'Ted' (id, Seth MacFarlane, 2012) comenzaba con el niño que de adulto interpretará Mark Whalberg deseando que su oso de peluche se convierta en su mejor amigo y terminaba con Sam Jones, el Flash Gordon de la cinta de 1980, oficiando una boda entre dos de los personajes del filme. 'Ted 2' (id, Seth MacFarlane, 2015), comienza con Sam Jones oficiando una boda entre dos de los personajes del filme —distintos a los anteriores, por si hay alguna duda— y termina con servidor deseando no haberse acercado a semejante estupidez de producción.
Puedo entender lo que muchísimos espectadores —entre los que no me incluyo, dicho sea de paso— vieron en la primera parte, una cinta que considero irregular, que funciona a base de empellones y que jugaba sus mejores bazas cuando la atención se alejaba de las gamberradas y los excesos propios del creador de 'Padre de familia' ('Family Guy', 1999- ) —una serie que tampoco ha sido nunca santo de mi devoción— que, debido a la acumulación, terminaban por cansar y agotar la original premisa de partida antes mucho antes de que el metraje tocara a su fin.
'Ted 2', innecesaria
Y aunque dicha percepción fuera más o menos generalizada y lo que más se le critica al filme es su gran inconsistencia, dichos argumentos nada tenían que hacer si se comparaban con los 228 millones que suponían los que ponía sobre la mesa la taquilla estadounidense de una producción que sólo había costado a las arcas de la Universal unos 50 —la cinta sumaría a nivel mundial casi 550 millones de dólares—. Unos argumentos que sólo podían tener una consecuencia lógica, la secuela que llegaba ayer a nuestros cines y que denota, desde sus primeros minutos, su total y completa innecesariedad.
La historia de 'Ted', con todos sus problemas, era un ente más o menos cerrado en cuya vertiente más "sesuda" —esas dos comillas valen por quinientas— se podían encontrar ciertas reflexiones de limitada validez acerca de la aceptación de la madurez y las responsabilidades que ésta conlleva, funcionando con especial intensidad en el filme la química que dimanaba tanto de la interacción de Whalberg con el oso, como del primero con la bella Mila Kunis, una ventaja ésta última con la que la secuela no cuenta.
Lamentablemente, esa validez, y lo que de comedia funcionaba en la cinta —la intervención de Sam Jones, algún momento de los diálogos entre Ted y John— se va obliterando conforme avanza una proyección que no es capaz de ofrecer nada nuevo, que lo único que hace es insistir, y ya cansa, en los chistes derivados del indiscriminado uso de sustancias psicotrópicas y que, llegado el momento, deshace toda la mala baba propia de MacFarlane en un discurso "buenrollista" que hace que uno se cuestione si el que no paraba de fumar alucinógenos era el guionista y director.
Un artista que si en su faceta de escritor convence de forma escueta por la citada insistencia en el mismo tipo de chistes, de situaciones y esquemas —si algo queda claro con ello es que tanto ésta como su predecesora son producciones hechas para su legión de seguidores—, queda muy lejos de hacerlo si es en su labor como director en la que tenemos que fijar nuestra atención. Una labor en la que la irregularidad campa a sus anchas rayando en no pocos momentos en una mediocridad que, esperemos, tienda a corregir en futuras incursiones cinematográficas.
Si a lo poco que se destila en tanto en términos narrativos como de un humor ramplón y sin gracia unimos lo limitado de lo que se deriva en los interpretativos —Whalberg y Amanda Seyfred cumplen lo justo y uno se pregunta qué diantres hacen Morgan Freeman y su obvio desinterés paseándose por aquí— y restamos a esa combinación algún que otro afortunado cameo, lo que sin duda obtenemos es una cinta de reducido interés que, consecuentemente, está teniendo preciso reflejo en una taquilla, la estadounidense, que la ha tratado hasta ahora con amplia indiferencia situándola a mucha distancia de lo que consiguió su predecesora.
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