como este, personalidad, riesgo, fuerza expresiva, poética personal, una visión propia del mundo y del hombre, una capacidad de arrastre hacia el drama que intentan contarte. Pues bien, nada de eso encuentra el espectador avezado ni con lupa.
Una comedia sin gracia
A un arranque que no viene a cuento (porque propone empezar después del prólogo real, y no añade nada a la trama, ni a los personajes), le sigue una presentación de todo lo que tiene que ver con Asgard, los dioses y diferentes reinos, demasiado veloz y sin entidad, narrado por Anthony Hopkins (¿cuántas narraciones épicas lleva ya este gran actor?), que interpreta al Odín más improbable que imaginar quepa. La batalla inicial recuerda demasiado a la primera de ‘El señor de los anillos’ de Peter Jackson y está aún peor planificada y montada. Como si fuera un videojuego, con absurdos movimientos de cámara y efectos digitales de derribo, Branagh intenta inyectar épica con más voluntad que resultados. Y su Asgard es un horrendo diseño de producción que más parece un Rivendel cyberpunk que la morada de los dioses de la mitología nórdica. Sumemos a eso un vestuario digno de los ‘Caballeros del Zodiaco’ y nos hacemos una idea del despropósito. Pero las consecuencias de ese prólogo, la llegada de Thor a la Tierra, significa sumergirnos en la comedia bufa, con Thor como blanco de las burlas.
Es decir, que lo que empieza como una fantasía heróica, continúa como una comedia de enredo. Y no solamente no encuentran cohesión, ambos tonos, entre sí, es que la fantasía no se sostiene, y la comedia no tiene la menor gracia. Ni un solo chiste funciona, si chistes se les puede llamar a los golpes, chascarrillos, reacciones dignas de una película Disney, en un tramo central irrisorio (¿cinco guionistas para esto?). Además, tanto la parte de Asgard como la del planeta Tierra, que se van poniendo en paralelo con un montaje sin la correcta progresión, son dos partes que se repelen la una a la otra, hasta el punto de que parece que estamos viendo dos películas diferentes unidas de manera artificial. Todo avanza con más torpeza que otra cosa hacia el predecible clímax final (atención a la ingenua manera de Branagh de presentar al traidor…), que en teoría debió haber sido un orgasmo de acción y tensión, pero que es desganado y sin fuerza, a pesar de que uno sospecha que se han dejado unos cuantos millones de dólares en él.
Chris Hemsworth es un Thor bastante potable, al menos en aspecto. Su enorme esfuerzo por mostrar la maduración de un personaje tan antipático, desde su egoísmo e infantilismo iniciales, hasta su altruismo y nobleza finales, se ve a ráfagas. Esto, más que culpa suya, es culpa de Branagh, supuestamente un gran director de actores, que aquí naufraga en esa disciplina tan resbaladiza. La elección de Natalie Portman para interpretar a Jane Foster es una decisión comercial (una más), pues está muy mal dirigida y su química con Hemsworth es inexistente. Es decir, su relación existe porque lo dice el guión, no porque suceda en la pantalla. El resto de actores hace lo que puede con caracterizaciones tan endebles. Da pena ver a Idris Elba como un impertérrito Heimdall, o a Stellan Skarsgård en un papel tan prescindible (¡por la absurda excusa de que, al ser de origen escandinavo sabe más que el resto de mitología!...sin comentarios). El más interesante es Tom Hiddleston en el interesante papel de Loki, quizá el único carácter más o menos coherente de este disparate de trama.
Para terminar, decir que la música de Patrick Doyle está bastante bien, pero su empleo por parte de Branagh termina por desvirtuarla del todo. La impersonal fotografía (casi televisiva) del chipriota Haris Zambarloukos, casi pasa desapercibida cuando Branagh decide, sin que nadie pueda decir con qué objeto, aberrar uno de cada tres planos (es decir, torcer el eje de la cámara, inclinar la imagen). Da la impresión de que este director carece de recursos visuales para hacer interesante una película de aventuras.