Del "me llamo Bethan Gwyndaf" al "miento desde los ocho años", confesiones del personaje protagonista de la serie británica 'In my skin' que no se desarrollan precisamente en ese orden, pasan dos temporadas de una ficción que es inevitable que te deje el corazón marcado para bien y para mal.
Esta serie original de la BBC se puede ver ya en España, tras el estreno en la televisión anglosajona de su primera temporada en 2018 y la producción de una segunda en 2021, a través de Filmin.
Antes de ponerla, una advertencia: 'In my skin' no se deja ver, sino que se devora; no solo por el hecho de que cada temporada esté conformada por cinco capítulos de unos 30 minutos, aproximadamente, ni por el hecho de tener grandes similitudes con otras joyas como 'Fleabag' o 'Derry Girls'. Más bien, se trata de una serie adictiva y especial por ser tragicomedia en carne viva y mostrar los polos opuestos de una vida sin privilegios.
La necesidad de vivir en el engaño
Beth no tiene nada que ver con el resto de adolescentes galeses de 17 años que pueblan 'In my skin' a pesar de que todos tienen sus ciertas estridentes peculiaridades, que no dejan de crear personajes llamativos que completan el universo sin llegar a sacar al espectador de la pantalla.
La protagonista de la serie va condicionada cada día a clase con una mochila emocional que no quiere que se descubra: el hecho de que su madre, con trastorno bipolar diagnosticado, tiene cada dos por tres crisis nerviosas que la desestabilizan y, con ello, también consiguen arrastrar a su hija y el añadido de que su padre sea una persona alcohólica con un comportamiento abusivo y violento que dificulta todo aún más. Sin cuidados, sin dinero y sin escapatoria.
Cuando una está en esas, tiende a buscar una vía de escape en un mundo imaginado que pueda controlar y cuyo guion alivie en cierta medida el dolor y, a fin de cuentas, la vergüenza social que Bethan manifiesta tener por algo que ni es su responsabilidad ni es su culpa.
Aun así, ‘In my skin’ retrata bien ese sentimiento lapidario que ejerce el sistema sobre las víctimas y las supervivientes de violencia machista, con un plus de responsabilidad extra sobre el personaje al tener que actuar, muchas veces, como la madre en la relación con su propia progenitora, que se ve arrastrada durante buena parte de los capítulos por su enfermedad mental.
A pesar de que ‘In my skin’ tiene muchísima carga emocional y de que parte de su magia reside precisamente en eso, el personaje que interpreta la actriz galesa Gabrielle Creevy es extremadamente divertido y risueño. Dan ganas de hacerse su amiga inmediatamente al ver la personalidad pura que tiene cuando hace bromas con sus dos mejores amigos, Lydia y Travis, o cuando empieza a descubrir su sexualidad con compañeras de clase que se convertirán en sus primeros amores. Ese encanto viene acompañado de una dualidad porque Bethan es un ‘fraude’, vende una imagen de familia y casa normativa siempre interesante por los planes culturales y bienes que poseen cuando la realidad es que en su casa no hay casi nunca nada para cocinar ni tiene dinero en el bolsillo.
La protagonista necesita vivir engañada —de ahí la frase de "miento desde los ocho años"— para sobrevivir dentro del círculo de la violencia machista y de un pozo negro que la consume por ser violentada y, a la vez, tener que cuidar de su madre. Es de ahí de donde nace esa idea de necesitar habitar otra vida, al menos de cara a la galería, y evidenciar de forma paralela el que el personaje se refugia, como pasa con Alex en 'La asistenta', en el arte: concretamente en la escritura creativa.
Parte de ese dejar volar su ‘yo’ de forma libre se ve reflejado también en imágenes, cuando los espectadores se encuentran en ciertas ocasiones con ensoñaciones de Bethan que vienen a adelantar cuál sería el escenario deseado por la protagonista.
La vida del deseo y la no existencia
Dentro de este juego aspiracional, 'In my skin', creada y guionizada por **Kayleigh Llewellyn y dirigida por Molly Manners y Lucy Forbes (ganadora del Bafta Cymru, la rama galesa de los premios británicos, a mejor dirección por esta serie y directora también de parte de la segunda temporada de 'The End of the Fxxxing World'), se atreve a hacer algo que no está presente en la mayoría de productos audiovisuales que pueden tratar de una u otra forma la violencia machista.
Bethan Gwyndaf expresa en un par de momentos, con imágenes o con palabras, sus ganas más irracionales de ver muerto (o, incluso, de matar) a su padre por el antes y el después que podría suponer en su vida. Esa línea de pensamiento era algo que, hasta ahora, había permanecido bastante escondido en el caso de otras historias y aquí, sin embargo, sale a la luz sin complejos, sin estar forzado y retratando una capa más de esos personajes que viven en la realidad cruel de la ficción que entronca con la violencia del mundo real.
La serie no sería la misma ni atraería tanto si no caminase, de la mano principalmente de Beth, entre el tono completamente desbocado e hilarante y la pausa desquiciante y agotadora que aleja a la protagonista de la evasión tan buscada, esa que consigue también fardando con sus amigos o acercándose a quien le gusta, siendo especialmente la historia de amor de la segunda temporada la más especial por ser la definición más pura de un primer amor.
Los momentos que comparte Bethan con su madre y con su abuela en la intimidad de su hogar o de la clínica de internamiento son los que muestran su yo menos filtrado y sin necesidad de aparentar, el frágil y lleno de miedos que también está bastante condicionado por la urgencia de proteger a su madre, interpretada por la actriz Jo Hartley. En esos momentos dulces se recogen también dinámicas familiares que se dan en entornos violentos como, por ejemplo, cuando la abuela de la protagonista le pide a su nieta que tenga cierta indulgencia con el comportamiento abusivo de su padre y le trate bien en el día a día.
Las dos temporadas de ‘In my skin’ arrancan con puntos de partida muy diferentes para ayudar al personaje a recorrer el camino de la ‘vergüenza’ hasta el orgullo por sí misma, por lo conseguido a pesar de la espiral de violencia y caos. El centro de todo parece ser desde un principio la relación irrompible entre madre e hija, pero en verdad se habla de un acto de rebeldía contra el mundo y el orden irracional de las cosas: priorizarse a una misma a pesar de todo.
Cuando Bethan rompe la cuarta pared y mira sin cortarse directamente al espectador que está viendo ‘In my skin’ deja de ser indudable el poder de atracción que es capaz de despertar.
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