Netflix ha demostrado en varias ocasiones que puede convertir en auténticos fenómenos películas que no son realmente suyas. Todavía reciente tenemos el caso de ‘El hoyo’, la notable película de Galder Gaztelu-Urrutia que recaudó poco más de 200.000 euros en su paso por los cines españoles y que arrasó con todo -y no solamente en nuestro país- al llegar a la plataforma. A menos escala se ha dado con otros títulos como ‘El silencio del pantano’ y ahora con ‘Te quiero, imbécil’.
‘Te quiero, imbécil’ se estrenó en salas este pasado mes de enero, superando los 400.000 euros en taquilla. Una cifra no especialmente deslumbrante, pero ahora lleva varios días entre lo más visto en Netflix. Esto no quiere decir que estemos ante una joya que el público está descubriendo ahora que no ha de pagar específicamente para verla, ya que se trata de una aceptable comedia romántica que ni siquiera explora a fondo sus aspectos más estimulantes.
Yendo a lo seguro
Hemos visto ya en no pocas ocasiones a Quim Gutiérrez en un papel similar al de ‘Te quiero, imbécil’: un adulto inmaduro que sigue buscando su lugar en la vida, tanto en lo emocional como en lo profesional. Aquí se le ve cómodo en una nueva variante de ese arquetipo en el que tan bien se ha sabido manejar hasta ahora, siendo más achacables los problemas de su personaje -el imbécil del título se lo tiene bien ganado- a cómo está construido desde el guion de Abraham Sastre e Iván José Bouso.
Y es que aquí se nota una menor preocupación en la credibilidad de sus personajes que en encontrar el ritmo adecuado para no aburrir al espectador. Eso da pie a una superficialidad que en sí misma no molesta, pero sí que limita las ideas más estimulantes del libreto al ponerlo todo al mismo nivel, sin entrar nunca en profundizar en cualquier tema. Por ello, es cuando se muestra más desenfadada -como la decisión del protagonista de chantajear a un amigo para conseguir un curro- cuando mejor funciona, ya que casa más con esa ligereza que parece buscar en todo momento.
Por todo ello, la puesta en escena de Laura Mañá busca aportar una mayor dosis de dinamismo y frescura a lo que va sucediendo en pantalla, algo que normalmente choca con el enfoque de la historia, algo monótono al confiar demasiado en los lugares comunes de este tipo de propuestas. Ojalá hubiese potenciado esos momentos en los que se rompe la cuarta pared, ya que acaba siendo algo más anecdótico en lugar de convertirse en una seña de identidad de la película.
Funciona más por sus actores que por su guion
Lo que sí funciona mejor son esas escenas en las que se potencia a tope su lado más cómico con las apariciones de un divertidísimo Ernesto Alterio a modo de peculiar consejero online. Estoy seguro de que en otras películas se hubiese abusado de su presencia hasta el punto de resultar cargante, pero aquí el único error que se comete es la forma de dar cierre a su personaje, algo que hubiese funcionado mejor dejándolo a la imaginación del espectador.
Y es que lo que mejor funciona en ‘Te quiero, imbécil’ es su reparto, incluso en situaciones en la que parecen conscientes de que el propio material se está limitando a sí mismo. Por ejemplo, yo tenía ganas de querer ver cómo evolucionaba todo en la relación entre los personajes de Gutiérrez y Natalia Tena, pero en lo narrativo no encontraba nada que realmente me motivase. En lo interpretativo la cosa cambiaba entre lo suelto que estaba él y el encanto que ella tiende a aportar siempre a sus papeles.
En resumidas cuentas
Con todo, ‘Te quiero, imbécil’ se ve con agrado siempre y cuando uno se conforme con una comedia romántica cumplidora dentro de los márgenes más explorados de este subgénero. Molesta un poco que haya apuntes que podrían convertirla en algo por encima de la media para luego dejarlas de lado, pero bueno, se puede decir que cumple su cometido y estando todavía encerrados en casa la mayor parte del día, no viene mal una propuesta así para desconectar un poco.
Puedes ver 'Te quiero, imbécil' en Netflix
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