El slasher vivió sus particulares años de gloria a finales de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado, consiguiendo una breve segunda edad de oro a finales de los 90 con motivo del tremendo éxito de ‘Scream’ (id, Wes Craven, 1996). Las limitaciones del subgénero y la escasa pericia de las productoras para ofrecer cintas que al menos se desmarcasen un poco de lo meramente rutinario —la tentación de no esforzarse y conseguir dinero rápido fue superior a sus fuerzas— ha provocado que el slasher esté condenado actualmente a tirar mano de remakes —o reboots— o a tener una existencia básicamente centrada en sus ventas en dvd y blu-ray —y la relativa novedad del sistema de vídeo bajo demanda o VOD—, algo que muchas veces se traduce en una llegada tardía a nuestro país o directamente a su invisibilidad en España.
El caso de ‘Smiley’ (id, Michael J. Gallagher, 2012) responde exactamente a eso último que os exponía, ya que se estrenó de forma muy limitada en Estados Unidos el pasado 12 de octubre para luego tener unos meses de exclusividad en VOD antes de ser editada en dvd justo cuatro meses después de su paso por salas comerciales. En nuestro país nada se sabe sobre un posible estreno comercial y la verdad es que no perdemos gran cosa si acaba no llegando nunca a España, ya que ‘Smiley’ es un bodrio descomunal en el que resulta prácticamente imposible encontrar algo que merezca ser salvado de la quema.
Un slasher indeciso
Uno de los aspectos que más pueden llamar la atención de ‘Smiley’ es que cuenta con una premisa moderna que invita a pensar en que vamos a encontrar una película que al menos tendrá algún interés. No sé si estaréis todos familiarizados con chatroulette, un servicio de videoconferencia online basado en que no sabes con quién vas a hablar —lo cual muchas veces se traducía en hombres limitándose a enseñar su miembro viril a pantalla— que vivió un gran boom hace un par de años, pero eso es lo que se aprovecha para darle a la película un toque de actualidad que luego no va más allá de lo meramente superficial.
Michael J. Gallagher, el joven director y guionista de ‘Smiley’, ha querido aprovechar las múltiples posibilidades de ese sistema para unirlas a un concepto que nos remite directamente a la interesante ‘Candyman, el dominio de la mente’ (‘Candyman’, Bernard Rose, 1992): Para que el psicópata reaparezca se ha de escribir tres veces ‘I did it for the lulz’ durante una sesión de chat online. Sin embargo, no os dejéis engañar como hice yo, ya que es todo una excusa para incurrir en los errores de los peores slashers de la primera mitad de los años 90, cuando había una indecisión tonal entre seguir la fórmula o decantarse por elementos más propios del thriller psicológico, muy de moda por aquel entonces gracias al merecido éxito de ‘El silencio de los corderos’ (‘The Silence of the Lambs’, Jonathan Demme, 1991).
Es inevitable que no haya grandes alardes en una cinta que apenas ha costado 270.000 dólares, pero eso no es una excusa válida para otorgar a la película un look visual tan monótono, a camino entre la nulidad de un mal telefilm y las piruetas amateur de alguien que acaba de hacerse con una buena cámara digital de vídeo. La planificación es algo que brilla por su ausencia, dando la sensación de que Gallagher ha puesto la cámara de la primera forma que se le ha pasado por la cabeza. Tampoco destaca la ejecución de los crímenes, uno de los puntos álgidos de este tipo de producciones, pues no hay pasión o ingenio alguno a la hora de mostrarlos, limitándose todo a apariciones sorpresivas y fugaces de Smiley.
Una catástrofe de película
Una de las claves de un buen slasher es contar con un psicópata con gancho que además sirva para diferenciarse del resto de una forma u otra. No tengo problemas en reconocer que el diseño de la máscara de Smiley es bastante sugestivo y que la propia utilización de ese accesorio favorece la posibilidad, ya explorada en muchas ocasiones, de que la saga pueda continuar sin la atadura a un actor concreto. El problema es que Gallagher únicamente se acuerda de querer dotar de cierto interés al asesino en su tramo final, donde se cae de lleno en el exceso de explicaciones para intentar dar la sensación de ser el más listo de la clase cuando lo que consigue es destrozar aún más el dudoso interés de ‘Smiley’.
El otro aspecto que destruye la película es la inutilidad del reparto para dotar de un mínimo de interés y verosimilitud a sus personajes. Ir caso por caso no tendría ningún interés, pero sí que conviene pararse un momento a hablar de Caitlin Gerard, gran protagonista de la función que lo mismo aburre a las vacas teniendo una conversación supuestamente trascendental con uno de sus profesores que grita de terror de forma totalmente artificial —es algo que se percibe hasta en la imagen estática que incluyo más abajo— o cae en el ridículo más cuando decide destrozar a golpes a su ordenador tras ver algo en pantalla que la atemoriza. De este último punto tiene también mucha culpa el guión, pero ella consigue que parezca aún peor.
‘Smiley’ es un slasher que no termina de estar seguro de querer serlo, siendo éste sólo uno de la infinidad de problemas de su guión, algo que también se traslada a una puesta en escena que abraza de lleno la mediocridad. Sin embargo, el espantoso trabajo de su reparto es lo que termina por convertir a ‘Smiley’ en una película que sencillamente jamás tendría que haber existido.
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