Soy pobre, negra. Puede que sea fea. Pero, por Dios, estoy aquí. ¡Estoy aquí!
- Celie
A la película más desatada, más frenética y trepidante de Spielberg, le sigue, con pocos meses de diferencia, un largometraje que inaugura el escaso ramillete de títulos que algunos han venido a llamar las “cintas serias” de un director que ya era, a mediados de la década de los ochenta, el más famoso del mundo, pero que quería obtener un prestigio que muchos dudaban que pudiera llegar a obtener. Y que otros muchos, aún hoy, le niegan sistemáticamente.
Es decir, que tras la locura, el cómic barroco de ‘El templo maldito’, Spielberg decide adaptar la novela ganadora del premio Pulitzer, escrita por Alice Walker pocos años antes. Por primera vez en varios proyectos (y la única desde entonces), Spielberg no contaría con John Williams para hacer la música, sino que echaría mano de Quincy Jones. Y por primera vez su admiración e influencia por John Ford sería obvia y apasionada.
Un melodrama social
Si repasamos la carrera de Steven Spielberg, muy pocos de sus relatos son contemporáneos. Muy al contrario, la mayoría se centran en épocas más o menos recientes de su país, o bien en el futuro del mismo. En este caso, el trasfondo es el sur de Estados Unidos, aunque la región exacta no es especificada, y la época es a principios del siglo XX. Pero no es necesario establecer con exactitud fecha y lugar. Basta atisbar ligeramente el ambiente para hacerse una idea general.
No sería justo, por cierto, etiquetar esta película como un mero melodrama racial, porque no lo es. Si la observamos bien, pronto sale a la luz que en realidad es un relato profundamente feminista. Pero tampoco se queda ahí. Si ‘El color púrpura’ es la gran película que muchos admiran, una de las razones es que bajo su superficie y sus arquetipos sabe profundizar como pocas películas de su director en la condición humana, y como ninguna otra en la condición femenina, en su fragilidad y en su fuerza, en la eterna lucha por la dignidad que una mujer debe emprender cada día, muchas veces pisoteada por la crueldad y la indiferencia de los hombres.
Es por eso que este conmovedor relato no es otra cosa que la búsqueda de la libertad por la reina de las perdedoras, la entrañable Celie Johnson, interpretada con estremecedora verdad por la excelente actriz Whoopi Goldberg. Detrás de eso, por supuesto, tiene lugar una certera y poco complaciente con el espectador descripción de una dura y descarnada realidad social, en la que la diferencia entre los pobres y los ricos, y, más aún (y es un tema apasionante en la película), entre los ignorantes y los que tienen estudios o preparación, es brutal y dramática, en el sentido más visual y dinámico de la palabra.
No creo que sea exagerado calificar de exquisita la búsqueda del detalle en los ambientes que Spielberg y su diseñador de producción, el legendario J. Michael Riva, pues consiguen alcanzar la excelencia, en una labor que sí puede considerarse como de tres dimensiones, pues traspasa la pantalla el amor por la verosimilitud en la dirección artística, los decorados, el vestuario (que es portentoso), el atrezzo. Pero claro, Spielberg también contó con la inestimable labor del operador Allen Daviau, con quien ya había trabajado en ‘E.T’ y volvería a trabajar en ‘El imperio del sol’, que aquí firma sin duda su mejor trabajo, captando a menudo la hora mágica y otorgando una luz suave y aterciopelada durante el día, a la vez que contrastada y audaz en las tomas nocturnas.
Vivir, sentir, ser persona
Celie es pisoteada de manera inmisericorde desde el mismo comienzo de la película, tanto física, como psicológica y moralmente. Spielberg la sigue con una cámara que nunca había sido tan contenida, tan compasiva y tan humilde. Para él, no existe mayor heroína, ni mayor peripecia vital, que la historia de esta cría mil veces violada y mil veces arrojada al barro, que con una tenacidad indescriptible, aguanta estoica el castigo, y sólo al final, en la última secuencia, se revuelve y rompe las cadenas que la someten.
Y en ese itinerario vital, en esa cárcel que la convierte en esclava del brutal personaje de Danny Glover, caminaremos a menudo al borde de las lágrimas, desde las reglas más nobles del melodrama más desatado. Pero eso no nos impedirá observar a los miserables y a menudo débiles, estúpidos, crueles hombres negros, y a las fuertes, generosas, vitalistas y resueltas mujeres negras que parecen contentarse con su suerte, pero que no dejan de luchar por un futuro mejor, y por recobrar su dignidad. La vehemencia conque Spielberg filma a estas pobres pero orgullosas señoras negras carece de todo prejuicio, y se entrega sin complejos a emocionarnos.
Al final, hay un gozoso regreso a la infancia, un renacer. Y Spielberg se postula como el gran director de actores que es, y el versátil y poderoso narrador de historias que, aún hoy, sigue asombrándonos de cuando en cuando. Esta joya es uno de sus logros más importantes como cineasta.