Tras el estreno en nuestro país de la simple ‘Figura ocultas’ (‘Hidden Figures’, 2016), que además ha sido nominada al Oscar de mejor película —cada vez que pienso en ello no puedo evitar reirme— es un buen momento para rescatar el trabajo previo de su director, Theodore Melfi. ‘St. Vincent’ (íd., 2014) es la segunda película dirigida por Melfi, y posee no pocas conexiones con su último film. En lugar de hablar de la diferencia racial, se habla de la generacional.
La historia de niño con madre separada, puteado en la escuela, que encuentra un amigo en alguien mucho mayor que él —a veces se trata del abuelo, de un vecino, o alguien de otro país— suena sin duda a tópico. Y es que Melfi va camino de convertirse en un manejador de tópicos con mensaje buenrrollistas, donde la maldad del mundo es poca cosa y los buenos sentimientos, como las buenas acciones, lo dominan todo. Como en su nominada cinta, los actores elevan la película a una altura considerable.
En ‘St. Vincent’ coinciden dos intérpretes asociados con el género de la comedia. Por un lado Bill Murray, actor extraño donde los haya, que personalmente nunca me ha dicho nada, ni siquiera en su exageradamente laureada interpretación a manos de Sofía Coppola, y muchísimo menos como uno de los paladines de la comedia de los años ochenta. Por otro Melisa McCarthy, una de las reinas cómicas de la actualidad y que curiosamente terminó protagonizando el remake de uno de los mayores éxitos taquilleros de Murray.
Creo que ambos son lo mejor del film, al igual que la interpretación del jovencito Jaeder Lieberher, en su debut en el cine —más tarde hemos podido verle en la excelente ‘Midnight Special’ (íd., Jeff Nichols, 2015), y pronto le veremos en la esperada adaptación sobre ‘It’ (2017)—, de una naturalidad sorprendente para un niño de esa edad. Melfi podrá ser todo lo tópico que se quiera, siempre al borde de la sensiblería, pero de lo que no hay duda es del excelente director de actores que es.
Nadie es lo que parece
Murray es el Vincent del título. Uno de esos tipos ya mayores que a ojos de los demás es un aprovechado, casi siempre está borracho, tiene la casa hecha un desastre y no goza de demasiadas simpatías. Un tipo que se convierte, por decisión propia —realmente interés en el dinero que puede cobrar por ello— en el canguro de su joven vecino, aquejado de falta de atención materna. Como era de esperar, Vincent lleva al chaval a bares, a las carreras de caballos y le enseña a pelearse. La adecuada educación aparece en el subtexto.
Si el film sobre las mujeres de color que aportaron mucho más que su presencia a las investigaciones de la NASA habla precisamente de lo poco conocido, o popular, que fue ese hecho, el Vincent de Murray también posee una cara oculta, un pasado que nadie conoce, y cómo no, un presente que no desea ser molestado, ese que atesora los mejores instantes del film. Vincent se desvive por poder pagarle a su mujer enferma una residencia digna. Con todo esto, uno de los mensajes más claros de ‘St. Vincent’ es que las apariencias engañan.
Murray presta todo su repertorio de caras indecisas que curiosamente aquí le van como anillo al dedo, mostrando una perfecta compenetración con McCarthy, más seria que nunca. Un tercer personaje, una prostituta, apodada muy adecuadamente la dama de la noche, sirve a Naomi Watts otra oportunidad de demostrar su condición camaleónica, aunque el personaje aparezca muchas veces metido a calzador, pero enriqueciendo en cierta manera una pequeña jungla habitada por muy diferentes tipos de personas.
Los títulos de crédito finales, con Murray cantando la canción que escucha su personaje, ‘Shelter from the Storm’ de Bob Dylan, no tienen desperdicio.
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