Es un viejo truco: encerrar en una habitación a unos cuantos personajes de caracteres contradictorios y relaciones íntimas y cruzadas entre sí, cada uno con una buena cantidad de secretos y mentiras que ocultar al resto, y prender la mecha. Con una revelación, con un invtado sorpresa, con una muerte inesperada, con una apuesta que lo cambie todo. Desde ahí, solo hay que dejarse llevar.
Lo han hecho Kenneth Branagh, Woody Allen, Álex de la Iglesia, Quentin Tarantino o Roman Polanski en multitud de ocasiones, cruzando géneros (a veces con elementos de terror, a veces dramas o comedias en estado puro) y con resultados dispares, tan diversos que es casi inútil hablar de un subgénero. Ahora es el turno de Sally Potter, que inyecta al viejo código unas buenas dosis de humor malvado, crítico y, cómo no, feminista.
En un pulcro y falsamente serio blanco y negro, 'The Party' nos presenta a la velocidad del rayo (como todo en esta película: apenas supera los setenta minutos de duración) a una recién nombrada Ministra de Sanidad de talante progresista (Kristin Scott-Thomas). Está preparando una cena para celebrar el acontecimiento con sus allegados (su marido Timothy Spall, la sarcástica Patricia Clarkson, el amante de ésta Bruno Ganz, la pareja formada por Cherry Jones y Emily Mortimer, y el amigo de una amiga, Cillian Murphy). Pronto comencerán a sucederse las noticias y las revelaciones.
El malvadísimo título original ("party" en inglés es a la vez "fiesta" y "partido político") es buena muestra de las intenciones de Potter con su película: diseccionar dos formas muy distintas de agruparse y evolucionar, ambas igual de artificiales y potenciales generadoras de dramas. Vamos, que nos gusta buscarnos problemas porque siempre va a haber uno (o dos, o tres, o todos) que meta la pata con una inconveniencia, una confesión o un pecadillo del pasado.
Sally Potter en plena forma
La aparente sencillez de las formas de 'The Party' puede hacer pensar a algún espectador poco avisado que ésta, la primera película dirigida por Potter desde 'Ginger & Rosa', de 2012, es una pequeña pieza de cámara que poco tiene que ver con la suntuosidad visual que dio la fama a la directora en obras maestras de lo recargado como 'Orlando'. Pero no es así: su pericia dirigiendo a los actores y situándolos en el escenario recuerda a las secuencias de baile de 'La lección de tango'. Y posiblemente nunca antes en su cine había mostrado esta furia tan amarga e irreconciliable con la especie humana. Los años no la han ablandado.
En realidad, a lo que acaba recordando 'The Party' es a 'El ángel exterminador' de Luis Buñuel, otro famoso despreciador de los seres humanos. Aquí no tenemos elementos surreales (salvo la hilarante tendencia de Bill a pinchar el disco más inapropiado en cada momento), pero sí que vemos a un grupo de personajes incapaces de abandonar una reunión que no apetece demasiado a nadie, aunque aquí la fuerza incomprensible que los retiene son las propias cargas sociales, las convenciones que todos han asumido voluntariamente.
Lo realmente cruel de 'The Party' es que, con toda su mala baba, es una película divertidísima, rebosante de frases para enmarcar y que supuran vitriolo como "sacude un poco a un aromaterapista y tendrás un fascista" o "eres una lesbiana de primera clase y una pensadora de segunda". Puede que Potter crea en el poder sanador del humor, pero está claro que ningún espectador sldrá de la sala indemne.