El “milagro en el Hudson”, en el que un experimentado piloto de US Airways consiguió dirigir un avión A320 para aterrizar en las heladas aguas del río Hudson de Nueva York, es más célebre en Estados Unidos de lo que recordamos en Europa. Tras la pérdida de dos motores, a causa de una bandada de pájaros, nada más despegar, Chesley Sullenberger logró salvar la vida de 155 pasajeros consiguiendo realizar con éxito una peligrosa maniobra.
Clint Eastwood parece haber encontrado en este personaje a su nuevo “americano corriente convertido en héroe” sacado de la historia reciente de los Estados Unidos, y confirma que su tendencia hacia el film biográfico significa una etapa final de su carrera como director clara, en la que direcciona todos sus esfuerzos a la reivindicación del triunfo del espíritu humano a través de hechos extraordinarios relativamente recientes.
Pese a ser dos obras, a priori, de géneros diferentes, tanto ‘Sully’ como ‘El francotirador’ (American Sniper, 2014) tratan de hombres nobles, profesionales, americanos al servicio de otros americanos, cuyas acciones son cuestionadas por su controvertida ambigüedad, en el caso del soldado, por intereses corporativistas en el caso del piloto. Ambos filmes funcionan como un alegato a la épica de sus logros, con la mancha sobre el honor como conflicto y la celebración de la hazaña como vuelta de parte de esa gloria arrebatada.
Otra maniobra más del legendario director para explorar el heroísmo en su país y dar crédito al valor de la experiencia, dibujando un perfil de currito experimentado cuyo entrenamiento, y estar el lugar y momento adecuado, le colocaron a las puertas de lo extraordinario. Sin embargo, la sombra de que su proeza fuera una equivocación temeraria genera una ansiedad en el personaje, que rememora el periodo de 208 segundos una y otra vez, como una pesadilla de autoevaluación.
Un héroe bajo el punto de mira
La duda sobre la conveniencia de su decisión es lo que lleva también a un comité de investigación a repasar el incidente momento a momento, lo que pone al piloto y a su oficial de vuelo Jeff Skiles (Aaron Eckhart) bajo el punto de mira de América y con una situación laboral también al borde del precipicio. Es en estos momentos en donde la interpretación de Tom Hanks brilla, con el sutil dibujo de la inseguridad de un hombre en una situación que vive los días más contradictorios de su vida.
Su posición de héroe público, frente a las dudas sobre su actuación y su futuro, crean un constante peso sobre Sullenberger, retratado por Eastwood como un marginado por su ética profesional, una persona completamente normal, perseguido por la burocracia por el simple hecho de hacer las cosas de forma correcta. Un hombre que incluso mantiene una compostura cuando la NTBS examina su caso con la ignominia de querer arrinconar al héroe, cuestionando su competencia desde el estrado del diablo.
La representación de los investigadores como villanos de tebeo, con sus caras de malas pulgas y casting deliberadamente antipático, plantea un conflicto sobreexagerado que no se corresponde a la realidad del caso verdadero, dibujándoles como sabuesos en busca de cualquier grieta en la competencia de Sully, casi frotándose las manos y con media sonrisa de chupatintas o banquero sediento de dinero de pobres obreros. Un volantazo casi maniqueo que rompe el tono contenido y frío con el que se exponen los acontecimientos.
La mejor secuencia de 'Sully'
La mejor secuencia de Sully es el repaso, a modo de flashback, del evento sobre el que se vertebra el film. Contado desde diferentes puntos de vista, todos los momentos anteriores al aterrizaje, y el posterior rescate son fascinantes. Otra prueba más de la efectividad de la dirección compacta de Eastwood, cuyo dominio del oficio le sobra para plantear una escena de acción marcada por la confusión constante, envolviendo al espectador de forma ultrarrealista en la desorientación de los afectados tras el accidente.
Su estructrura de ida y vuelta a un hecho particular es un resorte de clasicismo puro y resulta deudor de ‘El hombre que mató a Liberty Balance’ (The Man Who Shot Liberty Balance, 1962), cuyo protagonista se amolda también a la figura que compone Tom Hanks, un Jimmy Stewart moderno que representa a esos hombres de principios inquebrantables, amigables, que podrían ser tus vecinos, siempre cordiales y moderados.
El papel de Laura Linney es un poco circunstancial. Suponemos que el hombre tiene familia y aparece por ahí de vez en cuando, para recordarle a Sully que hizo las cosas bien, hasta que se entera de que puede perder su trabajo y a partir de ahí su presencia se limita a poner más presión sobre los hombros del piloto y rellenar un poco la duración del largometraje hasta el punto que cuando el conflicto se resuelve no tiene ningún tipo de aparición, ni siquiera testimonial.
Con todo, su ajustada duración se agradece y la mano experta del director mantiene el interés creciente durante todo el metraje. Un relato emocional sobre el valor, que rinde homenaje al personaje real y su gesta sin salirse de su perspectiva de docudrama, sencillo y perfectamente perfilado para llegar al clímax más tranquilo de la carrera del director, en modo pedagógico sobre la moral arrebatada en tiempos de crisis, poniendo a un ser humano corriente como faro del sentido común en el amanecer de tiempos mucho más oscuros.
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