"Cuando te conviertas en un chico de verdad...háblales de mí a las mujeres cuando crezcas" -Gigolo Joe
Con la muerte de Stanley Kubrick en 1999 concluía, al menos en lo personal (pues en lo creativo su relación proseguiría con esta película), la amistad que le unía con Steven Spielberg, y que no siempre fue sobre ruedas. Baste recordar que en los años 70 no se llevaban precisamente bien, a raíz de trabajar pared con pared en los estudios Pinewood, durante los rodajes de 'En busca del arca perdida' y 'El resplandor'. Pero en los años ochenta y noventa terminaron por respetarse mutuamente (o lo que eso significara para Kubrick) y a menudo hablaron de un proyecto que en un principio Kubrick quería dirigir, pero que finalmente ofreció a Spielberg para que lo dirigiera, mientrás él mismo lo producía. Algo así como una película de Spielberg, una producción Kubrick. Al cineasta del Bronx le había inspirado, en un principio, el relato corto de Brian Aldiss 'Los superjuguetes duran todo el verano', que él transformó y tituló 'A.I.' (en obvia referencia a su admirada 'E.T.'), y que esperaba que fuera su triunfal regreso a la Sci-Fi, truncado por otros proyectos y su fatal ataque al corazón.
Muerto Kubrick, Spielberg se puso a ello inmediatamente, y tres años después de 'Salvar al soldado Ryan', en 2001 (fecha proverbial), la completó. Al verla, muchos, con más mala baba que otra cosa, adujeron que era una película de Stanley Kubrick a la que Spielberg añadió su nombre. Y podemos afirmar que no hay nada más lejos de la realidad. El propio Spielberg completó el guión en solitario, a partir del tratamiento que hiciera Ian Watson para Kubrick por encargo. Es la primera vez, desde 'Encuentros en la tercera fase', nada menos, que Spielberg escribe el guión, lo que da idea del nivel de implicación emocional en este proyecto, además de los elementos puramente spielbergianos, y no kubrickianos, que salpican todo el relato (como veremos en el presente artículo). ¿Que también hay ideas o formas más Kubrick, que Spielberg incluyó como homenaje a su admirado amigo? Evidentemente.
Y por eso vamos a hacer referencia a Kubrick, al menos desde un punto de vista visual, o desde lo que podría haber dado de sí este material en manos del director de '2001, una odisea del espacio'. Pero esto es una película 100% Spielberg, con sus defectos habituales (que los tiene, y no son pocos) y sus aciertos y hallazgos, de los que también daremos cuenta. Hablando recientemente con mi compañero y colega Alberto Abuín, con quien encuentro pocos puntos en común precisamente en lo que a Spielberg se refiere, le comentaba que estaba viendo de nuevo esta película mientras charlaba con él, con motivo de hacer mejor este análisis, y como me encontraba en el primer acto de la historia, le dije que me parecía desoladora (a él le parece extraordinaria). Quizá tenía que haber esperado al segundo o tercer acto para comentarle lo que pienso de ella.
Pinocho y el hada azul
Esta es, junto con 'La lista de Schindler', la película más difícil de criticar de Spielberg, por la confluencia en ella de factores tan deslumbrantes como extraños o directamente incoherentes. Admirando a Spielberg tanto como lo hago (aunque algunos lleguen a pensar que no porque le cuestiono gran parte de su obra), me parece lamentable que un hombre de su talento termine naufragando estéticamente por cuestiones de lo que yo vengo en llamar "pornografía sentimental". Algo de eso hay en el final de Schindler, cuando rompe a llorar, en el epílogo vergonzoso de Ryan, o en el segundo acto (y en muchas partes del tercero) de ésta a ratos sensacional película, a ratos insostenible 'A.I.'. Una renovación del mito de Pinocho y su eterna búsqueda del hada azul con el objetivo de convertirse en un niño de verdad, que por momentos puede ser uno de los más desoladores cuentos de hadas jamás filmados y en otros bordea peligrosamente el ridículo más absoluto y la obviedad más zafia. Pero así es Spielberg.
La secuencia inicial es deficiente, bajo mi punto de vista, por la sencilla razón de que sobra. Es explicativa y atonal. Eso sí, los efectos visuales que hacen posible al meca (androide o inteligencia artificial) de esa secuencia son asombrosos, casi perfectos. A continuación pasamos a una escena que podía haber filmado Kubrick tal cual, bien lo sabía Spielberg cuando la planificó. Incluso la música sinfónica de fondo podría haberla elegido él. Se trata del momento en que Mónica Swinton (una excelente Frances O'Connor) va a visitar a su hijo en estado de congelación, por estar aquejado de una enfermedad incurable que le somete a ese estado vegetativo. Tanto el uso de la steady-cam en suave retroceso siguiendo a la madre doliente, como la luz y la música, son un homenaje en toda regla al director de 'La chaqueta metálica'. Con la aparición de David, el primero niño androide capaz de amar, da comienzo el primer acto, el más sólido y el más interesante bajo todos los puntos de vista. Tal como hiciera Kubrick con sus películas a partir de, precisamente, '2001', el filme está dividido en tres actos muy diferenciados y cortados entre sí a tajo, visual y temáticamente.
Las ramificaciones morales que se desprenden de comprar un superjuguete de última tecnología, un niño capaz de sentir y dar amor, son interesantísimas, y están tratadas por Spielberg con audacia y talento. El incontrolable amor maternal, la alienación infantil, el abandono de un ser querido, la certeza de la muerte, el hogar como una cápsula de felicidad pero también de frustración, la rivalidad entre hermanos. Durante una media hora, la película es una certera parábola, con la sci-fi de excusa, para hablarnos de las infinitas posibilidades de sufrimiento de un niño. Lo malo es que una vez termina, todo se deshilacha en dos partes más que no añaden nada nuevo ni al relato, ni a la sci-fi, ni a la carrera de Spielberg. En cuanto David se ve abandonado por su madre, la habilidad de Spielberg como narrador visual no decae, pero el guión pierde en concisión y solidez, pues el viaje de David, su peripecia, va dando bandazos, como el propio Spielberg, que mezcla la búsqueda del amor con la muerte de Dios (o la soledad del ser humano por ello), y que se acaba perdiendo en disquisiciones poco o nada relevantes.
La segunda parte tiene lugar en la Feria de la Carne y en Rouge City, y la tercera en el fin del mundo (una New York parcialmente sumergida). Acompañado casi hasta el final por Gigolo Joe (un buen Jude Law, aunque al final te importa poco lo que le ocurra), que viene a ser una especie de Pepito Grillo, rol compartido por el osito Teddy, David las pasará canutas persiguiendo su único y testarudo objetivo, convertirse en un niño de verdad para que su madre le quiera. Lo malo es que es difícil empatizar con él, porque su viaje es más abstracto que físico, más sensorial que emocional. En su guión, Spielberg se olvida de que un relato de itinerario tiene que gozar de un crescendo imparable. Lo que él ofrece es un conjunto de altibajos notables, un incontestable de más a menos, que a ratos parece levantar el vuelo, pero que vuelve a descender a un cine corriente que trata de pasar por elaborado y profundo, cuando no es más que una colección de obsesiones de Spielberg mal desarrolladas.
Haley Joel Osment se deja la piel, literalmente, en un trabajo loable, que ofrece mucho más de lo que hay sobre el papel. Spielberg se planteó adaptar la famosa saga de 'Harry Potter', con él de protagonista, que le había asombrado en 'El sexto sentido'. Pero finalmente no logró los derechos, y le ofreció este difícil papel en el que no debía parpadear jamás, y con el que debía pasar del hieratismo más radical a la humanidad más lacerante. Pero con la dispersión que sufre esta película, finalmente tanto esfuerzo acaba quedando en casi nada. Y menos aún con ese epílogo que debe ser la cumbre de los anti-climax. Spielberg se entrega, sin complejos, pero también sin mesura, a la narración de sentimientos ancestrales con la mirada de un niño, pero también con el nivel intelectual de un niño, y lo cortés no quita lo valiente, pero termina por arruinar muchas posiblidades.
Ahí queda esa primera parte de cine con mayúsculas, seguida de otras dos poco inspiradas. Pero con ello empieza Spielberg su década de madurez absoluta. Ya queda menos para terminar.