‘Te quiero, tío’ (‘I Love You, Man’, John Hamburg, 2009) podría emparejarse con la última película de Kevin Smith, ‘¿Hacemos una porno?’, por el hecho de que ambas películas utilizan en otro contexto el esquema de la comedia romántica, ése que ya no escriben los guionistas, sino un ordenador que los hace en serie y luego lo aplican a los doscientos millones de comedias yanquis que nos invaden todos los años, y eso que hablamos probablemente del género más difícil de hacer (entre otras cosas porque hay que tomárselo muy seriamente, aún tratándose de la comedia más desternillante que se haga).
Las dos películas intentan aportar algo de frescura a un género tan manido que ya no da más de sí (nota: realizar un post sobre los géneros y lo que éstos pueden ofrecer o no). En el film de Smith el contexto es la filmación de una película pornográfica, lo que hacía creer que se trataba de algo novedoso. En el film de Hamburg, el mencionado esquema se utiliza en el contexto de una historia de amistad masculina, recorriendo todos y cada uno de los tópicos que el género ha dado en toda su existencia.
‘Te quiero, tío’ (por fin un título español en condiciones, respetando el espíritu del original) ha sido escrita y dirigida por John Hamburg, hasta ahora casi siempre asociado a Ben Stiller. Para él escribió parte de los guiones de la saga de los Fockers, cuya tercera entrega está en fase de preparación, y también le dirigió en ‘Y entonces llegó ella’ (‘Along Came Polly’), film de escasa relevancia, debido a su tambaleante tono, por culpa de lo cual uno nunca sabe a qué juega realmente la película. ‘Te quiero, tío’ es más concreta, un poco mejor, aunque no demasiado. En realidad, por mucho que intente disfrazarse, el film es lo que es, una vulgar comedia romántica, en la que no faltan chistes (algunos buenos, la mayoría no tanto), y con dos amigos en lugar de una pareja de enamorados.
Resulta curiosa la premisa: Peter es un hombre que, a punto de casarse, se da cuenta de que no tiene ningún amigo íntimo al que proponerle que sea su padrino de boda, por lo que decidirá tener unas cuantas citas a ciegas para encontrar a ese amigo inseparable que todos tenemos, ése que se convierte en nuestro confidente, consejero para lo bueno y para lo malo. La pena es que dicha premisa no se desarrolla más allá de un cúmulo de situaciones, algunas demasiado conocidas, y un devenir argumental que no coge a nadie por sorpresa. Su mayor acierto, al igual que en el film de Smith, es intentar darle la vuelta a las comedias románticas, o al menos aportar elementos nuevos, pero se queda precisamente en eso, en un intento, no exento de interés en algunos instantes, pero insuficiente.
Y es que Hamburg, que a día de hoy resulta mejor guionista que director, fracasa precisamente en lo segundo. Su dirección, completamente anodina, sin personalidad, sin esa mano que define a los buenos directores, no está a la misma altura de un libreto (obra de Hamburg y Larry Levin) que, lejos de intentar ser la quintaesencia de la comedia (otro de sus aciertos, es precisamente su total falta de pretensiones), sigue con coherencia una historia sencilla, con algunos apuntes interesantes. Por ejemplo, no intenta aleccionar ni emite juicios de ningún tipo sobre sus personajes. Éstos resultan ser arquetipos, con elementos conocidos por todos, aunque llaman la atención algunos “cambios”, como por ejemplo, las amigas de la novia, sorprendidas y extrañadas de que Peter no tenga amigos, y empeñadas en conseguirle uno. Aún así, son aciertos parciales, en un film que en su parte final se desmorona hacia lo extremadamente convencional, lo facilón. Hamburg, con su inexistente puesta en escena (subrayemos que con poner la cámara no llega) no ayuda demasiado.
Siempre nos queda la simpatía de Paul Rudd, actor que logra caer bien a casi todo el mundo, y cuya fama es menor a la que realmente merece (nota: hacer un post sobre actores que deberían gozar de una fama mayor de la que gozan). Él solito se encarga de hacer la película más soportable, y de proporcionar los momentos más divertidos de la misma (por ejemplo: la partida de póker, juego ahora muy extendido, y demasiado vicioso, que me lo digan a mí)). Precisamente hace el papel que debería haber hecho Jason Segel, que aunque nunca alcanza lo insoportable (su personaje es el que corre ese riesgo), no logra estar tan simpático como Rudd, y ya no digamos como él en ‘Cómo conocí a vuestra madre’. Lo que sí consiguen ambos actores es tener una química que ya quisieran para sí las Sandras Bullocks o Keira Knightleys con sus compañeros de reparto. El resto de personajes quedan muy por debajo de la pareja protagonista, aun teniendo un largo cameo de Lou Ferrigno que llena buena parte del argumento; y Jon Favreau (director de ‘Iron Man’) bastante divertido como el marido de una amiga de la novia, que no quiere saber absolutamente nada de Peter, al que considera un panoli.
‘Te quiero, tío’ podría haber sido mucho mejor de lo que es si Hamburg hubiera cedido las riendas de la dirección a otro. Ahora pienso que hubiera sido la película perfecta para que Jack Lemmon y Walter Matthau la hubiesen interpretado hace un buen puñado de años. Y ya no les digo en quién hubiese pensado para ser el director. Mientras sueño con esa posibilidad (una utopía maravillosa) me retiro a mis aposentos a escribir sobre el coeficiente de inteligencia de Frank Lee Morris.