'The Walking Dead' está, por fin, terminada. Al menos este pedacito del universo zombi de Robert Kirkman, porque aún queda otra temporada de 'Fear the Walking Dead', más toda esa plétora de proyectos siempre planeados, pero con unos cuantas interrogantes sobre su futuro, desde las películas protagonizadas por Andrew Lincoln, ahora reconvertidas en una miniserie junto a Michonne (Danai Gurira), a la serie de Negan (Jeffrey Dean Morgan) y Maggie (Lauren Cohan) o lo que sea que preparen para Daryl (Norman Reedus).
Y me preguntas, claro, a qué viene tanta mención a estos proyectos, si esto es una crítica a esta última parte de la onceava temporada del éxito de la AMC. La respuesta es que, con el episodio 24, tenemos varios finales… y varios frentes abiertos. Sabemos que es el final de la serie porque lo dice la publicidad, lo decimos nosotros y nos lo confirma IMDb, pero el episodio se esfuerza más en preparar el futuro que en ponerle la guinda al pastel.
Aviso de destripes en su doble vertiente: a caminantes que se interpongan en nuestro camino y a detalles argumentales de los últimos episodios.
Una civilización demasiado civilizada
Desde la presentación de la Mancomunidad, y salvo que uno leyera los cómics, se sabía que eso acabaría mal. De entrada, tanto Pamela (Laila Robins) como, sobre todo, Lance (Josh Hamilton) se mostraron demasiado sonrientes en cuanto limaron asperezas con nuestros supervivientes favoritos y eso, lo sabemos, siempre es mala señal. En el mundo de los muertos, la sonrisa está para usarla de forma honesta: sacarla para nada es de falsos.
Poco tardamos en descubrir que, tras su fachada de mundo real e impostado, como si los habitantes de ‘El bosque’ de Shyamalan se dedicaran a recrear nuestra civilización en vez de un pueblo del siglo XIX, se encuentran los mismos problemas que tenemos, como puedan ser el abuso de poder o la corrupción. Con la excepción de que en nuestro mundo, si te hartas de una ciudad puedes ir a otra sin temer que puedas hacer la conga con los zombis.
Ver evolucionar el conflicto ha sido interesante, con ese juego de poderes entre la líder de la Mancomunidad y Lance, un tipo demasiado ambicioso para su propio bien, pero sabe insuficiente porque la resolución ha sido tibia. Da la impresión de que, una vez cumplido el objetivo de separar a los protagonistas, enfrentarles a la Mancomunidad y provocar disturbios (que no es poco, ojo), no sabían muy bien qué hacer con Lance, a quien ventilan de forma anticlimática. ‘The Walking Dead’ tenía otros muchos temas sobre los que arrastrar los piés y necesitaba finiquitar esta línea para centrarse en el final.
La Mancomunidad, ¡qué barbaridad!
En la propia Mancomunidad, ya se había dejado caer en los anteriores capítulos que bajo su apariencia idílica se escondía un sistema injusto, y que a Pamela le cegaban el estatus y su amor por su hijo, Sebastian (Teo Rapp-Olson). Básicamente, la Mancomunidad no es tanto una civilización como una recreación, un vestigio encerrado en ámbar, de ahí que no parezca haber movilidad social y que la gente mantenga su trabajo o clase aunque ahora, sí que sí, todo ello sea más un pacto colectivo que un verdadero sistema. ¡Si hasta tienen dinero!
Por eso, la confesión de Sebastián de que desprecia a sus súbditos y les considera débiles (algo, por cierto, que solo podría decir todo un Hijo del Nepotismo como él) levanta los disturbios y precipita su muerte… lo que lleva, por un lado, a que Pamela culpe a Eugene (Josh McDermitt) de la muerte de su hijo y se monte todo un juicio contra él.
El juicio también resalta que, en su afán por diversificar tramas gracias a ese remedo de civilización, ‘The Walking Dead’ buscó a la desesperada nuevos aires y aterrizó en uno de los subgéneros televisivos por antonomasia, el drama procesal. Les ha faltado un capítulo de bucle temporal o de “todo fue un sueño” para rascar el fondo del barril.
¡Como si les faltara material! Quizá, lo que faltó fue confianza en que una trama menos enfocada a la acción y más a la intriga pudiera gustar a los fans, como si ‘La casa del dragón’, por poner un ejemplo reciente, no haya demostrado lo tensos que pueden ser 40 minutos de gente hablando. Podrían haber tirado mejor del embrollo periodístico, haber subrayado más los conflictos territoriales o, sí, haber dejado a Lance vivo hasta el final.
Al menos, el plan de Pamela de usar el comodín de los zombis para forzar un estado de sitio sirve de clímax, con esa clase alta atrincherada en sus casoplones y abandonando al vulgo a su suerte. No seré yo quien se queje del subrayado machacón que supone acabar el desigual gobierno de Pamela con una voladura controlada del barrio rico para frenar a los caminantes, pero todo el asunto se ha mostrado precipitado y falto de cariño narrativo.
Tener 24 episodios por delante y concentrar en dos, y no muy bien narrados, esta pésima estrategia para purgar a las clases medias de la Mancomunidad demuestra que ‘The Walking Dead’ quería terminar de una vez, o peor aún, que mantienen esa impericia para alargar las tramas inanes y quemar rápido las que valen.
Negando el perdón
Si dejamos a un lado la dichosa Mancomunidad, el verdadero jugo que queríamos sacarle a esta temporada ha sido todo lo relacionado con Maggie y su reencuentro con Negan. Y desde luego, no empezaron bien, con ella desconfiando y él con cierto poso chulo.
Poco a poco, las circunstancias les han hecho coincidir y Maggie pudo ver que Negan había cambiado y podía reinsertarse en la sociedad, algo por lo que Rick Grimes (Andrew Lincoln) siempre luchó. Negan tiene una esposa, Annie (Medina Senghore) y un bebé, y solo piensa dejarlos si es para compensar a la gente de Grimesworld (nombre con el que, por economía gramatical, denomino a las comunidades de Alexandria, Hilltop y Oceanside).
Así, Negan protagoniza algunos momentos estelares en esta parte final de la temporada: una conversación con Ezekiel (Khary Payton) en la que confiesa que no olvida sus crímenes y se merece estar encerrado y, sobre todo, un durísimo intercambio con Maggie en el que vuelve a pedir perdón… y Maggie le confiesa que nunca le perdonará, aunque al menos le dejará en paz.
Los vivos y los muertos
Tanto el arco de Negan, de expiación, reforma y redención, como la interpretación magnífica de Jeffrey Dean Morgan bastaría para compensar un poco a favor el desastre de esta temporada. Es este drama, de muertos y supervivientes, de malos y no tan buenos, de gente que quiere cambiar y de gente dispuesta a matar para no hacerlo, el que eleva el conjunto.
Por eso, la mejor escena del episodio, de esta temporada y una de las mejores de toda la serie no está protagonizada por zombis, pero sí está causada por ellos: la muerte de Rosita (Christian Serratos) a causa de una mordedura en la espalda. El mordisco, no muy grande, y su inevitabilidad llevan a una despedida con comilona y música emotiva, algo que muy pocos en esta serie han podido tener y donde a Serratos, junto a los actores que interpretan a Gabriel (Seth Gilliam) y Eugene se les pone cara de Globo de Oro.
Se queda cerca el tormento de Luke (Dan Fogler), que ve a su novia Jules (Alex Sgambati) devorada por los zombis, sufre una mordedura en el pie y es sometido a una amputación que sale mal por falta de personal médico. En un final de temporada y de serie tan escasa en muertes significativas, el deceso de ambos coge por sorpresa y nos recuerda a esa tensión, ya olvidada, cuando creíamos de verdad que cualquiera podía morir en la serie.
En el lado contrario, sabemos que Norman Reedus es capaz de mucho con muy poco, pero tenerle dando tumbos de un lado a otro, siempre como el comodín de la acción, nos han hurtado de más momentos de calado emocional, como el que comparte con Carol (Melissa McBride) justo al final del episodio.
Eso, por no hablar de actores que, por culpa de un elenco monstruoso (me da miedo contar la cantidad de actores que llevo enumerados), se les da por amortizados, como Ross Marquand o la arrolladora Princesa de Paola Lázaro, mientras otras como Eleanor Matsuura o Margot Bingham atesoran lo poco con lo que se les permite trabajar.
El lío y la desgana se extiende también a la dirección, demasiado rutinaria. Quién nos iba a decir que Greg Nicotero, que en pasadas temporadas sacaba escenas apabullantes e imaginativas, pudiera hacer una chapuza con el enjambre final, el que amenaza a la Mancomunidad, que no parece nunca tan amenazante como aquellos que atacaron en el arco de los Susurradores, por decir unos.
Hablando, por cierto, de los propios zombis, es un pecado que se empiece a apuntar que algunos son mucho más listos y pueden trepar o usar herramientas (algo que nos retrotrae al mismísimo padre del subgénero, George A. Romero). Es como si justo ahora decidieran tirar ideas contra la pared, a ver cuáles se pegan.
El arte de irse… en algún momento
El último episodio de toda la serie tuvo una tarea ingrata que sólo resolvió a medias. Por una parte, debía cerrar todas las tramas posibles de forma satisfactoria y, a la vez, dar pie a las futuras series y contenidos que continuarán las andanzas de algunos personajes.
Se trata de algo delicado y, siento decir, no es que lo hayan conseguido: se acaba un ciclo, pero no hay un cierre potente ni capaz de resonar. En general, esta temporada 11 ha conseguido acabar con mis ganas de más: si repasáis anteriores artículos que he hecho sobre la serie, veréis que siempre me he mantenido paciente, optimista y hasta dispuesto a pasar por alto muchas cosas, pero tener el final a la vista ha exacerbado los defectos de una narración que hacía mucho que había perdido el norte.
Al final, Negan y Maggie volverán y, lo rueden o no, a algún guionista perezoso se le ocurrirá liarles. Daryl seguirá vagando por el mundo y volverá con Carol para más amor platónico. Hasta que crezca del todo, seguirán pensando que una niña de doce años con sombrero vaquero y disparando zombis mola por sí mismo. Y, como apuntan los últimos cinco minutos, Grimes y Michonne se reencontrarán y matarán extras con prostéticos con el mismo gusto estético y repetición que una película porno exhibe una penetración. Y quién sabe, quizá me lo vea todo.
En la quinta temporada de 'Los Simpson' (otra serie muerta en vida), en el capítulo titulado 'Rosebud', Homer le dice a Marge “Estoy confundido, ¿esto es un final alegre o uno triste?” y ella contesta “Es un final, es suficiente”. Creo que eso lo resume todo.
Ahora sí, descansa en paz, 'The Walking Dead'.
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