El James Gunn de 'Guardianes de la Galaxia' tiene sus devotos y, sin duda, no es para menos: en un universo de películas-mamut delineadas con plantilla, sus imprevisibles epopeyas espaciales brillan de forma especial con sus citas pop y su imbatible mala uva. Sin embargo, hay otro Gunn al que muchos devotos de la serie B y el cine bronco admiramos aún más: el director de 'Tromeo y Julieta' y el grandioso homenaje al horror de los ochenta 'La plaga', o el guionista del videojuego 'Lollipop Chainsaw'.
Este Gunn en la sombra (pero cuya gamberra personalidad empapa los momentos más maquiavélicos de 'Guardianes de la Galaxia', especialmente en la estupenda secuela) es el responsable de este guión, que escribió tras la extraordinaria y oscurísima parodia superheroica 'Super'. Pero aunque se le dio luz verde, en ese momento Gunn comenzó a pasar por un peliagudo divorcio que le distanció del proyecto, excesivamente macabro y del que prefería distanciarse temporalmente.
Lo recuperó años más tarde, pero ya inmerso en la maquinaria de producción de Marvel y el proyecto cayó en manos de Greg McLean, especialista en survivals asilvestradísimos como la estupenda 'Wolf Creek', la también muy memorable 'El territorio de la bestia' o las recientes 'La oscuridad' y 'La jungla'. En todos los casos, películas de terror o suspense donde la angustia y la tensión juegan un papel primordial, y donde la naturaleza es catalizadora, escenario o angustiosa metáfora de historias de supervivencia llevadas al extremo.
Resulta curioso, porque en apariencia 'The Belko Experiment' no puede estar menos relacionada con los entornos selváticos, aunque lo cierto es que su trasfondo es el de fábula darwinista en el entorno del mundo empresarial de hoy. Su punto de partida es sencillo y familiar: recuerda a una mezcla de 'Los juegos del hambre' y 'Battle Royale', condimentada con elementos de 'Office Space' y demás sátiras del microcosmos de las oficinas como la reciente 'Mayhem', dirigida por Joe Lynch, otro experto en flora, fauna y supervivencia extrema.
El argumento es puro high-concept de jungla urbana: en un deshumanizado edificio de oficinas, los trabajadores reciben un aviso sencillo y aterrador. O empiezan a matarse entre ellos a una velocidad enloquecida o el próximo ERE empieza por las cabezas de los presentes. Encerrados en el moderno complejo, comienzan a sentirse como animales enjaulados y pronto da comienzo la masacre con las herramientas que tienen más a mano.
Una alegoría sobre el despiadado microcosmos de las oficinas
'The Belko Experiment' satiriza el competitivo día a día de las grises y repetitivas jornadas de ocho a cinco que tiene que padecer el ser humano moderno para que nuestras saludables democracias sigan con sus mecanismos bien engrasados. Y hace bien su trabajo en su retrato inicial de unos cuantos tipos inevitables en cualquier oficina: del baboso acosador al jefe buenrollero que te apuñala a la mínima; del empleado de mínima categoría que se escapa al tejado a fumar porros al líder nato y algo repelente.
Es precisamente ese personaje, el protagonista de blancos sentimientos y honestidad a prueba de bombas (encarnado con convicción pero sin demasiada sangre -aunque cae estupendamente- por John Gallagher, Jr.) el aspecto que más cojea en la película, que se niega a caer en el nihilismo que un punto de partida así pedía a gritos. La brújula moral del héroe es necesaria desde un punto de vista argumental, pero amortigua algo la crítica que supuran personajes (estupendamente bien escritos e interpretados) como los de Tony Goldwyn, John C. McGinley o Michael Rooker.
Por lo demás, la película funciona como ingenioso mecanismo de sorpresas gore, giros de guión y relativo ingenio a la hora de afrontar la gymkana de cubículos. Todo transcurre por caminos algo transitados en exceso ya, pero determinados momentos de desparrame ultraviolento bien valen un paseo por esta comedia de horror metafórico acerca de cómo el hombre es un lobo para el hombre. Que no por manido deja de ser menos cierto.
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