En la pasada edición de los Oscars, Richard Jenkins estuvo nominado a mejor actor principal por su interpretación en ‘The Visitor’. El actor, que empezó a actuar en los años 70 en la televisión, pasándose al cine en los 80. Siempre en papeles de secundario, lograba llamar la atención por lo veraces que lograba hacer a la mayoría de sus personajes. A principios de esta década alcanzó cierta notoriedad por dar vida (más bien muerte) al patriarca de la familia Fischer en la magistral ‘A dos metros bajo tierra’, uno de los mejores personajes de su carrera.
Pero Jenkins, con uno de esos rostros tan amables como inquietantes (lo mismo te borda a un buenazo que a un malvado), necesitaba de una película para él solo, uno de esos trabajos en los que poder demostrar su enorme valía como interprete con un personaje principal. Tom McCarthy le ha dado esa oportunidad con ‘The Visitor’, un pequeño gran film que hace un par de semanas llegó a nuestras pantallas, no sin el consabido retraso en este tipo de producciones.
No leer si no se ha visto la película.
‘The Visitor’ narra la sencilla historia de Walter Vale, un profesor de universidad, viudo, desencantado y aburrido de la vida, que de vuelta a Nueva York para presentar un trabajo coescrito, se encuentra con una joven pareja de inmigrantes viviendo en su apartamento. A pesar de que ellos se marchan, él toma la aventurada decisión de dejarles vivir allí mientras no encuentran otro sitio. Poco a poco irán conociéndose, y gracias sobre todo al amor por la música, se establecerán unos fuertes lazos que harán que Walter empiece a tomarse la vida de otra manera, quizá de forma mucho más directa y sincera, por primera vez en su vida.
Tom McCarthy, visto como secundario en diversos films (‘Banderas de nuestros padres’, o recientemente en ‘Duplicity’), además de alguna serie de televisión (‘The Wire’, ¿os he dicho alguna vez lo mucho que me gusta esta serie?), realiza su segunda película como director, después de haber obtenido cierto prestigio con ‘The Stationt Agent’, aceptable, aunque efímero, film, que en el 2004 ganó varios premios, entre ellos el BAFTA al mejor guión. Era un film pequeño, sencillo, de esos que para distribuirlos en salas de cine, se necesitan milagros tanto de Dios como del Diablo (yo la vi en DVD), algo parecido a lo que ha ocurrido con ‘The Visitor’.
Jenkins y McCarthy conforman un matrimonio perfecto, un director que pone en bandeja a un actor una de las interpretaciones de su vida; y un actor que se pone al servicio de un director con ganas de contar una historia llena de fuerza, sobre todo por la humildad con la que McCarthy la cuenta. Y es precisamente esto una de las grandes bazas de esta película. McCarthy huye de toda exposición, no cargando ni lo más mínimo las tintas en una historia de ramificaciones morales, yendo más allá de la simple denuncia. Y lo logra cambiando progresivamente el tono del film, empezando por la descripción de un hombre solitario, sin ninguna alegría en la vida, para, poco a poco, ir tornando hacia los lazos inquebrantables que unen a las personas, y a lo necia e injusta que es la Ley a veces.
La cámara del director se acerca a sus personajes, perdidos en la burocracia de un país que parece no entenderse a sí mismo, cuando es capaz de las mayores barbaries conocidas. Tarek, el joven inmigrante que se encuentra en el piso de Walter, se gana su corazón siendo honesto y sincero, valores que hoy día se pierden en microsegundos, si alguna vez se poseyeron. Su rostro representa a todos aquellos que, perteneciendo a un país, han tenido que renunciar a éste buscando el futuro en la tierra de las oportunidades (los gloriosos Estados Unidos de América), sin necesidad de ser señalado por todos como un delincuente. Pero la Ley es la Ley, y a todos mete en el mismo saco. Tarek no aparece en el último tercio del film, y le echamos de menos, mientras sufrimos la impotencia de Walter, que grita a un funcionario lo buena persona que era Tarek. McCarthy elige entonces filmar una de las mejores secuencias que servidor ha visto en los últimos años en una sala de cine. La tan conocida bandera de los Estados Unidos filmada con una cámara que desenfoca su imagen, aguando un símbolo que en el fondo no vale ni como mantel.
‘The Visitor’ es un canto al amor, a la amistad, y sobre todo a la música. Tal vez, en estos tiempos de incomunicación general, en los que nadie escucha ni atiende, e incluso no se expresan bien las ideas, lo único que puede unirnos es la música en su más básico sentido. Es por ello que Tarek toca el djembé y no otro instrumento. El ritmo africano es cuerpo, es tierra, es el origen, ése que no debemos olvidar. Entendiendo lo que somos, podemos llegar a conocernos, a intercambiar nuestros ritmos, en cualquier parte del mundo, aunque no nos dejen. Por eso Walter golpea con rabia su djembé en el andén del metro, donde miles y miles de personas deambulan cruzándose camino de cualquier lugar. Golpea para hacerse oír, grita con su corazón latiendo por primera vez desde hace mucho tiempo. Golpes y latidos de un hombre enojado, que echa de menos a su amigo, quizá al primero que ha tenido nunca, y al que no volverá a ver jamás.