La gran mayoría de las películas que se estrenan siguen a rajatabla el esquema de planteamiento, nudo y desenlace, hasta tal punto que en algunos casos se podría señalar perfectamente el minuto en el que empieza y acaba cada uno de ellos.
Es una práctica que delata el aumento de la importancia de discutibles ensayos sobre la creación de un buen libreto por parte de autores como Syd Field o Robert McKee tanto en la formación de nuevos guionistas como en las imposiciones de los ejecutivos de Hollywood. No estamos ante algo malo per se, ya que es una base que ha servido para crear muy buenas películas, pero uno siempre agradece que haya autores que jueguen con sus evidentes limitaciones, por mucho que siga existiendo la posibilidad de que salga algo insoportable – o aburrido, el mayor pecado capital que se puede cometer- de esa apuesta. Por fortuna, ‘The Master‘ (Paul Thomas Anderson, 2012) está muy lejos de serlo.
La carrera de Paul Thomas Anderson ha estado marcada no sólo por haber realizado algunas de los mejores largometrajes de los últimos 20 años, sino también por la ambición de sacar adelante poco menos que la película definitiva en el tema que aborde. No le faltan los que defienden con fervor todas sus obras, pero ‘Embriagado de amor‘ (Punch-Drunk Love, 2002) transmitía una ligera sensación de prepotencia en su forma de encarar las – en la actualidad- poco prestigiosas comedias románticas. Sin embargo, el cambio era otra de las constantes de su cine, pero con ‘The Master’ decide apostar abiertamente por la vía iniciada en ‘Pozos de ambición‘ (There Will Be Blood, 2007): Convertirse en cronista de diferentes etapas o acontecimientos de la historia reciente de los Estados Unidos.
El inmenso trabajo de Daniel Day-Lewis en la primera servía como base a una película milimétricamente pensada, de gran belleza visual y en la que Anderson alcanzaba su madurez total como narrador, dejándose llevar sin problema por los excesos cuando la historia lo requería. Es lo más cercano a la perfección que nos ha llegado desde aquel en país en varios años y también un relato más amplio y – aunque suene paradójico- delimitado que el que nos ofrece en ‘The Master’. Y es que aquí juega con relato deliberadamente inconcreto, tomando elementos de Ron L. Hubbard, creador de la cienciología, pero negándose en todo momento a caer en lo biográfico, pues prefiere explayarse en los márgenes de la naturaleza de dos protagonistas mucho más similares de lo que aparentan.
Freddie Quell – extraordinario y casi enfermizo Joaquin Phoenix- es un animal herido que ha sido incapaz de sanar del trauma psicológico sufrido por su experiencia en la II Guerra Mundial. Los primeros minutos de metraje se centran exclusivamente en él. Diversos trazos – hay varios saltos temporales y espaciales comprimidos en poco metraje- nos permiten verle como alguien inestable y con encanto, siendo esto último lo que le permite mantener un delicado equilibrio que se va al traste por su incapacidad de contenerse. Freddie se ha convertido en alguien irracional, poco fiable y, en general, un peligro para quienes están a su alrededor, pero él mismo es consciente de ello, por lo que su vida se convierte en una huida constante regada por un extraño mejunje alcohólico del que abusa más de la cuenta. Anderson delata bien pronto que ‘The Master’ no va a ser una película grandilocuente en lo visual – aunque sí perfilada con atención a todo detalle-, sino que estamos ante un estudio de personajes, aunque no es hasta la deliberadamente inexplicada aparición de Lancaster Todd – encantador y tenebroso Philip Seymour Hoffman- .
Anderson exploraba en ‘Pozos de ambición’ la relación entre padre e hijo y la casi inevitable soledad del primero, mientras que aquí utiliza unos vínculos superficialmente similares para ahondar en las posibilidades de manipulación derivadas de ello. Lo importante no es tanto el hecho de que Lancaster Todd sea el líder de una secta como el abuso que hace de este poder a la hora de adoptar a Freddie como un animal al que cambiar a su antojo por la confianza que han depositado en él. Es evidente que esa relación va pasando por varias etapas, desde un escepticismo inicial hasta la manifiesta incapacidad de Freddie por respetar las reglas de congregación cuando su líder moral es atacado: Freddie es un animal violento y reacciona como tal, mientras que Lancaster tampoco muestra grandes cambios en su personalidad por mucha debilidad que sienta por su nueva mascota.
¿Dónde está entonces el interés en dos personajes que parecen evolucionar, pero que luego cambian muy poco? Ya sólo las maravillosas, matizadas y entregadas actuaciones de Phoenix y Hoffman serían suficiente, pero Anderson nunca ha sido alguien que se eche hacia atrás y deje que sus protagonistas tiranicen la función, salvo cuándo él así lo decida. Una de las cosas que más llamaron la atención de ‘The Master’ cuando se anunció su rodaje fue que se iban a utilizar unas mastodónticas cámaras para grabar la película en 65 MM, prácticamente el doble de lo habitual. Esto permite una mayor definición y cantidad de la imagen que vamos a ver en pantalla, algo que invitaría a muchos a abusar de los grandes planos generales para lucirlo. Eso no sucede en este caso, ya que Anderson prefiere los planos cerrados, donde los personajes son el foco de atención, pero prestando una atención desmedida a la imagen – hasta el más mínimo detalle importa-, logrando así que ésta supure verismo en su intento de llevarnos al Estados Unidos de finales de los años 40 y comienzos de los 50 del siglo pasado, con muchos habitantes del país a la deriva, gran caldo de cultivo para que sectas o agrupaciones colindantes con lo religioso crezcan de forma vertiginosa.
Es verdad que hay cierto truco detrás, ya que no toda la película se rodó con esas cámaras, teniendo que transformarse a posteriori gran parte del metraje para ajustarlo a los cánones habituales, perdiendo por el camino partes de imagen. Sin embargo, eso no afecta en nada a ‘The Master’, ya que el innato perfeccionismo de Anderson ya lo habría tenido en cuenta, pero este punto también da pie a uno de los aspectos más conflictivos de su séptimo largometraje: Lo cerebral se impone a lo emocional. Esto puede provocar rechazo por el espectador, ya que no hay implicación posible son los protagonistas, siendo todos seres despreciables en mayor o menor medida – atención también a una espléndida Amy Adams en un papel secundario, pero más perversa que nunca en toda su carrera-. Anderson es consciente de ello y apuesta por llevarlo al extremo.
La posibilidad de una redención para Freddie es un imposible, por lo que su fascinante inmersión en la secta de Lancaster no nos es mostrada con victimismo hacia el primero, sino como un paso natural en su periplo – incluso en la secuencia que va mostrando en fragmentos intercalados con la progresión de la historia en la que Freddie va de una ventana hacia una pared y viceversa ad infinítum-. Anderson no duda en trazar paralelismos entre ellos, ya que el maestro del título no es más que otro animal cuya furia es reprimida para poder ejercer como líder. No sólo manipula a las personas, pues la mentira es un concepto que estira a la perfección para que pueda sonar como algo enriquecedor y casi curativo, pero su verdadera naturaleza no deja de ser la que se nos enseña en el momento en el que el personaje de Laura Dern le inquiere sobre cierto cambio poco justificable en su doctrina.
De hecho, Anderson se deja contagiar por la palabra de Lancaster, convirtiendo la película en un todo condenado a la redundancia, ya que es algo habitual en toda obsesión. Muchos directores intentarían maquillarlo para que no pudiera dar pie a una especie de bajón de interés, pero él no. Me acordé aquí de la magistral ‘Zodiac‘ (David Fincher, 2007), donde las peculiaridades del caso real forzaban el dejar insatisfecho a quienes sólo buscarán la resolución de los misteriosos crímenes, llegando Fincher a señalar abiertamente a un personaje como culpable, pero sin ser capaz de adjudicárselo, provocando así una mayor decepción en quienes centrasen su atención sólo en ello. Aquí el resultado es una experiencia repetitiva por pura necesidad y en la que no hay respuestas posibles, sino una sensación de fascinación y aturdimiento por lo que aparece en pantalla.
‘The Master’ es una fascinante exposición de ideas, rodada magistralmente, con un reparto en estado de gracia y un acabado visual impecable sin la necesidad de convertirse en un gran espectáculo en esa faceta como sí sucede con una de sus grandes competidoras en esta temporada de premios. Lo que uno no puede buscar en ella es algo tradicional, ya que concluye sin dejarnos nada claro cuál va a ser el destino de unos personajes por los que es imposible sentir cariño o compasión, y entonces ¿qué más dará que se queden en tierra de nadie cuando no hay nada realmente mejorable? Cierto que esa insatisfacción, algo peor manejada que en la cinta de Fincher, la aleja un poco de los trabajos más logrados de Anderson – ‘Magnolia‘ (1999) sigue siendo mi favorita personal y prácticamente una obra maestra-, pero no por ello deja de ser una de las mejores películas que podremos ver en este recién empezado 2013.