'The Wicker Man', un remake que no arregla los problemas de la original

Madre mía, qué desastre de película. Estamos ante uno de los mayores follones fílmicos del año, pero no por lo que todo el mundo cree. No voy a despachar a ‘The Wicker Man’ con los clásicos argumentos de “ya están los garrulos de Hollywood haciendo remakes de los maravillosos y mágicos filmes ingleses”. Y no lo voy a hacer porque ‘The Wicker Man’ es un caso mucho más complejo que todo eso: una mala película, sí. Pero una mala película intrigante.

La clave la tenemos en los títulos de crédito: ¿Nicolas Cage y Warner Bros. se asocian con un dramaturgo-director casi de “arte y ensayo” como Neil Labute? Increíble pero cierto. No estamos hablando de coger a cualquier artesanillo del tres al cuarto para que destroce la obra de un autor europeo: Neil Labute es un prestigiosísimo autor teatral – para muchos, escribió la obra definitiva sobre el 11 de septiembre – y es poseedor, a su vez, de una interesante filmografía, diferente e incómoda, donde destacan ‘Amigos y vecinos’ o ‘En compañía de hombres’. La conclusión es evidente: quién espere que Labute haga una adaptación al uso, americanizando y la cinta y añadiendo efectismos sensacionalistas, lo lleva claro.

¿Cómo adapta, entonces, Neil Labute ‘The Wicker Man’? Aparte de cambiar el escenario – Escocia por una isla del Pacífico norte – la premisa argumental es la misma: un oficial de policía (Nicolas Cage) tiene que investigar la desaparición de una niña en el seno de una comunidad sumamente hermética a todas sus pesquisas. Y lo que es más importante: esa comundidad se sustenta en creencias paganas, con todas las revelaciones terribles que esto puede llegar a acarrear. La diferencia de enfoques entre el film del '73 de Robin Hardy y el remake de Neil Labute viene por el lado de su enfoque del paganismo. En la película original, el paganismo se considera en su totalidad: el culto a la madre naturaleza y cómo vivir de acorde a ella, con una sexualidad liberadora, frente a todas las represiones que trajo el cristianismo. No es casualidad que el protagonista de la película sea un ferviente cristiano además de… ¡virgen! La película plantea un inteligente debate entre dos concepciones de la vida sustentadas en la fe. En un primer momento, identifica al espectador con el protagonista para, progresivamente, demostrar la relatividad de cualquier creencia, dándole así más matices al turbador final de la película.

Sin embargo, para Labute, ese debate religioso es secundario, cuando no superfluo. Del paganismo celta, lo que más le interesa es su aspecto matriarcal. De esta forma, Labute dibuja una sociedad dominada por mujeres donde los hombres son sólo unos esclavos mudos: unas sombras que se arrastran por los caminos mientras mujeres con traje de apicultoras – el rostro turbadoramente cubierto – los conducen al trabajo. No es gratuito que esa comunidad viva de la miel que produce. La metáfora de la colmena es la plasmación definitiva de la sociedad matriarcal: incluso, en algunos momentos de la película, se grita “muerte al zángano”. Consecuentemente, la virginidad del personaje de la versión de 1973 – insostenible hoy en día -- es sustituida aquí por una alergia de Nicolas Cage a las abejas, a las cuales mata siempre que se le acercan.

Neil Labute logra, de esa manera, llevar la película a su terreno: a una guerra de los sexos absolutamente destructiva y nihilista. No se podía esperar otra cosa del autor de uno de los finales más crueles del cine reciente en ‘Por amor al arte’ ('The Shape of Things', 2003). Ahora bien ¿Se sale Labute con la suya? Existen críticos a los que les gusta hablar de “Autores permeables a los encargos”. Pero lo cierto es que Neil Labute se ha columpiado y de qué manera. Si el aspecto de política sexual del film tiene momentos acertados, especialmente los planos cenitales que muestran los caminos de la isla como las celdas de una colmena, los demás aspectos del paganismo con los que tiene que lidiar le superan. Efectivamente, al vaciar la película del elemento de duelo entre religiones, mil cosas pierden su sentido: la iglesia en ruinas, los rituales… Y lo que es peor, el famoso final, lleno de sentido en la película original, se convierte aquí en una patochada que ridiculiza en exceso a uno de los bandos: no se consigue comprender la motivación de los habitantes de la isla para que cometan algo tan terrible. Y menos aún contener la risa al ver a Nicolas Cage correr por el bosque disfrazado de oso.

Únase a todo esto el tener a unos actores patéticos en su mayoría y la receta para el desastre está servida. Si bien viene siendo normal que el sobreactuado Nicolas la Cague, hay que decir que Ellen Burstyn tiene casi maneras de drag queen, que casi todas las habitantes de la isla no sobrepasan la caricatura y que, sobre todo, Kate Beahan tiene el labio peor operado de la historia, incluyendo teleseries españolas. Su actuación es tan plana como artficial, inexpresivo y asqueroso su rostro. Cómo un buen director teatral como Labute logra tal desastre actoral es, desde luego, sorprendente.

Otra herencia del film original es que hay que lograr que el remake sea “terrorífico”. Ya que el planteamiento de guerra de sexos da poco juego para crear terror, la película recurre a un prólogo sobrenatural en el que Nicolas Cage es testigo de un accidente de coche. En éste ve cómo desaparece una niña rubia de la que luego descubrirá, por carta, que es su hija. Por supuesto, este accidente traumatizará a Nicolas Cage hasta el punto de hacerle tener varios presuntamente turbadores flashbacks cuando la película necesite despertar al espectador. Y cómo no va a fatigarse el espectador: las secuencias de investigación son eternos diálogos que no conducen a la escena siguiente. Pero las escenas oníricas, con muchos efectos de sonido, tampoco funcionan: a la décima vez que una ve cómo se resuelven con un Nicolas Cage que se despierta sobresaltado diciendo “me cago en la leche”, pues dan más ganas de reír que otra cosa. También convence poco el epílogo a lo ‘Viernes 13’ de la película, pero es casi inevitable, dado el tipo de adaptación que se ha hecho. Por supuesto, el talento visual de Labute es más bien escaso. Lo suyo son los actores: las atmósferas oníricas le vienen muy, pero que muy grandes.

En resumidas cuentas, el ‘Wicker Man’ antiguo era una película diferente, de culto, con una serie de defectos: principalmente su falta de ritmo – más acentuada aún en su desafortunado “director’s cut” -- y el no lograr una atmósfera lo suficientemente terrorífica en su final. Este remake, en vez de intentar corregir los errores del pasado para así convertir una gran película fallida en una obra maestra, ha optado por hacer algo distinto con un cierto grado de “soberbia de autor”. El resultado: los errores del pasado siguen ahí y se ha añadido alguno nuevo. ¿Un fracaso? Sí, pero un fracaso diferente. Puede que hasta interesante. En cualquier caso, no es un remake al que despachar tan deprisa como otros.

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