El merecido pinchazo de la desastrosa ‘La serie Divergente: Leal’ (‘Allegiant’) ha hecho que se comente mucho la progresiva decadencia de de los saltos al cine de las sagas juveniles literarias de éxito. De hecho, hasta ‘Los juegos del hambre’ se despidió hace unos meses con la entrega menos taquillera de la saga, mientras que la lamentable ‘La quinta ola’ (‘The Fifth Wave’), sin llegar a ser un fracaso, también se quedó muy por debajo de lo esperado.
Sin embargo, hace ya tiempo que quedó claro que el público no estaba dispuesto a consumir alegremente cualquier adaptación de este tipo, lo cual provocó que muchas franquicias no llegasen a pasar de su cinta inicial. Una de ellas fue ‘Soy el número cuatro’ (‘I Am Number Four’), la ridícula y aburrida versión cinematográfica de la primera de las siete novelas que dan forma a ‘Los legados de Lorien’ que esta noche se emite en Cuatro.
Lo peor de dos mundos
Lo que más me llamaba la atención de ‘Soy el número cuatro’ es que, al menos sobre el papel, apostaba de forma decidida por la ciencia-ficción sin la necesidad de recurrir a una distopía. De hecho, su punto de partida recuerda ligeramente al de Superman, con la diferencia de que aquí son nueve los extraterrestres que llegan a la Tierra huyendo de la destrucción de su planeta llevada a cabo por una raza especialista en esos temas.
Ya de entrada, la adaptación realiza un trabajo bastante pobre presentando la amenaza a la que tendrá que hacer frente el Cuatro del título y definiendo su nueva rutina. No falta el protector que está condenado a sufrir un destino a elegir entre solamente dos posibles -acaba tocándole el más tópico, aunque la alternativa era caer en el absurdo, así que…- y el interés romántico que hará que obvie su componente fantástico durante varias fases del metraje.
A partir de ahí, el libreto de Alfred Gough, Miles Millar y Marti Noxon -los dos primeros fueron los creadores de la televisiva ‘Smallville’, algo que sospecho que fue clave para su contratación- nos ofrece un demasiado típico retrato de la vida en el instituto aliñado con un romance soso complementado con unos diálogos que impiden tanto que nos tomemos la cosa mínimamente en serio como el objetivo mínimo de entretener al espectador.
Curiosamente, esa es la parte -la del instituto, el romance ya tal- menos lamentable de la función, ya que ‘Soy el número cuatro’ fracasa a lo grande cuando tiene que centrarse en la creación y el desarrollo de su propia mitología. Aquí hay demasiados puntos que destacar negativamente, pero el más llamativo está en el diseño de los villanos, tan sobrecargado y evidente que resulta imposible creer tanto que puedan pasar desapercibidos como que alguien acepte cualquier tipo de alianza con ellos.
’Soy el número cuatro’, menudo desastre
Tampoco ayuda demasiado la relación de un sinsangre Alex Pettyfer con un desacertadísimo Timothy Olyphant que jamás consigue transmitir la sensación de referente paternal para el protagonista. Sus tiras y aflojas cansan casi tanto como la relación de Pettyfer con una Dianna Agron que se limita a ser la típica cara bonita que en su intento de parecer una adolescente más profunda sólo resulta aún más aburrida y vulgar -ojalá se hubiera parecido más a su excéntrica Quinn de ‘Glee’-.
Poco conseguido está también el proceso por el que el protagonista va descubriendo sus poderes y empezando a controlarlos, ya que avanza a trompicones y en no pocas ocasiones queda todo reducido al porque sí de turno. La alarmante falta de garra tanto del libreto como de la puesta en escena de D.J. Caruso son la guinda revenida para un pastel podrido en el que hasta falla el azúcar de la espectacularidad.
Siendo claros, ‘Soy el número cuatro’ confunde el ser aparatosa y llamativa con la épica y el espectáculo. A decir verdad, no hay ni una sola escena estimulante visualmente y lo único que queda para el recuerdo son las torpezas cometidas en ciertos momentos. Vale que 60 millones no dan para algo grandioso, pero uno debería saber qué batallas ha de luchar en lugar de lanzarlo todo al tuntún a ver si algo funciona. Lo más probable es que nada lo haga.
Vayamos por partes, historia muy mal llevada, personajes sin el más mínimo interés -hasta el de Teresa Palmer, que al menos es más echado hacia delante-, tópicos por doquier -habrá que concederle que al menos los del instituto no son un insulto a la inteligencia-, fallida -y soy generoso- visualmente, un director incapaz de imprimir energía a un producto sin alma que da toda la sensación de estar hecho para sacar beneficio rápido a partir de la nueva moda.
¿Y lo bueno? No sé, su falta de secuela quizá, porque otra saga a lo Crepúsculo ya sería demasiado para el cuerpo. Además, poco después llegaron ‘Los juegos del hambre’ y dejaron claro que adoptar como central el enfoque romántico-bobalicón ya no era lo que realmente emocionaba al público. Ahora ya han agotado el de la franquicia con Jennifer Lawrence y sus sucedáneos, así que a saber con qué nos sorprenden ahora.
En definitiva, ‘Soy el número cuatro’ es un bodrio que asimila lo peor de dos mundos, el romance adolescente más repelente y el cine de superhéroes sin alma ni interés en tener la más mínima identidad propia. Metes todo eso en una batidora, le unes más implicados incapaces de mostrar el más mínimo talento y lo que nos queda es una película que no recomendaría a nadie, ni a mi peor enemigo.
Otra crítica en Blogdecine | 'Soy el número cuatro', alienígenas por vampiros (por Juan Luis Caviaro)
Ver 26 comentarios