La segunda temporada de ‘Élite’ ya ha llegado a Netflix con una nueva ración de misterio, sexo y drama adolescente. La serie se enfrentaba al reto de saber estar a la altura de las virtudes de su primera tanda de episodios, ya que no son pocos los títulos que arrancan con fuerza para diluirse en su regreso y nunca recuperar el nivel.
Ya os habíamos hablado sobre sus dos primeros episodios, donde ‘Élite’ optó por resultar aún más excesiva para así mantener su gancho. Eso es algo que se ha elevado aún más en los seis episodios restantes de esta segunda temporada, donde la serie ha optado por centrarse en sus puntos fuertes y olvidarse de cualquier cosa parecida a la naturalidad. Un salto al vacío que le ha permitido conseguir momentos inolvidables, aunque la mayoría sean por la incredulidad que provocan en el espectador.
Con las ideas claras
Desde el inicio de ‘Élite’ había quedado claro su componente de culebrón juvenil con dosis de suspense, pero en su primera temporada sí había algún intento por conseguir una solidez que hasta cierto punto te permitiera creerte lo que sucedía delante de tus ojos. No era algo constante, pero sí que existía cierto equilibrio que podía verse como una limitación que impedía a la serie darlo todo o el punto de apoyo imprescindible para no convertirse en un absoluto disparate. Al final ha resultado que era ambas cosas.
Una vez descubierto el asesino de Marina y con Nano teniéndose que comer el marrón, el inicio de segunda temporada vino a mostrar que las cosas no se iban a quedar tal cual entre los alumnos de Las Encinas. La llegada de nuevos personajes y el cambio de dinámica entre los personajes que ya conocíamos va evolucionando progresivamente hasta convertirse en un juego de la sospecha en el que funciona mejor el misterio de temporada, para el que se mantiene la estructura de la anterior, que los pequeños progresos que se hacen en cada episodio.
De hecho, la subtrama dedicada a Carla y Samuel es quizá la sublimación de todo lo que apuntaba de esta segunda temporada. No hay quien se la crea en momento alguno, ciertas escenas rozan el disparate -el momento macarrones te hará adorar la serie, odiarla o las dos cosas al mismo tiempo-, pero es que en líneas generales es una trama construida sobre la desconfianza que en diversas fases quiere hacernos creer la implicación emocional de ambas partes. Una locura donde es mejor centrarse en la capacidad de sus guionistas para desarmarte con sus frases demoledoras.
No obstante, en ese apartado Lu sigue siendo la estrella. Ella es probablemente el personaje con un arco emocional más creíble y desarrollado de forma lógica en función de la personalidad que había mostrado en su primera temporada, pero que no creáis que es todo aparente fragilidad, ya que conserva toda su poderío verbal para destruirte siempre que la ocasión lo requiera. Valga como ejemplo su alucinante discurso en una fiesta benéfica.
Da exactamente lo que promete
Momentos así, en los que uno se lleva las manos a la cabeza, hay a montones a lo largo de esta segunda temporada. La serie ya tiene del todo claro lo que quiere ser y no se corta en ningún momento. La fuerza impera en los diálogos por encima de la credibilidad -son demasiadas las veces en las que es mejor no pararse a pensar cómo es posible que este o aquel personaje hable de esa manera-, el impacto de las escenas es más importante que lo demás y la serie no se avergüenza de ello.
La clave está en que nos avergoncemos nosotros o sepamos disfrutar el juego que propone ‘Élite’. Los personajes se han convertido en peones, seres muy atractivos físicamente que actúan en función de las necesidad de la serie en ese momento en lugar de optar por una progresión racional de sus actos. Queda la explicación de que son adolescentes y van a ir a su aire, pero esta segunda temporada sobrepasa los límites de lo razonable en aras de mantener enganchado al espectador. O entras en el juego rápidamente o será mejor que dejes de lado la serie.
Es un peaje de entrada muy elevado, pero lo cierto es que luego ‘Élite’ sabe jugar muy bien sus cartas, acertando tanto en los momentos más vibrantes como cuando apuesta por la intimidad. Es un cóctel que podría venirse abajo con una facilidad enorme, ya que no deja de coquetear con el ridículo en todo momento desde un enfoque no cómico. El venir en pequeñas dosis juega mucho a su favor, pero también hay que saber manejar algo así para que funcione y ese mérito no podemos quitárselo a la serie de Netflix.
En resumidas cuentas
Sería muy fácil calificar a ‘Élite’ como placer culpable, ese tipo de propuestas que sabes que estás disfrutando por encima de su nivel real, pero hay que ser justos y tener en cuenta que la serie sabe en todo momento lo que quiere ser y va a por ello sin complejos. Además, han creado un universo tan particular en el que los problemas en la escuela quedan en un segundo plano en beneficio de las fiestas, los excesos y el suspense. No nos la vamos a creer, pero sí que tiene las armas adecuada para que disfrutemos con ella.
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