Takashi Miike es uno de los directores japoneses más prolíficos en la actual cinematografía nipona; también uno de los más admirados y odiados a nivel mundial. Ese dicho de “o lo amas o lo odias” se adapta muy bien al cine de un autor capaz de volverse introvertido y de jugar en primera línea del mainstream —su film más popular en ese aspecto sigue siendo ‘Llamada perdida’ (‘Chakushin ari’, 2003)—. Debatido por todos, ha ocupado un lugar en el que parece haberse acomodado.
‘Terrafromars’ (‘Terra Formars’, 2016) ha sido prácticamente un trabajo de encargo al que Miike se entregó con su habitual entusiasmo —alguien capaz de dirigir siete películas en un año es, como mínimo, un entusiasta—, la adaptación del manga homónimo de Yû Sasuga y Kenichi Tachibana, ya adaptado en un par de series anime. El resultado es un despropósito, de gracia aislada, en el cual Miike intenta apartarse de las grandes superproducciones estadounidenses a las que puede recordar en ruido y efectos visuales.
Trama casi inexistente
La premisa argumental de ‘Terraformars’ es muy sencilla. Nuestro planeta está sufriendo de superpoblación; la solución es intentar poblar otro planeta, en concreto el ansiado Marte, probablemente el más cinematográfico del sistema solar. Primero envían musgo y cucarachas para que la temperatura se acomode a las necesidades para terraformar el planeta rojo. Medio milenio más tarde, Japón toma la iniciativa, en secreto, reuniendo a un grupo de indeseables que vayan limpiando Marte de cucarachas antes de que los humanos empiecen a poblarlo.
Por supuesto, la referencia más evidente en ese aspecto es, sin duda, el bélico ‘Doce del patíbulo’ (‘The Dirty Dozen’, Robert Aldrich, 1967), la película que, junto a otra de Roger Corman menos conocida, son el origen de una premisa muy utilizada: utilizar a la escoria social para misiones suicida. En ‘Terraformars’ ese suicidio se produce al descubrir los personajes que las cucarachas han evolucionado hasta tener forma humanoide más una inteligencia y fuerza superior. Para combatirlas el grupo es dotado de poderes… muy especiales.
La explicación de dichos poderes —cada personaje posee uno diferente— ocupa buena parte del metraje, en dicho instante incapaz de sostener una trama mínimamente interesante. Así ‘Terraformars’ semeja una mezcla entre un videojuego y una clase de bilogía sobre las peculiaridades de diferentes insectos y lo que supondrían a escala humana. Miike tira de unos efectos CGI no del todo perfectos, pero no importa, en dicho punto el film ha alcanzado tales límites de delirio que incluso los efectos lo subrayan.
Delirante
Los enfrentamientos entre las cucarachas mutantes y los humanos con poderes de insectos dejan literalmente con la boca abierta sólo por sugerirlo. Miike pierde el pulso en la violencia, algo extraño, aunque se regodea lo suyo en las brutales muertes de algunos de los personajes, evitando toda emoción, la cual recupera en alguna de las historias personales de los miembros del grupo salvaje. Eso sí, parecen de otra película, y una vez más, la crisis económica bucea en forma de flashback explicando la principal motivación de uno de ellos: la necesidad de dinero.
Ni uno sólo de los personajes está lo suficientemente dibujado, o definido, para resultar interesante. Al contrario diría que las cucarachas tienen un mejor trato al respecto, sobre todo al no pronunciar una sola palabra ni comunicarse con sus adversarios más allá del intercambio de tortazos. Un villano cuyo mejor apunte es precisamente el actuar “en silencio” y sin la más mínima piedad sobre sus oponentes, algo que Miike no aprovecha totalmente.
‘Terraformars’ desprende una poderosa sensación de déjà vu a nivel visual, que no argumental. Ocurre desde los primeros fotogramas que muestran una ciudad en la Tierra, bañada por la oscuridad y la lluvia, cuyo parecido con una de las obras más conocidas de Ridley Scott es más que evidente. Una pareja huye de un crimen. No saben que pronto verán cosas que nadie creerá, y nosotros con ellos. Más aún cuando la trama queda inconclusa cual episodio de serie de televisión, haciéndonos temer una secuela.
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