Robert Durst, después de una larga trayectoria de juicios pospuestos y continuos retrasos -entre otros motivos, por problemas de salud derivados de su avanzada edad-, parece que se enfrenta finalmente a un juicio por sus crímenes. ¿No sabes quién es Durst? Es el centro y objeto de uno de los documentales de crímenes más enigmáticos y adictivos de todos los tiempos, 'The Jinx'. Aprovechamos la próxima resolución (esperamos) del caso para recuperar a través de HBO la perturbadora miniserie documental de 2015.
Pero... ¿qué es lo que la hacía tan especial? El caso era bien conocido por la opinión pública norteamericana, hasta el punto de que inspiró una estupenda película de Andrew Jarecki protagonizada por Ryan Gosling y Kirsten Dunst, 'Todas las cosas buenas'. Aunque el espectador se huele que puede haber trampa en la ordenación de los hechos tal y como se presentan en pantalla para que al final ocurra la Gran Revelación, la pericia con la que el director del documental Andrew Jarecki (sí, el mismo Jarecki) dispone todas las piezas del puzle es fascinante.
(Un puzle que por nuestra parte viene cargadito de spoilers. No sigas si no has visto la serie)
Robert Durst, el rico heredero en el que se inspiraba 'Todas las cosas buenas' donde se le pintaba como un alguien francamente inquietante, era admirador del film (si eso te parece raro, no sabes ni la mitad) y se puso en contacto con Jarecki para concederle una entrevista. El realizador, que ya había firmado piezas como el impresionante documental 'Capturing the Friedmans', grabó veinte horas de entrevistas con Durst que intentan arrojar luz sobre una serie de delitos: la desaparición de su mujer Kathie en 1982, el asesinato de la escritora Susan Berman en el año 2000 y la muerte y desmembramiento del vecino de Durst, Morris Black, en 2001.
El primer giro de los hechos llega cuando alguien cercano a Berman hace llegar a los documentalistas un texto del puño y letra de Durst, que tiene coincidencias caligráficas e incluso idénticos errores de deletreo a una carta anónima que llegó a la policía en el año 2000. En un giro escalofriante de los hechos, en el último episodio, Durst parece confesar los crímenes -en voz alta en un micro que no sabía que estaba conectado-, en una pausa de una entrevista en la que le enseñan las dos cartas.
Un documental tan manipulador como su objeto de estudio
La historia, ya suficientemente fascinante de por sí, se refuerza en un documental que no renuncia a ninguna de las filigranas visuales que se esperan de un producto de la HBO -usando recreaciones con actores y grabaciones caseras, pero sin dejar claro qué es cada cual en ningún momento- y hace un trabajo especialmente interesante introduciendo al espectador en la mente del investigador (ya que Durst es una auténtica esfinge en todo momento). La idea de que tres crímenes muy dispares y separados en el tiempo puedan estar relacionados entre sí da una energía muy especial a la miniserie.
Ese introducirnos en la mente del investigador es un proceso tan peculiar y tan manipulativo como hacerlo con la mente del mentiroso patológico Durst. Cualquier espectador familiarizado con la narrativa audiovisual puede ver que la estructura de pregunta-respuesta del último y dramático episodio entre Durst y Jarecki puede haber sido manipulada al rodarse con dos cámaras, y no todas las reacciones de Durst que gritan "¡culpable!" pueden deberse a las preguntas de Jarecki que se sugieren.
El timing perfecto acerca de la última detención de Durst, la que finalmente le llevaría a prisión hasta hoy, un día antes de la emisión del final de la serie, vuelve a hacer dudar de la honestidad total de la visión de Jarecki: ¿ha estado ocultando pruebas a la policía para beneficiar el impacto del documental? ¿Realmente ese titular tan jugoso de "Un documental de HBO sobre un criminal consigue que lo detengan" es creíble? Está claro que Jarecki no es un sujeto tan peligroso como Durst, pero algo hace pensar que sí es igual de manipulativo. Las polémicas con el hermano de Durst, que no sabía cómo el documentalista consiguió ciertas filmaciones privadas de la familia, refuerzan esa visión del director.
El resultado de todo ello es un documental tan fascinante como el sujeto de su estudio. Un (presunto) asesino que podría haber combinado con arrebatador y peligroso magnetismo las ideas de bombero para ocultar su identidad (se hizo pasar por una mujer muda durante meses) con una indiscutible inteligencia y frialdad al planificar los crímenes. Un lobo con piel de cordero cuya historia va más allá del dramático giro final del último episodio del documental: la fascinación que despierta una personalidad tan esquiva y extraña como la suya siempre supera a cualquier un truco de guion.