'The Witcher' nació como una de las primeras grandes apuestas de Netflix para conseguir una gran franquicia televisiva. Es cierto que para entonces ya existía 'Stranger Things', pero ahí tengo clarísimo que nadie, ni siquiera sus propios creadores, esperaban que fuese a conseguir tal éxito. La serie protagonizada por Henry Cavill tuvo una muy buena acogida, pero luego casi nadie hizo caso a 'The Witcher: La pesadilla del lobo' y su segunda temporada, aún funcionando bien, fue menos vista que la primera.
El anuncio de la marcha de Cavill ha sembrado más dudas sobre su futuro y la llegada de 'The Witcher: El origen de la sangre' no ha servido para despejarlas. Y es que esta precuela en forma de miniserie es una de las decepciones del año. De hecho, cuesta encontrar cosas realmente positivas en ella, ya que es cierto que apenas son 4 episodios -por lo que al menos no hay tiempo para que se nos indigeste aún más-, pero a cambio se siente muy apresurada y además ni siquiera saca demasiado partido al hecho de que uno de sus personajes principales está interpretado por Michelle Yeoh.
Floja expansión
En 'The Witcher: El origen de la sangre' viajamos 1.200 años de las aventuras de Geralt, Ciri y Yennefer para conocer unos eventos muy relevantes dentro de este universo. Sin entrar en detalles, una tremenda traición provoca un importante cambio en la jerarquía de poder que lleva a que se encuentren los caminos de Éile (Sophia Brown), una guerrera reconvertida en música ambulante, y Fjall (Laurence O'Fuarain), un guerrero que hace algo por lo que su clan le da la espalda.
Desde el primer momento es evidente que en 'The Witcher: El origen de la sangre' no existe el más mínimo interés en dotar de profundidad dramática a la historia que nos cuenta y que la prioridad es que todo avance de forma ágil. Eso no es algo necesariamente malo, pero aquí se comete un pecado mortal, y es que jamás consigue que tengamos la más mínima empatía hacia sus protagonistas, a lo que hay que unir que la relación que surge entre ambos también está desarrollada de forma bastante pobre, por lo que no queda otra que aceptar sin más lo que va sucediendo, y no hace nada para merecerlo.
Se nota que el plan inicial era contar todo esto en 6 episodios en lugar de en 4, lo cual lleva a que 'El origen de la sangre' sea superficial en el mejor de los casos y desesperante cuando directamente nada encaja. Ahí conviene destacar lo flojos que resultan los diálogos, recurriendo a frases hechas para intentar dotar de emoción a la misión de los protagonistas, dejando así más clara la naturaleza genérica de esta miniserie de Netflix. Y es que no tiene nada de malo querer ser la marca blanca de algo a poco que te adaptes a ello -cosa que no sucede aquí-, pero es que además eso no procede en una precuela de 'The Witcher' en la que queda claro que no se ha escatimado en gastos.
Esa falta de pegamento narrativo para dar unidad y mayor entidad al conjunto hace que poco importe que aquí haya dinero para crear vistosas criaturas o llevar a cabo un hasta cierto punto cuidadoso trabajo de ambientación. Vamos, 'The Witcher: El origen de la sangre' no luce como cartón piedra en lo visual, pero, desgraciadamente, tampoco es algo a lo que realmente saque partido. Quizá esa primera sesión de entrenamiento de los dos protagonistas es donde la serie muestra algo más de personalidad en lo referente a la puesta en escena para exprimir a fondo esos medios, pero es un espejismo que no oculta lo plana que acaba resultando también en este apartado. Obviamente, luce más que el resto -como también lo hace su generoso uso de la violencia, pero escaso consuelo tenemos aquí.
Por lo demás es cierto que aporta más detalles que amplían este universo y que quizá se exploren en la tercera temporada de 'The Witcher', pero no se siente que sea algo que era imprescindible contar aquí y que perfectamente la serie madre podría haber ido integrando de otra forma. Lo primero que se debería haber buscado aquí es darle una entidad propia y no conformarse con ser un complemente que se siente muy poco imprescindible. Y es que si temporada 2 fueron uno o dos pasos adelante, aquí podemos hablar fácil de seis o siete hacia atrás.
Tampoco me olvido del reparto, donde predomina esa superficialidad que destaca antes hasta el punto de que la mayoría de personajes no dejan de ser meras carcasas para llenar con escasa fortuna lo que la historia requiere de ellos, siendo especialmente evidente más allá del trío protagonista. La que peor parada sale probablemente sea Mirren Mack, pero lo habitual en la mayoría de ellos es que se sientan como mero relleno. Por su parte, Brown y O'Fuarain cumplen con cierta dignidad, mientras que Yeoh es la que más luce, pero eso no quita que esté tremendamente desaprovechada.
En resumidas cuentas
Ya no es solamente que 'The Witcher: El origen de la sangre' se quedé lejísimos de las mejores miniseries de Netflix, es que ni siquiera se acerca al nivel de la serie madre y deja con la sensación de este universo probablemente empiece y acabe con la etapa de Cavill como Geralt de Rivia. No me olvido de su éxito en otros medios, pero ya 'La pesadilla del lobo' fue un poco sin más y la que ahora nos ocupa parece una de esas expansiones de un videojuego que no son más que un sacacuartos. Una pena.
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