Por fin se estrenó el pasado día 5 la última película de Icíar Bollaín, ‘También la lluvia’, un relato escrito por Paul Laverty que en un principio iba a dirigir Alejandro G. Iñárritu (en su lugar optó por ‘Biutiful’). Como sabéis, este drama situado en Bolivia, protagonizado por Luis Tosar y Gael García Bernal, es uno de los títulos favoritos para triunfar en la próxima entrega de los premios Goya, al ser nominada en trece categorías, incluyendo mejor película, dirección, actor y guion. Algunas candidaturas más tiene ‘Pan negro’ de Agustí Villaronga, y ‘Balada triste de trompeta’ de Álex de la Iglesia, que ha logrado quince. Ninguna de las tres puede presumir de éxito de público. Pero que nadie se alarme, De la Iglesia prepara ya su nueva película, y eso que repite incansablemente que su cargo en la Academia es un trabajo de 24 horas que solo le trae disgustos. Ojo, la película del presidente de la Academia que entrega los Goya tiene quince nominaciones, y la de la vicepresidenta trece. No es que huela a chamusquina, es que apesta.
Antes de continuar quiero descubrir todas mis cartas y dejar algo claro: no suelo ver cine español. Por lo general, no me interesa, ni sus temas, ni las formas de tratarlos; y otras veces no puedo verlo (‘Pan negro’ no llegó a los cines de mi ciudad). Ya sé que el cine español no es un género, es idiota verlo de esa manera, pero es evidente (desde mi punto de vista) que muchas están cortadas por el mismo patrón, esto es, que ves una y has visto cien. No pasa con todas, desde luego, ahí está ‘Buried (Enterrado)’, no se parece a ninguna otra hecha en este país. No es fácil el problema de “nuestro cine”, pero lo más grave es que sus responsables no se dan por aludidos, miran a otra parte, acusan a otros, y siguen trabajando de la misma manera, ciegos, sin plantearse de verdad dónde fallan y por qué no conectan con el público. ‘También la lluvia’ cuenta con un atractivo reparto y es la candidata de España para el Oscar a la mejor película de habla no inglesa; podéis mirar sus cifras en taquilla, o echar un vistazo a la sala cuando vayáis a verla, la mayoría de las butacas estarán vacías.
Animado por la idea de disfrutar de otro trabajo de uno de los mejores actores de este país, Luis Tosar, en un relato que puede estar nominado al Oscar, y teniendo en cuenta la entusiasta valoración de mi compañera Beatriz, me senté a ver ‘También la lluvia’ con sumo interés, convencido de que iba a encontrar un buen motivo para tener esperanza en el cine que se hace aquí. No recuerdo en qué momento desvié por primera vez la mirada, ya desesperado, pero desde el mismo arranque noté que algo no funcionaba, que estaba poniendo demasiado de mi parte para que me interesara lo que estaba sucediendo en la gran pantalla. Se supone que la película te está contando un gran drama, vemos a los personajes sufrir, hablan de cosas importantes… pero casi nada parece verdadero, tiene uno la sensación de estar asistiendo a un ensayo, en el que los actores no están poniendo toda la carne en el asador, confiados en que todo mejorará más adelante.
La película nos traslada a Bolivia en el año 2000 para narrarnos hasta tres historias paralelas, relacionadas entre sí de diversa manera. La principal, de la que derivan las otras, es la de un equipo español que pretende rodar una película centrada en la conquista de América; más concretamente en la injusta situación vivida por los indígenas y en el enfrentamiento, por este motivo, entre algunos miembros de Iglesia y el imperio. Los personajes principales de esta trama son el productor Costa (Tosar), a quien en apariencia solo le preocupa el rodaje y que se lleve a cabo de la forma más barata posible, el director Sebastián (Bernal), un joven idealista que parece fascinado por la reivindicación de los derechos de los indios americanos, y un veterano actor, Antón (Karra Elejalde), que interpreta a Cristobal Colón. Mientras se cuece la filmación, que funciona como un viaje temporal, cuyas escenas cobran vida como si realmente estuvieran ocurriendo en ese momento (la aventura en tierras americanas es otra de las líneas de acción), asistimos a una revuelta popular por la privatización del agua (la conocida Guerra del agua de Cochabamba).
No sale en el cartel, y su nombre no le sonará a nadie, pero el verdadero protagonista de ‘También la lluvia’ es Juan Carlos Aduviri. Sobre él debería recaer el peso de la narración, porque está sensacional en su doble papel de Daniel, luchador padre de familia, y Hetuey, líder indígena. Mientras la cámara lo enfoca, la película se llena de energía y alcanza su mejor tono, el drama se vive, se siente, se palpa, y poco importa que haya otros a su alrededor que no están tan inspirados o que Bollaín se pierda intentando controlar un relato que le viene grande; todo lo que le ocurre a Daniel/Hetuey tiene interés, parece auténtico y tiene fuerza. Por desgracia, tenemos que volver una y otra vez a la parte de la filmación y las (inverosímiles) dudas de Costa y Sebastián, cuyo plan estalla en pedazos al encarar una crisis real, la desesperación de los bolivianos por la escasez de agua, un hecho que revela la hipocresía de nuestro sistema actual, apoyado en heridas que siguen abiertas, como bien expone Antón, el personaje más coherente y carismático de todos los que integran el equipo de rodaje español.
Fracasa la exposición del viaje emocional de Costa y Sebastián (imposible que no se sienta atraído por la verdadera rebelión que tiene ante sus ojos), con unos actores muy desafortunados (Tosar tiene alguna escena muy buena, donde se deja llevar por sus entrañas, pero Bernal está fatal, es un error de casting), que quedan en evidencia ante la presencia de Aduviri y la fantástica interpretación de Elejalde. El guion parte de una jugosa premisa pero requiere demasiadas “casualidades” para avanzar (la conversación telefónica junto a Daniel, la detención casi en la cruz, la petición de auxilio justo cuando el equipo se marcha), lo que se agrava con la mecánica realización de Bollaín, que no saca partido al juego de realidades (Satoshi Kon lo habría bordado), entre otras razones porque las recreaciones no resultan verídicas, y debería haber visto ‘Hijos de los hombres’ (2006) antes de planificar la secuencia final (esa nefasta cámara lenta). Sí puede presumir esta producción (con inversión francesa y mexicana) de la música de Alberto Iglesias y de la fotografía de Alex Catalán, lo mejor junto a los dos actores destacados de una película fallida, efectista, equivocada.