'The Mandalorian' 1x08: Taika Waititi da un digno colofón al escapismo inofensivo de la serie de Disney+

No puedes cambiar a un cordero aunque le pongas piel de lobo. Esa es la sensación que deja el final de la primera temporada de ‘The Mandalorian’, un episodio algo más largo que los anteriores, que trata de darle consistencia y cierre a la tibia trama general de la serie de Disney+, que ha ido apareciendo de forma intermitente hasta plantearse abruptamente en su anterior episodio. Un polvorín tenso y con buenas escenas de acción que enfoca todo hacia una temporada 2 prometedora.

Sin embargo, tras ocho episodios, ‘The Mandalorian’ deja la sensación de ser un divertimento que se apoya en géneros adultos, o con cierto seguimiento por la cinefilia más madura, para no llevar ninguno de ellos a sus últimas consecuencias, con un regusto de simulacro con condón de aspiraciones más profundas, que acaba resultando como esos libros de ilustraciones de versiones resumidas de los clásicos de aventuras que se hacían para niños, hay un planteamiento estético, pero con un grosor tan liviano que se ve al cordero dentro.

Reseña con SPOILERS

El cliffhanger con el que acababa el episodio 7 se planteó como una aparición del villano real de la serie, y en este capítulo final se siente especialmente forzado por cómo ubica a un Moff Gideon salido de ninguna parte, como una némesis absoluta que encajar en el pasado de Mando. En una escena de flashback, hay un cierto aire al origen de Armónica de ‘Hasta que llegó su hora’ (Once Upon A Time in the West, 1968), pero se nos revela de forma abrupta. No se ha cocinado ese pasado del protagonista como para que ahora importe quién es su gran enemigo.

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El western de postal

Esa referencia al spaguetti western queda decolorada cuando volvemos a una película como ‘Rogue One: Un historia de Star Wars’ (Rogue One: a Star Wars Story, 2016) y comprobamos que el pasado de la protagonista es casi el mismo. Un recurso que nos habla de la referencialidad de una serie que no deja de seguir algunas pautas que ya estableció George Lucas, cuando modeló el primer Mandaloriano, Boba Fett, según el Clint Eastwood de ‘El bueno, el feo y el malo’ (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966). Así, toda la serie tiene, efectivamente, muchas referencias al western clásico.

El inicio, con un cazarrecompensas que llega al saloon estelar, y otros momentos, juegan a parecer un western, pero más allá de los adornos, ‘The Mandalorian’ nunca se compromete con el género, como en este último episodio. Cuando el protagonista está muriendo con una herida en la cabeza, después de gritar dramáticamente para que el grupo continúe sin él, no hay una razón emocional convincente que de fuerza al sacrificio, no tenemos una base del personaje sólida, y sin ella, nunca se alcanza la sensación de inevitabilidad o redención ubicable en el estilo que imita.

Esto se extiende a otros géneros predilectos por el público potencial, por ejemplo, el chambara. En su momento, hubo una gran conversación en torno al episodio 4, en el que el personaje se une a la mercenaria interpretada por Gina Carano para proteger a una aldea de los invasores. Obviamente, con los orígenes de la saga por delante, la trama es parecida a la deLos siete samurais’ (Shichinin no Samurai, 1954), y en efecto el episodio podría verse como un homenaje galáctico más o menos respetuoso al espíritu de su director.

El mimetismo sin esencia

Lo que no se suele comentar es que la trama y el desarrollo de ese mismo episodio es ya un tropo en series de aventura más o menos indicadas para un público juvenil, con espíritu de sábado a mediodía como ‘El equipo A’ (The A-Team, 1983-1987), ‘MacGyver’ (1985-1992) o ‘Hércules: Sus viajes legendarios’ (Hercules: The Legendary Journeys, 1995-1999) con un tono, además, no tan diferente a todas ellas. Pero en el caso de estas, a nadie se le llenaba la boca al pronunciar todas las consonantes del apellido Kurosawa.

Lo mismo puede decirse con la imagen del duro cazarrecompensas con un bebé, rápidamente comparada con la saga ‘El lobo solitario y su cachorro’ (Kozure Ôkami, 1972-), olvidando por el camino que esto es un producto Lucasfilm, que planteaba ese tropo de bebé mágico con guerrero ya nada menos que enWillow’ (1988), pero no queda tan bien mentar un film de Ron Howard como de Kenji Misumi, aunque el tono, sin nada de la violencia que le da su identidad a esos films japoneses, se aparte muy poco del clásico del cine de fantasía.

En general, la asimilación de ‘The Mandalorian’ como un producto bendecido, que ha conseguido pasar por el filtro de los odios y pasiones del fandom de ‘Star Wars’ sin muchos daños colaterales, no deja de ser sorprendente por cómo los fans saltaran al cuello de J.J. Abrams cuando Rey lograba dominar mínimamente la fuerza de forma espontánea en 'El Despertar de la fuerza' (The Force Awakens, 2015), y que frente a los saltos de tiburón de Yoda controlando la fuerza solo haya emojis cute.

La inmunidad de Mando frente al fandom tóxico

Incluso cuando se presentan nuevos poderes como la sanación, se cuestionan en las películas pero no en la serie, se critica el infantilismo de los Ewoks para vender juguetes y se llena internet de memes de cada nueva ricura de Baby Yoda. Es como si la decepción en los productos mayores de Disney para la saga, se hubiera proyectado en un velo frente a los problemas de una serie que cae bien, es inocua y sirve de pasatiempo sin complicaciones, pero que no arriesga en ningún momento y resulta bastante mecánica y predecible.

Esto se hace evidente en el final de la primera temporada, que, por supuesto, juega la carta dramática de Baby Yoda en un cierre donde todos los elementos parecen haberse construido como un tablero de juego para lograr cierto impacto emocional que la serie no ha construido hasta ese momento. No es creíble la relación entre Mando y Cara Dune, y algunos intentos de crear emoción son pólvora mojada, como esa repetición la escena de “ya me quedo yo” cuando Mando encuentra las armaduras de sus compañeros, pocos minutos después de haber hecho el teatrillo y regresar.

Los valores de producción de ‘The Mandalorian’ están fuera de duda, en muchos sentidos, es una verdadera carta de amor a la estética de la trilogía original con cierto aire de finales de los años 70. Pero también se adhiere a otra seña de identidad de la televisión de esos años, su estructura episódica, que acaba pasado factura en el final que da la impresión de que no ha pasado gran cosa desde el punto a al punto b. El ritmo es extraño y asincopado, con escenas que rara vez generan impulso hacia la siguiente, casi como si fueran pequeños episodios de una webserie remontados hasta llegar a media hora.

Un gran espectáculo sin aguijón

El episodio 8 es, sin embargo, un buen espectáculo con tiroteos y un enfrentamiento con un Tie Fighter tremendamente disfrutable. Hay muchas escenas preparadas para crear cierta épica de redención que no funcionan, pero en general es un juguete muy digno y entretenido. Pero, como conclusión para los personajes, acaba sin más valor que plantear una segunda temporada con mucho potencial, porque la primera carece de cohesión y realmente no se centra en un tema o argumento específico.

Sí, se repiten frases que molan, como “este es el camino” o “he hablado” pero realmente, bajo ese misticismo y honor de la superficie, no hay mucho más progreso en el personaje que añadidos de momento tienda de videojuego como una armadura de placas Beskar, algunos cohetes y un jetpack. Es como si fuese un coleccionable de una figura de acción por fascículos, más que la evolución de un personaje, algo que no es molesto per se, pero sí que deja ver el potencial infrautilizado de una serie que gasta 15 millones de dólares por episodio.

The Mandalorian’ nunca ha escondido su planteamiento de tebeo de aventuras intrascendente, tampoco oculta que es una serie familiar para una plataforma diseñada para no perturbar a los pequeños de la casa, pero su sesgo más joven no es excusa para que muchos de sus episodios sean tan intercambiables. Por lo pronto, su cierre funciona bien como punto de partida para un nuevo conjunto de aventuras que tienen margen para mejorar. Tan solo basta con ir más allá de la mimesis inocua de sus referentes para no evocar tanto la mansedumbre de un típico producto Disney Channel, solo que algo más caro.

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