Nos encontramos en un periodo de guerra civil. Las naves espaciales rebeldes, atacando desde una base oculta, han logrado su primera victoria contra el malvado Imperio Galáctico. Durante la batalla, los espías rebeldes han conseguido apoderarse de los planos secretos del arma total y definitiva del Imperio, la ESTRELLA DE LA MUERTE, una estación espacial acorazada, llevando en sí potencia suficiente para destruir a un planeta entero. Perseguida por los siniestros agentes del Imperio, la Princesa Leia vuela hacia su patria, a bordo de su nave espacial, llevando consigo los planos robados, que pueden salvar a su pueblo y devolver la libertad a la galaxia....
Es, con mucha diferencia junto a 'El imperio contraataca' ('Star Wars. Episode V: The Empire Strikes Back', Irvin Keshner, 1980), la película que más veces he visto en mis cuarenta años de vida. Tanto es así, que pasada la cincuentena de revisiones dejé de contar, y eso fue hace ya algo más de una década en la que he seguido volviendo a ella —y a la trilogía original— de forma impenitente año tras año. Ante tal revelación, es más que obvio que a la hora de valorar 'La guerra de las galaxias' ('Star Wars', George Lucas, 1977), esa objetividad sobre la que siempre afirmo que es casi inexistente en cualquier crítica cinematográfica, se tome aquí unas totales vacaciones.
Tanta es la relevancia de éste primer episodio de la trilogía galáctica, que los recuerdos asociados a ella se agolpan raudos en mi memoria: aunque no fue la primera película que vi en el cine —no había cumplido todavía dos años cuando se estrenó aquél mes de noviembre en nuestro país— sí que fue la primera que adquirí en VHS pagándola, con la complicidad de la dependienta de mi videoclub habitual, en cómodos plazos de 100 pesetas semanales. Fue también, como decía el otro día, la primera banda sonora que quise tener, algo que conseguí yéndome a casa del primo de un compañero de instituto y grabándome en casette los dos vinilos que aquél afortunado poseía.
Y podría seguir, pero creo que los dos ejemplos anteriores son más que suficientes para que os hagáis una idea de la presencia constante que durante toda mi vida ha ejercido esta "space opera" que inicialmente tendría que haber sido una adaptación de 'Flash Gordon' pero que, por indisponibilidad de los derechos sobre el personaje de Alex Raymond, terminó construyéndose como una historia completamente original en la que el guionista y director nos iba a llevar a una fantasía situada en una galaxia muy, muy lejana, que en muchos sentidos supondría un antes y un después en la historia del séptimo arte.
Música épica para una aventura galáctica
'La guerra de las galaxias' cambió mucho de lo que hasta entonces se entendía como espectáculo en la gran pantalla y, fuera de ella, también operó muy relevantes cambios en la forma en la que el cine comenzaría a explotar de forma masiva las posibilidades poco exploradas hasta entonces del merchandising, siendo la cinta de Lucas pionera en generar miles y miles de productos diferentes con los que sacarle los cuartos a esos padres que se veían acosados ante los empellones de sus hijos por poseer todo aquello que se relacionara con el fascinante universo que el cineasta construía tirando de reinterpretar mitologías literarias, géneros cinematográficos y enseñanzas religioso-filosóficas.
Uno de esos productos, que daría para una entrada exclusiva, fue por supuesto la banda sonora con la que John Williams alteraría de forma categórica la forma en la que la industria había venido contemplando a la música de cine durante la década y media anterior: recuperando para Hollywood las más ampulosas sonoridades orquestales, las casi dos horas de música que el maestro escribía para 'La guerra de las galaxias' trascendían muy pronto la gran pantalla para, primero, batir récords de venta con el doble LP que contenía hora y cuarto del trabajo del compositor y, después, haciéndose eco del fenómeno sociológico que fue la cinta, terminar hasta en las discotecas de la época con versiones —bastante horteras, todo sea dicho— de algunos de sus temas.
Con el paso de los años, y a través de incontables ediciones parciales o totales que lo convierten en el score más editado de la historia del cine —de las que resaltaría aquella caja de cuatro discos editada por Arista a principios de los noventa y, por supuesto, los compactos holográficos que RCA publicó con motivo del 20 aniversario—, la música de 'Star Wars' iría adquiriendo cualidades que en muchos sentidos superan a la propia película; y no exagero al afirmar que tanto la fanfarria del filme, esa que tanto bebe del trabajo de Erich Wolfgang Korngold para 'Abismo de pasión' ('King's Row', Sam Wood, 1942), como la marcha imperial forman parte ya del acervo cultural de la humanidad.
Intrincada, compleja, y acoplada a las imágenes hasta extremos que parecen heredar en muchos momentos los modos compositivos que se utilizan en la animación, la precisa puntualización que Williams va haciendo de todas y cada una de las secuencias que conforman el metraje de 'La guerra de las galaxias' se establece en unos parámetros que resultarán fundamentales en la evolución que la música de cine sufra a partir de 1977. Echando mano de la figura wagneriana del leitmotiv —un motivo recurrente asociado a un personaje o a un concepto— Williams apoya este primer paso de la trilogía galáctica en los temas de Luke, Leia y, sobre todo, el de la fuerza.
El primero, que queda apuntado en la fanfarria inicial, es asociado de forma indisoluble al hijo de Anakin Skywalker desde la primera aparición del mismo en pantalla, con los metales interpretando una versión que mezcla de forma elocuente la solemnidad que quiere revestir al personaje con el talante aventurero de Luke...¡¡y todo en siete notas!!. Con el motivo escrito para Leia, de una belleza asombrosa y un lirismo espectacular, Williams describe desde sus pentagramas a esa princesa frágil y determinada al mismo tiempo que encarna con singular carisma una Carrie Fisher capaz de plantarle cara a cualquiera de sus compañeros de reparto.
Pero el que a mi parecer se lleva la palma, por cuanto es junto con la marcha imperial lo mejor que el maestro escribe para esta primera trilogía, es el tema de la fuerza: evocador y épico y con el mismo número de notas que el que conforma el de Luke, la primera aparición del motivo que se ligará al poder y la nobleza de los jedis y que, por extensión, será representante musical del bien en esta galaxia lejana, es de esas que nunca se olvida por cuanto, en términos visuales, es de las escenas más bellas de la cinta, aquella en la que Luke observa con cierta melancolía la puesta de los soles binarios anhelando dejar Tatooine y poder surcar las estrellas.
Personajes cercanos en mundos lejanos
El deseo que se refleja en el rostro de Mark Hammill y el que éste no sea más que un adolescente de 19 años, es uno de muchos aciertos en la descripción de personajes que Lucas hace por mano de un guión que, al contrario que la nueva trilogía y sus esperpénticas complejidades, basa su gran efectividad en un trazado simple que narra una sencilla historia de fantasía y aventuras de las de siempre —que bien podría haber estado ambientada en el medievo— mezclándola con un contexto de ciencia-ficción de forma más que habilidosa.
Llevada al confín de otra galaxia —el rótulo inicial ya atesora una carga de épica asombrosa con tan sólo nueve palabras—, este relato del eterno enfrentamiento entre el poder del bien y el del mal juega a ganarse al espectador por la precisión con la que trata la dicotomía entre familiaridad y novedad, siendo imposible no dejarse encandilar, ya por la habilidad con la que discurre toda la narración —de una fluidez asombrosa que carece de tiempos muertos—, ya por los siete protagonistas que hacen de 'La guerra de las galaxias' esa gozada a la que nunca cuesta volver por mucho que se haya revisado hasta el hastío.
Mi favorito siempre será el irredento caradura que pilota la nave más rápida y con más problemas mecánicos de la galaxia, pero sólo por una pequeña distancia sobre el sexteto que conforman Luke —un personaje que ganará, y mucho, con el transcurrir de la saga—, Leia, el felpudo con patas, el irritante lingote dorado, el cabezudo de R2 y, por supuesto, ese villano de capa negra, atuendo negro, máscara negra y respiración entrecortada que es Darth Vader, probablemente el mejor hallazgo de cuantos Lucas ideó hace casi cuarenta años.
La potente entrada del lord sith, que Williams aún no rubrica con la marcha imperial optando por un breve y conciso motivo de tres notas ejecutado en los metales, la voz de James Earl Jones —o la aún más impresionante de Constantino Romero en la versión doblada al castellano—, el misterio que envuelve al personaje por boca de Obi-Wan en ese relato sobre la fuerza que Alec Guinness le traslada a Mark Hammill —acaso el mejor diálogo de la cinta—...todo se da la mano para convertir a Darth Vader, como ya apuntábamos días atrás en las entradas dedicadas a la nueva trilogía, en el villano por antonomasia de la historia del cine.
Salto a la velocidad de la luz
En los cuarenta años que casi han pasado desde el estreno de 'La guerra de las galaxias' si algo ha cambiado de forma radical en la industria cinematográfica eso han sido los efectos especiales. Las elaboradas maquetas que en la primera entrega de la trilogía nos dejaban asombrado han dado paso a complejos modelos tridimensionales digitales. Los diferentes trucajes de artesanía que, combinados, ponían en pie la batalla de la Estrella de la Muerte que daba cierre al primer capítulo de la saga, tiempo ha cedieron su completo protagonismo al todopoderoso ordenador dando lugar a lo que, en la entrada que dedicábamos al 'Episodio II', calificábamos como delirio digital.
Resulta pues irónico que, volviendo a revisar por enésima vez el producto original —cuidado, el original de verdad, no aquél que se estrenó en 1997 con retoques por doquier— llame poderosamente la atención el ínfimo envejecimiento que acusan todos y cada uno de los efectos especiales de 'La guerra de las galaxias'. Ya en su momento, en 1977, lo que Lucas y sus chicos conseguían suponía un salto de gigante con respecto a casi todo lo que se había visto hasta entonces en términos de trucajes, y desde el ataque inicial a la nave rebelde por parte del crucero imperial hasta el citado asalto a la estación de combate del imperio, el asombro era perpetuo.
Un asombro que resiste incólume y que, en su talante "casero" aporta un grado de mimo y cariño por lo que se hacía que, por supuesto, será imposible encontrar dos décadas más tarde cuando Lucas vuelva a su universo y viole todo lo que en él había creado en aras no se sabe muy bien de qué —bueno sí, del vil metal. Huelga afirmar pues que, en lo que a este redactor se refiere, resulta muchísimo más veraz un X-Wing de los que vemos aquí construido con piezas mil y elaborado con esmero que las doscientas mil naves que bailarán sobre las arenas de Geonosis en el acto final de 'El ataque de los clones'.
'La guerra de las galaxias', clásico en toda regla
Decía antes que la historia que George Lucas hilvana en este capítulo inicial de la trilogía original no brilla precisamente por su complejidad, una afirmación a la que habría que añadir el que, por momentos, sus diálogos se muevan por terrenos cercanos al sonrojo. Pero ambos extremos quedan aplastados, ya por la magia que destila todo el conjunto gracias al tono épico que se deriva del sustrato sobre la fuerza y los jedi, ya por las razones que hemos ido dando en el transcurso de la entrada, ya porque, en términos visuales, hay que reconocerle al director la espléndida labor que ejecuta tras el objetivo y en la sala de montaje.
Lo comentaba antes: la fluidez narrativa de la que hace gala la cinta, que evita que tenga ni un sólo tiempo muerto, nos lleva de un lugar a otro con una facilidad extrema —imaginativas cortinillas mediante— que la percepción al terminar de que hayamos estado dos horas delante de la pantalla se nos hace muy difícil de creer. Máxime cuando la sorpresa siempre está a la vuelta de la esquina y Lucas sabe como mantener el suspense de tal manera que, si bien es fácil anticiparse a la victoria del bien sobre el mal, no seamos capaces de leer a distancia cómo será ésta.
Plagada de escenas que llevan cuatro décadas formando parte del imaginario cinematográfico colectivo de varias generaciones, creo necesario apuntar, dado el personal cariz que he pretendido darle a esta entrada, a aquellas que siempre consiguen emocionarme como el primer día: la puesta de soles de la que hablábamos antes, la conversación de Luke y Obi-Wan sobre la fuerza que también citábamos más arriba, el duelo entre éste último y Darth Vader —que visto con ojos de infante era increíble—, la persecución a dos bandas por la estrella de la muerte, el salto de Luke y Leia o el momento en que aquél desconecta la computadora de objetivo del X-wing para dejar que la Fuerza guíe sus pasos y cómo entra ahí el tema musical de Williams...
Todos ellos —a los que sumaría, por supuesto, el apoteósico final en la sala del trono con el motivo de la fuerza orquestado a modo de marcha triunfal—, y muchos más, hablan de forma inequívoca de la sempiterna grandeza que atesoran 121 de los más grandes minutos de cine a los que muchos nos hemos podido asomar a lo largo de nuestras vidas. Habría mucho más que decir, pero todo lo que pudiéramos añadir redundaría en seguir dando a entender la consideración de éste maravilloso filme, a ojos del que esto suscribe, como un clásico irrepetible que, no obstante y como todos sabemos, será superado con amplitud por esa obra maestra que es su inmediata continuación.
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