'The Old Man' regresó a Disney+. La estupenda temporada 2 de la serie ha pasado de ser 'John Wick' con abuelos a una novela de Tom Clancy

Jeff Bridges sigue brillando en la continuación de su actioner geriátrico, ahora convertido en thriller geopolítico

Ha llegado a Disney+ la esperada segunda temporada de ‘The Old Man’, aquella serie salida de la nada en la que Jeff Bridges volvía a crear un papel icónico en una especie de trasunto anciano de John Wick y que también sorprendía por su finísima puesta en escena, perfilada en su mayor parte por la dirección de un Jon Watts salido del aparatoso empacho de multiversos Marvel de su ‘Spider-Man: No Way Home’, en el que es su mejor trabajo hasta la fecha.

Sorprendía de aquella primera temporada su aspereza silenciosa, el misterio alrededor de un personaje letal y genial, casi icónico con su pareja de rottweilers, perseguido por otros asesinos como él. Sin embargo, al avanzar en ella se iba desenredando una intrincada red de espionaje, dinastías, secretos familiares, venganzas personales y complejas dinámicas de personajes que ahora han absorbido toda la trama por completo.

Y esa es la mayor diferencia en esta segunda temporada, donde la narración profundiza en las consecuencias de ese pasado que veíamos en flashbacks introducidos con cierto gusto, de modo que la acción, más o menos magra, deja paso a las intrigas internacionales y las motivaciones de sus personajes centrales, tejiendo un rico tapiz de suspense cuyo mayor punto débil es que Bridges pierde protagonismo y en el que la historia parece reiniciarse para renacer en otra serie diferente, no necesariamente peor, pero sí alejada de la esencia inicial.

Esta temporada era muy esperada por el brusco cliffhanger final de la anterior, en el que Emily Chase, revelada como Parwana Hamzad, es llevada al campamento de su padre biológico, Faraz Hamzad, por lo que ahora Dan Chase (Bridges) y Harold Harper (John Lithgow) hacen equipo y se embarcan en un peligroso viaje para rescatar a Emily en el primer acto de la temporada, que parece un final espiritual legítimo para esa primera entrega, funcionando además como clímax, con una estupenda batalla en la que Chase brilla también como francotirador.

Un western talibán y un thriller geopolítico

Sin embargo, cuando “acaba” esa fase de western en Afganistán, pasamos a un laberinto de intriga política y traiciones personales que podría estar sacado de una novela de Tom Clancy. No es que no estuviera siempre planteado desde un inicio, pero acaba arrasando con esa mirada más enfocada, más sencilla, que pierde la vista a Chase, que una vez enfrentado a su pasado, y ya gastado el gimmick de las limitaciones físicas de su edad, queda dibujado como un hombre vulnerable al que vemos navegando entre las hieles de las consecuencias de sus actos.

Pero esa pérdida de esencia al menos nos deja espacio para conocer más a otros personajes como Harper, también con sus conflictos internos y dilemas morales en su relación con Emily, a la que ve como a una hija. Y es Alia Shawkat la que mayor protagonismo toma como Parwana Hamzad, pasando de ser una agente del FBI protegida a enfrentarse a su identidad verdadera, llegando a puntos insólitos al final de la serie, una transformación inevitable, que gana mucho peso en la trama y a veces parece demasiado drástica, aunque la matizada interpretación de Shawkat le da autenticidad al conflicto.

El resultado de este juego de equlibrio para dar nueva vida a ‘The Oldman’ es que la segunda temporada es también víctima de sus puntos fuertes. El nudo entre la serie de antes y la nueva sufre de los malabarismos con las múltiples líneas narrativas, pero la mayor parte de sus tramas enmarañadas son inherentes al género de espionaje. La gracia de esta “nueva etapa” de conflicto internacional, secretos de estado y terrorismo energético son las decisiones que ponen a prueba las lealtades de los personajes y les obligan a enfrentarse.

El eterno retorno

Esto hace que dé un poco igual que Chase sea novio de Zoe —quien por cierto, tiene una evolución un tanto incomprensible—, padre de Emily o enemigo de Harper, porque todas esas alianzas se subvierten, se retuercen, vuelven a su lugar de origen y después se dan la vuelta de nuevo. Los guionistas se hacen demasiado adictos al desafío, a las miradas intensas y los diálogos graves, de tal forma que la importancia de los afectos queda condicionada por la necesidad de la intensidad y el suspense, lo que hace que todo sea a veces un poco inverosímil.

No ayuda que visualmente la segunda temporada suponga una bajada de escalón, se echa en falta a Watts y en general pierde entidad cuando abandonamos los paisajes desolados de Afganistán. Aunque la dirección sea rigurosa y centrada, el hecho de que tantos conflictos trascendentes para la humanidad recaigan en conversaciones y tensiones de cuatro personajes y sus relaciones pasadas da la impresión de un teatrillo separado de las consecuencias globales que se manejan, y en eso influye también una concepción menos ambiciosa en la escenografía.

Sin embargo, aunque en estos ocho episodios haya dos polos diferenciados y algo inconexos, el tramo final recupera el pulso que coloca a Chase en el centro, y pesar de sus defectos, la segunda temporada de ‘The Old Man’ es convincente, no abandona las buenas interpretaciones y mantiene siempre viva la tensión y el suspense. Quizá todo el camino merezca la pena solo por su secuencia final, en la que realmente se expone una nueva situación y promete una tercera temporada que parece empezar de cero para rescatar lo que más nos gustaba de la anterior y que la serie no debería perder nunca de vista: Jeff Bridges matando gente.

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