Los dilemas imposibles relacionados con el dinero han dado grandes momentos al mundo audiovisual. ¿Y si aprietas un botón y recibes un millón de euros, pero alguien que no conoces muere por tu culpa? ¿Y si puedes ganar un dineral a cambio de que el resto de tus compañeros mueran uno a uno? 'El test' nunca va tan lejos pero su idea puede dar de qué hablar durante horas a un grupo de amigos animado como el de la propia película: ¿Qué prefieres: cien mil euros ahora o un millón dentro de diez años? Tristemente, una vez que la idea se plantea, la originalidad de la premisa hace saltar el resto del metraje, mucho más convencional, por los aires.
Yo para ser feliz quiero un millón
Dani de la Orden estrena no una, sino dos películas este fin de semana: es uno de los directores más prolíficos de los últimos años, que además de películas es el responsable de varios episodios de 'Élite'. Vamos, que se pasa la vida pegado a una cámara. La pena es que aunque su labor como máximo responsable de 'El test' es encomiable, sacando el máximo partido posible al texto adaptado del teatro, lo cierto es que hacia la mitad del metraje la cinta hace aguas sin que nadie pueda salvarla.
Y es una pena, porque su inicio es muy potente: una pareja pobre (pero muy concienciada) son amigos desde hace años de un ricachón que les enseña su nueva casa. Durante el transcurso de la noche, le tocan la moral y lleva el dilema en cuestión (100.000 euros ahora o un millón en diez años) a la realidad. Y ahora es labor de sus colegas elegir. El problema es que más allá del planteamiento y el inicio del dilema, la película no sabe dar un paso extra y se enreda demasiado estirando la trama hasta un final altísimamente insatisfactorio.
No solo es que la poca pericia en el montaje haga que los giros se vean venir a años luz, sino que la relación entre los propios protagonistas no se entiende. Por más que Paula jure y perjure que Héctor es el amor de su vida, no hay nada que nos lo haga intuir: ni miradas furtivas, ni bromas privadas, ni nada más que reproches y malas caras. Ni se entiende que la pareja aguante junta, ni la defensa a ultranza que ella hace de él, desoyendo a todo el mundo. O se han cortado escenas, o se han olvidado de hacer que la pareja que se va destruyendo poco a poco (no es un spoiler, es la película en sí) sea creíble en primer lugar.
Entre cheques y psicólogos
Pero esta debacle no es culpa de los actores, que explotan hasta el límite su vena graciosa. En particular, Alberto San Juan vuelve a demostrar que es un titán de la comedia con su tono de voz seguro pero al mismo tiempo tambaleante, y lleva la película completa a sus espaldas. En menor medida, y como ya nos tiene acostumbrados, no hay un momento de Antonio Resines que no sea gracioso. Pero esto es como decir que el agua moja, claro.
'El test' intenta ser al mismo tiempo un análisis psicológico de dos parejas, una película de humor descacharrante y una solución a un dilema en el que no hay buenas o malas respuestas. El problema es que la mezcla de tantas ideas no da como resultado una loquísima comedia en la que nunca paran de pasar cosas, sino en la que todos los personajes son desagradables, parecen a punto de explotar continuamente, con reacciones extremas a problemas mundanos, y sus reacciones entre ellos son incongruentes, con un guion que tiene claros los puntos de giro en la trama pero llega a ellos de una manera muy poco natural.
Mención aparte merece Berta, el personaje interpretado por Blanca Suárez, que aparece a mitad de película y, lejos de ser divertido o la voz de la razón, es desesperante: desde el primer momento es un personaje del que la cinta puede prescindir y simplemente añade una nueva trama de quita y pon para reforzar la personalidad ya conocida del protagonista. 'El test' no para de insistir, una y otra vez, en las características básicas de los personajes (es muy idealista, es un perdedor, es un rico, es una psicóloga adicta al trabajo) y, junto con la repetición del dilema en sí, termina por sentirse como una rueda de hámster en la que no solo no vemos el final, sino que volvemos una y otra vez de manera incomprensible al principio.
Un test suspendido
Aunque la puesta en escena convence, gran parte del reparto está más divertido que nunca y la idea inicial es buena, 'El test' no consigue levantar el vuelo en ningún momento, convirtiéndose en una película perfecta para ver después de comer pero que no aporta nada a su potente premisa. De hecho, termina metamorfoseándose en un culebrón con tintes cómicos que rompe con la personalidad de sus personajes cuando le viene bien hasta llegar a una escena final que no tiene motivo ni razón de ser.
Dani de la Orden, que ha dirigido algunas obras muy solventes con anterioridad ('Barcelona, noche de invierno', 'Litus') aquí no termina de dar con la fórmula que funciona, y al final es el equivalente a un chicle que al principio es una explosión de sabor pero, hora y pico después, es un mazacote con sabor a nada y muy estirado.
Ni siquiera la resolución de la famosa pregunta da lugar a un debate interesante dentro de la propia película, que se centra más en que la solución al mismo realce una vez más los estereotipos de personalidad en los que insiste de manera continuo. Irónicamente, 'El test' no aprueba, pero se le nota que ha estudiado. Una pena.
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