'Super 8', una aventura con corazón

Escrita y dirigida por J.J. Abrams y producida por Steven Spielberg, ‘Super 8’ nos remonta a un ficticio pueblo norteamericano a finales de los años ’70, en el que una pandilla de niños, interpretados por Joel Courtney, Zach Mills y Gabriel Basso, y una niña, a quien da vida Elle Fanning, ruedan películas de terror caseras. Kyle Chandler –recién galardonado con el Emmy al mejor actor dramático por la serie ‘Friday Night Lights‘– encarna al protagonista de entre los adultos. Esto significa que Jack no es en absoluto el protagonista de esta historia y que funciona, si acaso y por momentos, más como antagonista, de la misma forma que el personaje de Ron Eldard, pues aquí –como en otras películas que contaban con la mano de Spielberg en mayor o menor medida– son los mayores quienes cometen errores y necesitan aprender, mientras que los niños están más cerca de la verdad.

Había escuchado comentarios que aseguraban que los primeros minutos se corresponden con un tipo de propuesta, para más adelante introducir el elemento del visitante de forma rupturista, modificando incluso el género del film. No estoy del todo de acuerdo, ya que todo se plantea ni más ni menos que para la inclusión de ese monstruo y lo que esta conlleva. Este alienígena, eso sí, aparece muy tarde y, salvo en el tramo final, de manera velada y fugaz. Con ello y con un arranque tan juguetón, comprendo que algunos espectadores, prefiriendo lo que veían en los primeros minutos a la presencia extraterrestre, sintiesen que se les cortaba el recreo y adquiriesen esa impresión.

Si el monstruo tarda en aparecer y sale poco es porque lo importante en esta película no es la amenaza que un Godzilla o un Host pueda suponer, sino la lección humanitaria de ponerse en la piel del otro y ofrecer un apoyo a quien lo necesita, por el bien de un bando y del otro. Esa presentación del alien como alguien bueno –interesante la ausencia de malos, que demuestra una evolución considerable en las mentalidades norteamericanas– que es tan encomiable políticamente, contiene la contrapartida de no poder apuntar una amenaza igual de aterradora. Por esta razón, el objetivo aquí no está en huir del enemigo o destruirlo, sino en su conocimiento y comprensión; en definitiva, en, a través del otro, encontrar la paz de espíritu con un mismo.

Aventura intimista

Por el mismo motivo, la película no es una aventura pura, como lo era ‘Los Goonies’, armada de principio a fin hacia un objetivo y salpicada de obstáculos que lo impidieran. ‘Super 8’ es más adulta, ya que, antes de permitirte vibrar, va a tratar de hacerte sentir y reflexionar. Existen, por supuesto, los componentes “aventuriles”, que ocupan un breve tramo del film –claro que, para una parte de los espectadores, el rodaje de esas películas ya es tan o más emocionante que las arriesgadas desventuras de lucha contra el huésped–, dejando la mayor parte de metraje los momentos intimistas, cotidianos y dramáticos que no solo definen a los personajes, sino que establecen el contenido profundo de manera meridiana. En este sentido, sería más deudora de ‘E. T.’

Me temía que lo sentimental tiñese de una blandura exagerada ‘Super 8’, tanto que por ese motivo tardé un par de semanas en acercarme al cine –desde que la vi, también me he demorado para dar forma a estas palabras–. Sin embargo, los momentos emotivos están muy bien elaborados y dosificados con justeza. E incluso el plano que más podría chirriar –el medallón que se abre cuando lo atrae la energía magnética– no recarga y se despacha con celeridad. Tampoco se materializó mi otro temor principal ante la contemplación de las fotografías promocionales: encontrar entre los protagonistas a niños sabihondos y reviejos que no me despertasen simpatía. Conseguí, quizá no al ciento por ciento, pero sí de manera considerable, sentirme cercana a ellos.

Final y epílogo

(Posibles spoilers) Entiendo que el desenlace haya resultado decepcionante a algunos. Sin embargo, al igual que afirmo que no me parecieron dos películas en una, también veo que todo lo que hay ‘Super 8’ se dirige hacia esa conclusión. Puede no gustar cómo acaba, pero lo que no se puede afirmar es que el final encaje mal con el resto, que deje de hacer honor a lo visto hasta entonces o que funcione como un pegote. Desde que se habla del extraterrestre y se presenta a los militares como bodoques incapaces de cambiar de idea, queda claro se va en esa dirección. Podría estar resuelto de una forma o de otra, pero esa era la única dirección posible.

Tras ese final, llega algo que podría considerarse lo mejor de todo el conjunto, pero para disfrutarlo hay que luchar contra la impaciencia o las ganas de acudir al excusado –no sé cuál de los motivos es más efectivo para hacer saltar a los espectadores de las butacas con tanta prisa– y quedarse durante los títulos de crédito de cierre, aunque el resto de los asistentes, ya de pie, detenidos a media carrera, se empeñe en taparte la pantalla. La película que montan los niños es genial en todos los sentidos, pues cuenta con unos efectos especiales que serían la envidia de algunos estrenos de cine y en su candor y defectos resulta encantadora. Por supuesto, su proyección era necesaria ya que, como decía en el segundo párrafo, para muchos el cine no podía ser el McGuffin, sino que supone el componente más importante de la narración, relegando al extraterrestre al papel de excusa.

Conclusión

Se podría especificar que, de los dos firmantes, es decir, de los dos grandes nombres del cartel, apreciamos a Steven Spielberg más en el espíritu y en esos personajes y escenarios Amblin y a JJ Abrams en su monstruito –por lo tanto, la película va siendo más suya según avanza el metraje– y en la realización, como corresponde, además de en todas las aportaciones que nos suenan más al siglo XXI. Aunque en mí no se produjese la emoción que ha causado a otras personas y tampoco me marcase con un recuerdo imborrable ni de sus imágenes o sonidos ni de la experiencia de verla, no puedo sino concluir que ‘Super 8’ me entretuvo en toda su extensión y la disfruté con alma de niña.

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