‘The Artist’, de Michel Hazanavicius, que se estrena esta tarde en cines españoles, nos habla del nacimiento del sonoro –“the talkies“– en el año 1928, etapa clave para la historia del cine, que ya han tocado películas como la maravillosa ‘Cantando bajo la lluvia’, en la que, al igual que aquí, se exploraban las dificultades de algunos intérpretes para incorporar una novedad que hoy damos tan por sentada: utilizar su propia voz. Asimismo, nos muestra la llegada de los musicales, clara consecuencia de la invención del sistema que incorporase el sonido al celuloide de proyección. Con ese marco de fondo, lo que nos cuenta esta delicia es una historia personal y amorosa sencilla, pero muy sentida.
Los años veinte no suponen el escenario temporal en el que ambientar el film sin más: éste, a su vez, se disfraza de una propuesta de ese momento. No existe un solo detalle que no esté imitado a la perfección. Proyectada en 4/3, la película comienza con los créditos en un tipo de letra de entonces, fotografía en blanco y negro y una música muy de la época. La banda sonora se remonta esos años no solo por el estilo de las canciones –algunas de films preexistentes–, sino por la forma en la que se emplean las composiciones, dejándolas sonar hasta el final y arrancando con la siguiente, décimas de segundo después. Las emociones de la película se marcan por subidas de intensidad en los acordes mucho más evidentes que los acompañamientos musicales que se suman hoy en día a las narraciones.
Hazanavicius no se queda en la clonación del un film de los años ’20, sino que se dedica a jugar y crear humor con la idea de esa vuelta atrás. El empleo del sonido o de los intertítulos consigue espléndidos guiños metalingüísticos y se extraen divertidos gags de esta consciencia del espectador de que está viendo un film de entonces, pero realizado ahora. El creador toma las metáforas evidentes, como las arenas movedizas y la foto pisoteada y empapada por la lluvia, no para que funcionen hoy en día, sino como otra referencia. ‘The Artist’ está plagada de hallazgos visuales y sonoros que se disfrutan con una blanca sonrisa. Uno de ellos sería la escena en la que los dos protagonistas, tras haberse conocido fortuitamente, tienen un primer encuentro: una pantalla en medio de los dos permite que se vean solo sus piernas y se embarcan en una competición juguetona de claqué.
Emotiva historia
La sorpresa y admiración que producen en los espectadores se estos experimentos, por ingeniosos que sean y bien ejecutados que estén, se agotarían al cabo de unos minutos. Por ese motivo, lo que engancha al film y lo convierte en bello son los personajes entrañables que viven una historia de amor y de éxito personal. Funciona como prueba fehaciente de que se pueden expresar los sentimientos y conflictos con imágenes, sin recurrir al diálogo. No obstante, también es cierto, en el único punto negativo que le reprocharía a ‘The Artist’, que se optado por una historia sumamente sencilla y lineal quizá por temor a que algo más elaborado no se comprendiese. Por ese motivo, hacia la mitad, durante la etapa de decadencia del protagonista, se agotan las cosas que contar y la progresión se hace ligeramente pesada hasta que se retoma para llegar a un final que vuelve a conmover.
La simpatía de los rostros de Jean Dujardin y Bérénice Bejo, con esas contagiosas sonrisas, supone la baza que despierta la cercanía hacia esos personajes con una conexión bastante básica, pero efectiva sin duda. Además de que se vuelve a un protagonista más blanco y positivo de lo que ahora mismo se está creando, nos encontramos ante una película sin malos, sin antagonistas, en la que el personaje principal solo se tiene a sí mismo, a su orgullo, como enemigo para superar el escollo que le plantea su profesión y lograr sus objetivos. El resto de los intérpretes, en papeles sumamente breves pues, como decía, no existen las tramas secundarias, son asimismo grandes nombres que demuestran saber adaptarse a este tipo de interpretación que no llega a la gesticulación y sobreactuación de las mudas, pero que sí se diferencia de las actuales. John Goodman, James Cromwell, Penelope Ann Miller, Malcolm McDowell están todos sublimes y a ellos hay que añadir al perro, que, como en muchos films de entonces, constituye otro personaje que logra la misma o mayor empatía que los humanos.
El trasfondo
La negación a adaptarse a una transformación por parte de uno de los baluartes de la vieja escuela se podría extrapolar de forma directa y clara a todos los cambios que estamos viviendo en esta época en la que la tecnología avanza a pasos agigantados. Cambiamos el sonoro por Internet y seguiremos encontrando, no a unos cuantos incomprendidos, sino a industrias enteras tratando de frenar el progreso y de evitar que llegue un futuro que ya está ahí, sin otro motivo que el de no ser capaces de adaptarse a las nuevas formas de funcionar. La película, de esa manera, se convierte en una reflexión sumamente actual, sin que importe que lo que plantea como marco circunstancial tuviese lugar hace ochenta años.
Paradójicamente, al mismo tiempo que critica la no adaptación, se rebela contra el paso del tiempo y hace lo que le reprocha a su protagonista por intentarlo. A principios del siglo XXI, Hazanavicius nos entrega una película semimuda y en blanco y negro, pero no como opción minoritaria o experimental, sino como estreno exitoso y para todo tipo de público. Eso quiere decir que, si algo está bien hecho, no importa cómo sea y que todas esas consideraciones sobre que “tal cosa no vende” o “eso hoy en día no gusta” o “eso ahora nadie lo vería“… en realidad son fútiles. La fórmula del éxito no existe, como todos ya sabíamos, pero es posible que tampoco la del fracaso. El director se plantea un reto y sale adelante, más que a pesar de esas trabas, por causa de ellas.
‘The Artist’ es, en resumen, una cinta muy moderna. El retroceso a los modos de narrar de los años veinte no es puro, sino que se mezcla, a modo de juego, con las opciones de las que se dispone en la actualidad. El conflicto de base equivale a situaciones del presente. Los sentimientos de amor y orgullo son atemporales. Su valor, en definitiva, radica en haberse hecho en 2011, pues la misma película en 1927 sería una más y quizá no de las mejores. En un tiempo en el que protestamos porque el cine no nos sorprende o aporta, lo novedoso resulta que se encuentra en algo que retoma, recrea e imita. Sin embargo, no se trata de un ejercicio nostálgico, no solo porque las generaciones que disfrutaron aquel cine en el momento de su estreno ya no estarán para echarlo de menos, sino también porque no hay un tono de añoranza, sino intenciones de celebración y de homenaje, de decir que eso no se ha marchado, que sigue presente para todos nosotros y que en el siglo que vivimos tenemos los argumentos para disfrutarlo mejor. Es una película que se goza, independientemente del grado de cinefilia de cada uno, y que se vive con emoción y cercanía, una encantadora propuesta llena de momentos brillantes.
Otra crítica en Blogdecine | ‘The Artist’, un delicioso regreso al cine clásico de Hollywood, por Juan Luis Caviaro.
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