Desde sus primeros compases, dos cosas están claras en 'The Prodigy': primero, nos movemos por terrenos conocidos y y transitados en muchas ocasiones con anterioridad. La idea del malvado (aquí un asesino con afición a cortarle las manos a sus víctimas) que muere cuando nace un niño, lo que le permite reencarnarse en la criatura, no es especialmente original. En distintas variaciones, con o sin niño, lo hemos contemplado para justificar desde dramas sobrenaturales ('Las dos vidas de Audrey Rose') a festivales slasher ('Muñeco diabólico') o thrillers con espectros ('Fallen').
Por otro lado, queda patente a la vez que Nicholas McCarthy quiere dejar su sello moderadamente creativo en las secuencias de terror y suspense del film. Hay en estas primeras escenas algunos momentos (los fundidos entre bebé recién nacido y cadáver del asesino), algunos travellings de seguimiento, determinada forma de fotografiar secuencias nocturnas e interiores que dejan claro que hay cierto sello personal, o al menos la búsqueda de uno. McCarthy, en el pasado, había firmado alguna película irregular pero a rachas interesante, como la minúscula 'Home'.
Por desgracia, las buenas intenciones de McCarthy no consiguen poner del todo en pie una película a la que, en el fondo, es fácil perdonar muchos de sus problemas gracias a la economía narrativa que puntúa a veces su metraje, y que plantea soluciones narrativas de cierto riesgo, como algunas elipsis temporales de relativo atrevimiento. También es simpática la sensación de agradable batiburrillo sin prejuicios (reencarnaciones + posesiones + niños malvados + psicópatas) que queda como poso, y que obedece posiblemente más a la casualidad que a la voluntad de derribar las barreras entre géneros. O el bueno ojo para el casting, alejado de estereotipos, como demuestra el protagonismo de Taylor Schilling ('Orange is the New Black')
Porque la mayor parte del tiempo, 'The Prodigy' parece no darse cuenta de que lo que ofrece lo hemos visto ya mil veces, y quizás ese es su principal problema: crea secuencias de suspense desde la nada más absoluta, como la alargadísima secuencia del armario en el sotano, rodada como si no supiera perfectamente todo espectador qué es lo que contiene. Pecando quizás de ingenuidad, seguramente de cierta pretenciosidad, el mayor pecado de 'The Prodigy' es no asumir en ningún momento que está vistiendo un traje gastadísimo.
'The Prodigy': mala infancia
Muy significativa es la campaña de promoción que ondea desde que, antes del estreno, se hiciera público que una de las secuencias había tenido que ser remontada porque era demasiado terrorífica. Suena a campaña rancia de los setenta, o a los eternos rumores de que a una señora impresionable le ha dado un jamacuco en plena proyección, o de que hay que firmar un contrato eximiendo de responsabilidad a los productores, a lo William Castle.
La realidad es más prosaica: se trata de una secuencia que hubo que editar porque se trata un susto repentino que dejaba a los espectadores comentando la jugada y sin prestar atención a un diálogo posterior. El montaje no aligeró la intensidad, como parece sugerir la campaña, sino que distanció el diálogo en el tiempo. Lo significativo: es una secuencia copiada (mal: ojo al poco elegante corte de plano y al subrayado musical) de la magnífica 'Shock' de Mario Bava, un post-giallo sobrenatural con niño en la que 'The Prodigy' se inspira más que descaradamente.
Es un poco lo que sucede en 'The Prodigy' durante todos su metraje: o tiene más jeta de lo tolerable, o no se da cuenta de que los trucos que usa están ya más que machacados. De ese modo, secuencias como la del interrogatorio con el hipnotizador, pese a una puesta en escena interesante y con un buen uso de sonido y montaje se viene abajo por un cierre y una coletilla que se ven venir a la legua.
O, sin ir más lejos, la conclusión que superpone tres secuencias redundantes, no como falsos finales en busca del efectismo, sino como efecto de una narrativa algo torpe y que insiste en remachar una conclusión a la que le habría venido bien algo de misterio. El conjunto sigue, casi en su integridad y pese a los ramalazos de ingenio en la atmósfera y la puesta en escena, esa misma vía: por mucho que nos gusten los niños endemoniados, a estas alturas necesitamos una mínima vuelta de tuerca.
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