Con su primera y sorprendente temporada, 'Stranger Things' cayó en la desgracia de nacer directamente como fenómeno, y no únicamente como serie al uso. Esto facilitó que el estreno de su irregular continuación, poco más de un año después, cayese como un jarro de agua fría a todos los que esperábamos una nueva revolución con toda la magia de la original y un buen puñado de sorpresas.
En lugar de esto, los Duffer optaron por vivir de las rentas, tirar de continuismo y repetir fórmulas, dejando que me invadiese una tremenda pereza de cara a la tercera entrega del show de Netflix. Pero el hiato de veintiún meses entre secuelas ha servido a sus creadores para recapacitar y dar la vuelta de tuerca necesaria para no caer en el agotamiento.
Y es que 'Stranger Things 3', aún insistiendo en atiborrarnos hasta el empacho con un aluvión de menciones a todo tipo de ámbitos de la cultura popular ochentera, ha optado por abrazar sus referentes de un modo que va más allá del simple homenaje, implimentándolos en la narrativa de un modo brillante. El resultado, para mayor gozo y disfrute de los escépticos, es una suerte de blockbuster veraniego definitivo, sintetizado mediante una inteligente —y variada— combinación de fórmulas de éxito a prueba de fallos.
Un abrazo al género sin ningún tipo de complejos
De entre todos los estrenos que llenaron las salas de cine en el verano del 85, no es casual que, en el primer episodio, se presente al grupo de amigos sobre el que vuelve a girar la nueva 'Stranger Things' colándose a ver 'El día de los muertos'. Este guiño, lejos de reducirse al enésimo easter-egg —y a la asociación entre el centro comercial, eje central de la historia, y la 'Zombi' de 1978, también de George A. Romero—, da una pista sobre los deliciosos derroteros por los que va a transitar la temporada.
Después de los jugueteos con los códigos y el tono propio del género, que incluyeron desde exorcismos improvisados a criaturas tentaculares de alma lovecraftiana, los hermanos Duffer han decidido apostar plenamente por el terror en un cóctel multirreferencial que bebe de los grandes maestros de hace cuatro décadas; dando forma a la etapa más lóbrega de la producción.
Desde 'La cosa' del eterno John Carpenter hasta el body horror marca de la casa Cronenberg, pasando por las masas informes a las que nos enfrentaron Larry Cohen y Chuck Russell en sus 'In-natural' y 'El terror no tiene forma' respectivamente, el abanico de influencias que toma 'Stranger Things 3' se antoja inifnito, y es tratado de un modo que lleva al límite su calificación por edades para mayores de 16 años, regalando algúna que otra secuencia espeluznante.
Eso sí; por mucho que nos pese, no todo en esta vida —y menos en 'Stranger Things'— es el terror, y los creadores del hit de Netflix son plenamente conscientes de ello. Para equilibrar la balanza, la serie vuelve a pivotar en torno a los cánones de la aventura adolescente de los ochenta, a la que esta vez se ha dado un enfoque más próximo a la acción desmelenada que evoca especialmente a clásicos como la 'Terminator' de James Cameron.
Pero si hay un dúo de referentes que representa a las mil maravillas la apuesta genérica de la temporada, ese es el compuesto por 'Amanecer rojo' y 'La invasión de los ultracuerpos'; dos cintas que se amalgaman en una 'Stranger Things 3' en la que la paranoia anticomunista de la época y su analogía alienígena de suplantaciones corporales se traducen en un espectáculo divertidísimo que no flaquea en prácticamente ningun momento.
Ven por la nostalgia y quédate por los personajes
Lejos de todo lo mencionado hasta el momento, si 'Stranger Things 3' triunfa sin prácticamente un sólo pero, y atrapa al espectador haciéndole cómplice y parte de su particular universo, es gracias a un fantástico plantel de personajes que continúa derrochando ese encanto que ya cautivó a muchos en 2016.
Después de dos temporadas junto a ellos, y potenciado por la naturalidad que impregna su construcción sobre el papel y la labor de sus intérpretes, Mike, Lucas, El y compañía ya forman prácticamente parte de casa. Hemos terminado asimilando sus personalidades, anticipándonos a sus movimientos y generando una empatía que, a fin de cuentas, es la que hace las veces del mejor pegamento imaginable para aportar solidez al relato.
Por supuesto, no todos los protagonistas de esta serie coral brillan con la misma intensidad y, en esta ocasión, la dupla compuesta por Steve y Dustin vuelve a alzarse como la estrella de la comicidad y la química en pantalla —por favor, necesitamos un spin-off centrado en ellos cuanto antes—; seguidos muy de cerca por el Hopper de David Harbour, cuya transformación en un detective macarra al más puro estilo 'Magnum' roba la inmensa mayoría de focos de la función.
Junto a estos viejos conocidos, las nuevas incorporaciones resultan igualmente estimables, especialmente la encantadora Robin de Maya Hawke, hija de Ethan Hawke y Uma Thurman; cuya genética —su registro de voz y físico son el reflejo de su madre— y dotes interpretativas la han convertido en una de las más grandes sorpresas que encierran estos últimos ocho episodios.
Tan deliciosa a nivel formal como narrativo
No hace falta limitarse a la construcción de sus protagonistas —geniales sus arcos y las subtramas románticas propias de su entrada en la adolescencia— para encontrar ejemplos de la fantástica labor que los hermanos Duffer, Curtis Gwinn, Paul Dichter, William Bridges y Kate Trefry han realizado escribiendo los libretos de 'Stranger Things 3'. Un trabajo modélico del que extraer grandes lecciones de todo tipo.
La que, probablemente, sea la más importante de todas ellas, se encuentra en el modo en que el equipo de guionistas logra conducir varias tramas en paralelo sin permitir que una sola de ellas decaiga en ningún momento, haciéndolas confluir todas en un capítulo final que, además de hacer gala de una causalidad envidiable en su desarrollo, brinda un fin de fiesta impagable.
Al mismo nivel, como no podría ser menos en una producción de un presupuesto cercano a los 100 millones de dólares, brilla una factura técnica que va un paso más allá al explotar ese look 80's de neones, colores primarios y sintetizadores, y cuyas secuencias de acción dejan en pañales a las vistas en anteriores temporadas, haciendo a 'Stranger Things 3' atractiva para todos nuestros sentidos.
Aún sin esperar demasiado de él, me ha sido imposible consumir con mesura este segundo regreso a Hawkins, devorándolo capítulo tras capítulo impulsado por sus magníficos personajes y un tono en el que comedia, terror y aventura desenfadada, se unen para evocar aquellas redondas superproducciones estivales que creíamos haber perdido para siempre.
Ahora sólo queda esperar a que los Duffer sepan cuándo echar el freno, y dar el cierre definitivo a 'Stranger Things' antes de que la fórmula termine por agotarse, pero si lo que tenemos por delante está al mismo nivel de esta tercera temporada, bienvenido sea.
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