Mal pagada y denostada de forma progresiva desde que internet comenzara a invadir nuestra vida y todo aquél con un teclado a mano se transformara de repente en cronista de la realidad que nos rodea, la profesión de periodista ha perdido hoy una considerable parte del relumbre y el apoyo incondicional de los lectores que la acompañó durante buena parte del s.XX en su vertiente menos amarilla y sensacionalista, claro está. Y, con todo, ahí siguen los miles de redactores que a lo largo y ancho de este mundo van dando cuenta diaria de lo que ven y que, en algunos casos, se dejan la piel para que la noticia llegue al público lo antes posible.
Una labor reivindicable como la que más que merecería mucho más respeto y atención que el que habitualmente se le concede y que, a lo largo de las décadas, ha ido encontrando toda clase de reflejo en el séptimo arte, desde la comedia imprescindible —y aquí habría que citar, por supuesto, a 'Sucedió una noche' ('It Happened One Night', Frank Capra, 1934), o 'Primera plana' ('The Front Page', Billy Wilder, 1947)— al drama de gran calado que fue, por ejemplo, 'Todos los hombres del presidente' ('All the President's Men', Alan J. Pakula, 1976), pasando por el efectivo thriller que compuso Kevin McDonald en la espléndida 'La sombra del poder' ('State of Play', 2009).
Sacudiendo cimientos
Lo que todos esos títulos y todos los que me dejo en el tintero virtual comparten, es un variable respeto por el cuarto poder —no todas las miradas que se han vertido desde el mundo del cine han ido en aras de alabar a los periodistas, ni mucho menos— que, en el caso de el último citado, se convertía en una reflexión no exenta de cierta componente nostálgico-romántica hacia una forma de hacer periodismo abocada a su desaparición: la del periodismo de investigación que es el motor fundamental que mueve 'Spotlight' (id, Thomas McCarthy, 2015).
De hecho, hay también en una de las favoritas a alzarse el próximo mes de febrero con el Oscar a la Mejor Película una componente nada desdeñable de loa hacia el trabajo en la sombra de esas personas obsesionadas con sacar a relucir hasta el último resquicio de verdad que haya quedado sepultado en una potencial noticia. Una noticia que en el caso de 'Spotlight' implicó a cuatro reporteros del Boston Globe que destaparon uno de los mayores escándalos a los que se ha visto expuesta la Iglesia Católica, el de los abusos continuados de menores por parte de miembros de la institución durante cuatro décadas.
Unos abusos que la Iglesia, en toda su magnificencia y amor por el prójimo, tapó de forma indiscriminada y que, gracias al incesante y concienzudo esfuerzo de los citados periodista, sacudió —no era para menos considerando que en él estuvieron implicados casi 250 individuos— los cimientos de una organización que, en Boston como en tantas otras ciudades alrededor de nuestro planeta, sigue siendo tan intocable como antaño y atesora tantas sombras que confiar en ella resulta, como poco, harto complejo cuando salen a la luz casos como el que aquí queda reflejado.
'Spotlight', AMÉN
Para lograrlo, para erosionar de manera tan efectiva la ya maltrecha imagen de la Iglesia, 'Spotlight' evita en todo momento echar mano de un sensacionalismo que, sin duda, habría restado muchos enteros a su efectividad y sus objetivos. En su lugar, McCarthy rueda la cinta de forma sobria, sin alardes innecesarios y colocando la cámara de tal manera que sus actores, la base sobre la que se asienta todo, puedan dejar respirar a los personajes a los que encarnan y lograr del espectador la inmediata empatía con ellos por mucho que, en ciertos casos, estén definidos con cuatro trazos mal contados.
Ahí está, por ejemplo, la periodista a la que da vida Rachel McAdams —que, curiosamente, ejercía la misma profesión en la citada 'La sombra del poder'— o el redactor al que encarna John Slattery, de quiénes el filme afirma muy poco en contraposición con lo que sí se nos desvela de modos muy sutiles de un espléndido Michael Keaton —impresionante el momento que está viviendo el que fuera Batman—, un soberbio Mark Ruffalo, un contenido Liev Schrieber, o de Stanley Tucci, ese eterno secundario al que nunca se le hará suficiente justicia que cierra el cuarteto de intérpretes que se llevan de calle la función cada vez que aparecen en pantalla.
Con la sutileza por norma, 'Spotlight' es uno de esos filmes que hipnotiza gracias a la precisa y equilibrada combinación de todos los factores que se ven implicados en la producción y del que se puede decir con tranquilidad que nada sobra —no hay ni un minuto de proyección al que se le pueda colgar la etiqueta de eliminable— ni nada falta. Una cualidad de la que adolece mucho del cine de rápido consumo y aún más veloz digestión que pasa semana tras semana por nuestras pantallas y que habla, mejor que cualquier otra, de lo sobresaliente de esta sólida propuesta.
Otra crítica en Blogdecine | 'Spotlight', desarmando a la Iglesia
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