Hace unos cuantos años —más tarde de lo que me gustaría haberlo hecho—, durante una de esas eternas jornadas veraniegas en las que el tedio termina arrastrándote a los rincones más remotos de internet, descubrí por casualidad esa abominación calificada como una de las peores películas de la historia titulada 'The Room'. Lo que menos esperaba en el momento de darle al botón de play era que el dantesco espectáculo que estaba a punto de presenciar iba a arraigar tan fuertemente en mi perturbado corazón.
Dicho esto, pueden ustedes imaginar el entusiasmo con el que recibí la noticia de que James Franco y su selecto grupo de colaboradores habituales habían decidido rendir su particular homenaje a la cinta escrita, dirigida y protagonizada por Tommy Wiseau en una 'The Disaster Artist' cuya visión sobre la concepción y el rodaje de esta catedral del mal cine se ha ganado a pulso un hueco entre las mejores producciones de 2017.
La principal virtud de 'The Disaster Artist' radica en el mimo, el respeto y la verdadera devoción que sus responsables demuestran tener hacia el material original y la figura de su extravagante artífice. Basándose en el fantástico libro biográfico 'The Disaster Artist: My Life Inside The Room, the Greatest Bad Movie Ever Made', Franco y sus guionistas Scott Neustadter y Michael H. Weber articulan una inusitadamente sensible y fugaz radiografía —su poco más de hora y media parece durar un suspiro— de Wiseau y del infierno que supuso la producción de 'The Room'.
El imperfecto tratamiento formal del filme, impersonal y simplemente correcto, más allá de revelar que su director está aún inmerso en un proceso de maduración, no supone ningún palo en la rueda para disfrutarlo como bien merece. Por el contrario, donde sí brilla el cineasta pluriempleado es en su faceta interpretativa, mimetizando cada uno de los tics, gestos y desvaríos corporales y vocales de su fuente de inspiración, ofreciendo una actuación tan tierna como desternillante y triunfando con creces en la ardua tarea de imitar lo inimitable.
El público que desconozca la historia oculta tras la desastrosa 'The Room' —o todos aquellos que decidan guiarse por la campaña promocional del largometraje— podría caer en el error de pensar que 'The Disaster Artist' es únicamente una comedia pasada de vueltas más. Y es que, una vez superado el shock de ver a James Franco con su melena, su ojo vago y su acento de vaya usted a saber dónde, la película exhibe una sorprendente capacidad para compaginar las carcajadas con momentos capaces de estrujar hasta los corazones más pétreos.
Dejando a un lado su discurso metalingüístico y su espíritu de recreación cuasi documental, la cinta trasciende al personaje para sumergirse de lleno en la persona y explorar los claroscuros que inundan la vida de todo romántico que persigue un sueño desesperadamente, dando lugar a un conjunto en el que los sabores más dulces y el amargor más seco y conmovedor coexisten en una armonía prácticamente imposible de alcanzar.
'The Disaster Artist' es, al igual que el filme sobre el que se edifica, una maravillosa anomalía, imperfecta en ejecución pero insuperable en alma, que demuestra que la comedia contemporánea puede ser sinónimo de muy buen cine. Un brillante ejercicio de empatía que refleja en pantalla a ese desastroso soñador que todos llevamos dentro y que nos abraza con una sinceridad, una ternura y un sentido del humor inigualables.
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