Suena rancio, pero las drag queens están en el centro de la polémica en pleno 2024. El movimiento existe desde finales del siglo XIX y a través de los años hemos visto programas que explican y normalizan el fenómeno como 'RuPaul's Drag Race', que lleva 15 años en antena, o películas como 'Las aventuras de Priscilla, reina del desierto' o 'Hedwig and the angry itch', que, además, exploraban la identidad de género antes de que se convirtiese en un debate social. Pero es ahora cuando parece molestar a cierto grupo de personas. Y quizá por eso 'Solo' sobrepasa sus propias intenciones y se convierte en una película necesaria, urgente, capaz de humanizar sabiamente yendo más allá del brilli-brilli, la peluca, el playback y las tetas de gomaespuma.
Te das queen
'Solo' va más allá de la reivindicación de lo queer o de la representación LGTB. Sophie Dupuis, su directora y guionista, parece ser perfectamente consciente de que estamos (o al menos, deberíamos estar) en una nueva fase en el cine con protagonistas que salen de la heteronorma: el de humanizar, dejar ver las aristas, crear historias en torno a ellos sin que tengan que ser perfectos en cada uno de los ámbitos de su vida. Películas en las que la lucha por los derechos no es tan primordial como mostrar que tras las pelucas y los labios pintados hay personas. Y sufren.
Simon, el protagonista de la historia, está completa y absolutamente roto, abrazándose de manera desesperada a cada brizna de amor que le roza la cara. Y, al mismo tiempo, ignorando a aquellos que le quieren de manera desinteresada. Pasa los días obsesionado con una madre ausente, un novio tóxico, metido en una vida que exagera la felicidad sin darse cuenta de la falsedad que la envuelve. En la que cada regalo, cada carcajada y cada caricia viene sucedida de un desplante, una mala cara y un gesto soez. Simon quiere sentirse amado sea como sea, y confunde dar con recibir, el dolor con el querer, la dejadez con una amorosa rutina.
La disrupción constante en una existencia carente de sentido, alegría y amor se ve contrapuesta a la celebración de lo drag, donde ha encontrado una manera de emular a su madre, el último reducto para conseguir -al menos en su mente- que se sienta orgullosa de él. El maquillaje, las pelucas, los vestidos, el playback y los chistes subidos de tono no son tanto una liberación como una jaula en la que él mismo se ha metido: si lo convierte en su identidad, está convencido de que recibirá la validación que siempre ha buscado. Y, tristemente, no funciona así.
¿Un drama drag es un dragma?
La película podría haber sido un simple retrato de los shows drag en Canadá, pero decide alejarse de la idealización de ese mundo (en la medida de lo posible) para delinear con precisión a unos personajes en cuyo interior falla algo de manera constante. Sin embargo, Dupuis decide ser caritativa con ellos en lugar de machacarlos de forma constante, y siempre les da una pequeña pátina de redención y comprensión: pudiendo crear una fábula de buenos y malos, la directora decide que es necesario ir más allá mostrando el duro camino que todos ellos deben recorrer hasta encontrar su lugar en el mundo.
A pesar de ser presentados de la manera más extravagante posible (a ritmo de 'Voulez-vous', de ABBA), todos podemos identificarnos con los anhelos de amor de Simon, el ansia por el éxito de su madre, la aparente racionalidad tóxica de Olivier, la continua preocupación y decepción de Maude, que las ha aceptado como parte de su personalidad. La película solo necesita un par de frases y de gestos para decirnos todo lo que necesitamos saber de la relación entre ellos. Porque el desamor, la tristeza inherente a la existencia, el dolor por lo que pudo ser y el anhelo de un futuro que aún no está escrito forman parte del abanico sentimental de toda persona adulta que traspasa sexualidades, identidades y géneros.
Esta historia de corazones rotos (y cabecitas en proceso de arreglarse) está regada por una fotografía espectacular, que consigue infundir aún más personalidad en una película arriesgada, que al alejarse de manera aparente de nuestra cotidianeidad cae en ella de manera constante, narrando una historia que traspasa los ajados tópicos del drag y la etiqueta LGTB y alcanza nuevas cotas de virtuosismo y majestuosidad en esta cara B sensible y sorprendente. Una propuesta única que haríais bien en no perderos.
Aunque a veces no puede evitar caer un poco en la obviedad (ese momento algo vergonzoso donde afirman "¡Las drag queens también somos personas!"), 'Solo' triunfa en prácticamente todo lo que se propone, cuando el decorado cae, el maquillaje desaparece, las canciones dejan lugar al silencio y el amor parece algo tan simple que nos sorprende al admirar su infinita complejidad. Y nos recuerda, como su propio título indica, que por mucho que queramos ponérnoslo fácil, no podemos crecer en grupo. Todo depende -en el escenario y en la vida- de las decisiones que tomes solo.
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