Aseveraría que el estreno en España —mañana, 10 de septiembre— de ‘The Runaways’ está motivado exclusivamente por la presencia de Dakota Fanning y de Kristen Stewart en su cartel. Fuera de eso, el film, escrito y dirigido por Floria Sigismondi, carece de reclamos pues, para empezar, me temo que escasearán, no ya los fans del grupo en nuestro país, sino simplemente las personas que conociesen su existencia. Para continuar, si bien una historia de rebeldía adolescente con algo de sexo, drogas y rock&roll podría tener tirón independientemente de lo célebres que sean los personajes reflejados, ‘The Runaways’ no engancha, es confusa en cuanto a sus propósitos y se pierde en un marasmo de escenas apáticas y poco pertinentes.
Personajes vacíos
El guión se basa en el libro autobiográfico de Cherie Currie, centrándose así en la época en la que la cantante estuvo en el grupo y dando prioridad a los sucesos que a ella le atañían. Dakota Fanning, que siempre ha interpretado a niñas con una madurez de adulta, en este caso encarna a una mujercita que tiene una actitud muy infantil. De la interpretación de la joven actriz no se puede decir nada negativo. Sin embargo, encontramos muchos problemas en el personaje: sería arduo determinar si es una tipa dura o una ñoña, pero no porque su retrato entrañe contradicciones, sino porque sufre una pobre definición.
La adolescente se comporta por inercia y dejándose llevar ante todas las situaciones. Esto puede ser un reflejo de su comportamiento real, pero ayudaría conocer, al menos, lo que Cherie deseaba o rechazaba en su fuero interno. Al carecer, no sólo de iniciativa, sino incluso de gustos u opiniones, convierte en difícil la empatía con lo que le acontece. Los problemas que le aquejan no se ven sino como caprichos de púber y arrebatos de niñata, pero no porque carezcan por sí mismos de fuerza, sino por la forma en la cual están introducidos en el relato, pues con los mismos sucesos, se podría haber alcanzado un poderoso conflicto.
Aunque tengamos el punto de vista de Currie, el protagonismo está repartido entre ella y Joan Jett, quizá porque ésta es productora de la película. Esto consigue disolver y repartir la cercanía entre una de ellas y el espectador que se habría producido si la predominancia hubiese sido única, así como la fuerza emocional que podrían haber tenido los hechos narrados.
En cuanto al resto de las componentes de las Runaways, resulta ridículo ver cómo se las ningunea. Quizá beneficiaría a Sigismondi aprender que no es necesario que un personaje sea principal para que participe en una película. Lita Ford, que ha tenido una carrera más reconocida que la de Currie, apenas disfruta de una o dos frases durante la película y siempre para apoyar una escena acerca de la cantante. Las otras dos son muebles que tocan instrumentos, pues no se les permite siquiera la única frase que se les concede a algunos figurantes.
En la batalla por el protagonismo, vence el personaje de Jett, aun a pesar de que Kristen Stewart aporte menos como actriz que Fanning. Esto se debe a que está retratado con mayor profundidad y a que en ella sí vemos a una persona decidida, que sabe lo que quiere y que lucha por conseguirlo. Personalmente, habría preferido acercarme a lo que cubre la película de una forma más resumida y pasar rápidamente a la etapa en solitario de la autora de ‘I love Rock ‘n’ Roll’ o ‘Bad Reputation’, cuya música, además, era superior a la del grupo —aunque queda claro que el aspecto musical es el que menos importa a las creadoras—.
Unas jóvenes rebeldes a las que se les da todo hecho
Pero incluso si nos quedásemos con la historia de Joan Jett, el film carecería de gancho debido a su total ausencia de conflicto. A los personajes todo les resulta demasiado fácil, todo se lo dan hecho, todo les llueve del cielo. De esta forma, no se existe la tensión por ver si consiguen lo que desean, que es lo que normalmente nos engancha a una historia. Como suele ocurrir en las biopics, ‘The Runaways’ es un conjunto de momentos que se suceden uno tras otro, pero que no están hilados entre sí ni se dirigen a ningún fin.
El tomar un grupo de otra época podría haber servido a la cineasta para hacer un análisis del momento y, si bien esto está apuntado aquí y allá, la profundización en el tema es poca. En algún momento se atisba una crítica contra la explotación de estas jovencitas, ya que la música era sólo una excusa para ofrecer carne al público. Pero el mensaje no se termina de concretar y se pierde cuando, en realidad, la película peca de lo mismo, pues busca el escándalo y el impacto entre los más fácilmente impresionables, dejando la música en un último término.
Una lección para la juventud
Cuando se acerca al final, ‘The Runaways’ se convierte en una lección para las adolescentes sobre lo malas que son las drogas y, siguiendo ese propósito, termina cayendo en todos los esquemas que hemos visto tantas veces en films sobre artistas acabados y hundidos por sus adicciones. El que Cherie Currie, hoy en día, se dedique a rehabilitar chavalas con su mismo problema me permite aventurar —sólo estoy especulando— cómo puede ser el libro: un manual de autoayuda para superar el enganche a las drogas.
La fotografía es bonita y la ambientación es un acierto —los parecidos con las auténticas músicas son asombrosos—, pero eso hace que la directora se recree demasiado en estos logros e incluya escenas que simplemente se aprecian por su belleza formal.
El respeto que pudiesen merecerme las Runaways por lo que significaron para la historia de la música se desvanece con esta revisión de sus inicios, tan carente de fuerza y de interés. Si las había considerado unas heroínas que rompieron esquemas y dejaron claro que el rock no sólo pertenecía a los hombres, ahora las veo —al menos a Currie porque Jett mantiene una dignidad— como niñas asustadizas que se dejaron llevar por una casposa maniobra de márketing.