'Sleepy Hollow', el demonio sin cabeza

Siempre he pensado (que tampoco me pregunte el lector por qué razón objetiva) que para la época navideña la película ideal es cualquiera de las tres de la saga de ‘El Padrino’ (‘The Godfather’, 1972-74-90). Hay otras, claro. Y en cuanto a la noche de hoy, conocida como Halloween en los países anglosajones y como Día de todos los santos en las regiones de tradición católica, también hay unas cuantas que nos pueden ayudar a colocarnos en el ambiente preciso. Entre mis preferidas está ‘Sleepy Hollow’ (id, 1999), probablemente una de las películas más perfectas de Tim Burton, y en la que el realizador norteamericano demostró su amor por los cuentos de horror clásicos. Con ella se puede iniciar de manera inmejorable esta noche de brujas y fantasmas, que irónicamente comenzó como una festividad celta que celebraba el final del verano, para después convertirse en otro signo de la expansión cultural norteamericana.

Adaptación muy libre del legendario cuento de Washington Irving (1783-1859), ‘La leyenda del jinete sin cabeza’ o ‘La Leyenda de Sleepy Hollow’, a su vez basado en una de las leyendas más populares de Estados Unidos, ‘Sleepy Hollow’ es un entretenimiento insuperable, pero también un precioso homenaje a una cierta concepción del cine de terror. Escrita por Andrew Kevin Walker, que pocos años antes había conseguido vender el guión de ‘Seven’ (id, David Fincher, 1995), el proyecto se adentraba mucho más en los códigos del cuento de terror que el original de Irving, y era idóneo para que Burton diera lo mejor de sí mismo, como finalmente sucedió. Una aventura gótica, de siniestros trazos manieristas, con una atmósfera extraordinaria, que parece un sueño (o mejor: una placentera pesadilla), y que se erige en uno de los mejores filmes de fantasía de las últimas dos décadas.

Tras el fracaso del proyecto del nuevo Superman, que iba a dirigir pero que quedó en nada, tras el fiasco comercial de ‘Mars Attacks!’ (id, 1996), Burton no podía permitirse un nuevo paso en falso dentro de la despiadada maquinaria hollywoodiense, y evocó el espíritu de las mejores películas de horror de los años sesenta, que tanto había amado en su niñez, con las obras de Mario Bava, Terence Fisher y Roger Corman como referentes ineludibles. Con un presupuesto bastante holgado y la producción ejecutiva de Francis Ford Coppola, Burton cedió la responsabilidad de los complejos y exigentes efectos especiales a Kevin Yaguer, que, según sus propias palabras, tendría el mérito de hacer realidad, entre otras cosas, las decapitaciones más realistas de la historia del cine. Eran imprescindibles, y ciertamente que son las más creíbles que he visto en una película. Seis meses de rodaje íntegro en estudios británicos y obtenemos la mejor película de Burton, siempre después de ‘Ed Wood’ (id, 1994).

Lo científico contra lo sobrenatural

Del maduro y sereno profesor del cuento de Irving, Ichabod Crane se convertirá en un sexy y tímido investigador de Nueva York que es enviado a una remota población casi medieval para hallar al asesino de algunos horribles crímenes sin explicación lógica alguna. Johnny Depp, por tanto, se puso a las órdenes de Tim Burton por tercera vez para encarnar a un detective en la línea de un atolondrado Dupin que, como en los relatos tenebristas de Poe, opone sus conocimientos científicos y capacidad de análisis a las sombras de lo irracional y lo supersticioso, para acabar encontrándose, de forma irónica, con un verdadero acontecimiento sobrenatural, que pondrá patas arriba todo su sistema de valores. De este modo Burton reincide en su particular confrontación de mundos, que suele darle buenos resultados: la colorida muerte contra la grisácea vida, la pasión artística contra la vida burguesa, la razón contra la mitología.

El fabuloso prólogo y las primeras secuencias en una Nueva York casi dickensiana (donde aparecerá fugazmente un gran icono del cine de horror, el inigualable Christopher Lee), son el comienzo perfecto y la constatación de que Burton, que en anteriores ocasiones no se había mostrado muy dotado para la acción, aquí ha evolucionado como cineasta de manera considerable, por mucho que en la pasada década esa evolución apenas se haya percibido. A su proverbial imaginería y formulación plástica, Burton añade un dinamismo y una energía por completo ausentes hasta en su díptico sobre Batman. Por si esto fuera poco, logra algunos momentos oníricos de impresionante fuerza dramática. Me refiero, por supuesto, a los tormentosos recuerdos del niño Crane, que tanto han marcado su vida y que le persiguen como un fantasma doloroso e indestructible. Son imágenes escalofriantes las de su misteriosa madre (interpretada por Lisa Marie) y las de su sombrío y cruel padre.

Nos zambullimos sin pestañear, por tanto, en una aventura muy intrincada, que nos cuenta que el mal tiene menos que ver con lo sobrenatural o lo mágico, y más con el uso que hacemos de ello, y con la codicia y con la falta de escrúpulos. Una trama que se va trenzando poco a poco, y en la que Ichabod Crane pasará del escepticismo a la incredulidad, y de ahí a la aceptación de que hay cosas que la ciencia jamás podrá explicar. Pero al menos será capaz de desenmarañar la compleja conspiración de grandes terratenientes y de hombres y mujeres a los que sólo les importa la herencia y el dinero, manipuladores de un cansado y feroz jinete sin cabeza (demoníaco Christopher Walken). Ichabod podrá ponerse en paz consigo mismo (es decir, con el pasado…) y comprenderá que el amor incondicional (el único verdadero, a través de la figura hipnótica de una gran Christina Ricci) es el auténtico remedio contra la crueldad y la sombría miseria del ser humano.

La atmósfera del pueblo Sleepy Hollow, su misma inspiración visual, es un verdadero prodigio de imaginación y de creación técnica, obra, una vez más, del gran diseñador Rick Heinrichs. A su lado, el que quizás es el mejor operador de la actualidad, el mexicano Emmanuel Lubezki. Con ambos genios, Burton es capaz de esculpir imágenes imborrables: el viejo molino y su destrucción final, el retorcido y podrido árbol de cuyas raíces brotan las cabezas recolectadas, el prodigioso y alucinante salto del mefistofélico caballo a cuyo lomo viaja el demonio sin cabeza, la entrada del pueblo con los cabezas de ciervo flanqueándola, el neblinoso cementerio, el pesadillesco puente de madera, el abracadabrante bosque invernal…todo ello transfigurado por arte del amor y de la comprensión en el bucólico pueblo que vemos al final (pueblo que existe, y en el que está enterrado uno de mis escritores favoritos, Henry David Thoreau).

Conclusión y escena predilecta

Muy notable aventura gótica y siniestra, que si no es una obra maestra, cerca le anda, y que nos trae a un Burton empapado de las lecciones de los grandes maestros del horror, con Mario Bava y su ‘La máscara del demonio’ (‘La maschera del demonio’, 1960) a la cabeza. Mi escena preferida es aquella en la que Miranda Richardson decapita a la sirvienta valiéndose de un hacha: un plano sin cortes, increíblemente bien hecho, que asemeja un descabezamiento completamente real y salvaje. En verdad Kevin Yaguer hizo un trabajo formidable.

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