‘The Prince’ (id, Brian A. Miller, 2014) es una película que seguramente pase por nuestra cartelera sin pena ni gloria, imagino que aproximándose más a lo primero que a lo segundo. Sólo tenemos que tomar prestada la figura de Bruce Willis, aquí en un importante papel secundario intentando cambiar su imagen en el subvalorado cine de acción, para ver que el personaje al que da vida Jason Patric entra de lleno en el modelo de action hero implantado en aquellos años por actores como Willis y compañía —póngase aquí el nombre del actor que se quiera y relacionado con el thriller de acción—.
En aquellos años, determinados actores clave en este subgénero, siempre injustamente infravalorado, eran dirigidos por nombres aún más imprescindibles. Apellidos como McTiernan, Cameron o Donner dotaban de personalidad productos que en manos de otros habrían caído en el olvido. Brian A. Miller es un completo desconocido con una filmografía también desconocida por el gran público. ‘The Prince’ evoca sin tapujos aquel cine ochentero y noventero sin demasiada pasión ni cariño por lo que se narra. Y desaprovecha un reparto interesante.
Jason Patric, uno de esos guaperas que habiendo participado en algunas películas destacables, jamás obtuvo la fama que otros consiguieron con menos esfuerzo, da vida a Paul, un hombre que vive tranquilamente de su trabajo en un taller mecánico, propiedad suya. Un día de tranquilidad, llamando a su hija vía móvil, descubre que ésta ha desaparecido, probablemente secuestrada, y nosotros nos enteramos de que Paul es un exasesino, o exagente del gobierno, o ex tipo muy peligroso con el que es mejor no meterse porque tienen un pasado atroz lleno de muertes. Y ahora se han metido con su hijita.
Se ve y se olvida
Bruce Willis, con una perilla de esas que parece le dan mayor seriedad o pinta de más cabrón, interpreta al villano de la función. Conectado con el protagonista a tenor de una mala vida y un error de aquél cuando quería asesinarle, no descansará hasta ver colmadas sus ansias de venganza. Una némesis para nuestro protagonista cuyo gran valor es llevar el rostro de un actor al que muchos admiramos por su inolvidable John McClane; y nada más. Willis no está precisamente bien con su personaje, mal dibujado y con frases realmente horribles. Todo suena a cobro de cheque y punto.
Pero peor resulta la pinta de un despeinado John Cusack —quién lo ha visto y quién lo ve en sus films noventeros—, como asesino profesional echando una mano a Paul en el desempeño de su misión suicida. Un par de frases lapidarias, un poco de vieja amistad, de alcohol, y unas ganas que brillan por su ausencia, interpretativamente hablando. Otro cheque justificado únicamente con la presencia. Y en el caso de Cusack es doblemente triste; no recuerdo a un actor tan carismático y que caiga tan bien al público, caer tan bajo, profesionalmente hablando, apareciendo últimamente en multitud de películas, todas muy olvidables.
Hay que agradecerle a Miller el no caer en la actual moda de narración frenética a lo loco, con miles de cámaras captando todos los ángulos e infinidad de planos por segundo en el montaje. Eso y lo atractivo que puede resultar el personaje de Paul en determinados momentos —destacando aquel en un pub en el que se narra a modo de leyenda una anécdota muy sangrienta de su pasado, una especie de Kayser Sozé del lado de los “buenos”, aunque la inexpresividad de Patric en muchos instantes no ayuda— ayudan a soportar una película que no aburre, pero se olvida en menos tiempo que lo que se tarda en verla.
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