Cada obra cinematográfica debería verse como si fuese completamente única, dejando de lado referentes, inspiraciones o, como en el caso de que nos ocupa, materiales originales sobre los que es ha edificado un nuevo relato. Como una experiencia nacida de las entrañas, las obsesiones, los deseos y las aspiraciones de un realizador que ha decidido imprimir su mundo interior sobre el celuloide o el sensor de una cámara digital.
Y de este modo, olvidándome por completo del clásico que firmo el eterno Dario Argento hace más de cuatro décadas, he disfrutado de los muchos placeres que ofrece la 'Suspiria' de Luca Guadagnino; sentándome en la oscuridad del patio de butacas y entregándome en cuerpo y alma al malsano espectáculo que nos ha brindado el realizador italiano: una obra de arte imperfecta y visceral que, pese a perderse entre mares de simbolismos y excesos narrativos, logra cautivar de un modo casi primitivo.
Con su nuevo trabajo, Guadagnino, en un sorprendente cambio de registro tras la maravillosa 'Call Me By Your Name', se sumerge en un océano de temáticas —probablemente más de las que pueda y deba abarcar— entre las que pueden atisbarse lecturas feministas, políticas o psicoanalíticas; todas ellas tratadas con abstracción y presididas por un magnético discurso sobre la oscuridad inherente al proceso de creación artística que transpira desde la historia al propio largometraje.
Así, las dilatadas dos horas y media que dura 'Suspiria', divididas en seis actos y un epílogo ambientados en la Berlín dividida de finales de los setenta, divagan narrativamente hablando en un tsunami conceptual que parece empeñarse en sobreexplicar todos los requiebros de su trama sin llegar a hacerlo realmente; convirtiendo el visionado en una experiencia que podría llegar a ser frustrante frente al gusto por lo metafórico del filme.
Pero es entonces cuando hace acto de presencia el genio de Luca Guadagnino y su innato talento para dirigir y dar forma a un mundo único, sirviéndose de un reparto deslumbrante —incluida una sorprendente Dakota Johnson—, de un tratamiento visual portentoso, de un ritmo denso pero calculado con metrónomo, de una puesta en escena brillante y de un intenso abrazo a lo onírico. Un cóctel en el que arte y terror se dan la mano para fundirse en una producción imperfecta, pero inimitable.
'Suspiria' está destinada a polarizar las opiniones de un público en el que será complicado encontrar un término medio, desatando pasiones y animadversiones a partes iguales a causa del fuerte contraste entre su fantástica y arriesgada forma —que casi podría definirse como un ejercicio de hipnotismo— y su deslavazada coherencia argumental. Porque, a fin de cuentas, el arte es una cuestión de claroscuros, de caos, de nervio, de incomprensión y, sobre todo, de riesgo.
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