“¡Escapemos en mi yate!”(Terry)
‘Skyline’ arranca como si se tratara del episodio piloto de alguna nueva serie. Comienza de madrugada, con esos planos aéreos tan propios del cine norteamericano, mostrándonos las calles y los rascacielos de la ciudad de Los Angeles, donde de pronto comienzan a caer rayos de una brillante luz azulada. Entonces vemos a una joven pareja, despertándose en mitad de la noche tanto por la claridad que entra por las persianas como por un temblor que recorre el edificio. Se oye un grito en el salón y el chico va a ver qué ocurre. La habitación está inundada por la luz. El muchacho se queda inmóvil, mirando por la ventana, mientras su cuerpo comienza a sufrir extraños cambios… Y aparece el título del film, el segundo trabajo como realizadores de Colin y Greg Strause (‘Alien vs. Predator 2’).
La secuencia es un flashforward, un prólogo para impactar, recurso habitual de la televisión para enganchar al público y que no cambie de canal. La película comienza verdaderamente la mañana antes de la aparición de los rayos, con la misma pareja, en el vuelo que los está llevando a Los Angeles. Lo más lógico era empezar ahí, presentar a los personajes y luego enfrentarlos, junto al público, a la aparición de lo fantástico, para crear un lazo entre los dos lados de la pantalla, pero ‘Skyline’ es una perfecta hija de este tiempo, para bien y para mal. Bajo presupuesto (diez millones de dólares, una décima parte de lo que suele costar un blockbuster), rápida producción (un año desde que se empezó el guión hasta el estreno), rostros conocidos (y baratos) de la pequeña pantalla en lugar de lujosas estrellas de Hollywood, y espectaculares efectos visuales (que han costado casi el total del presupuesto). Lo cierto es que hay inteligencia, desvergüenza y mucha mediocridad en ‘Skyline’.
Porque en primer lugar creo que hay que reconocer a los hermanos Strause la inteligencia a la hora de emprender este proyecto, filmado en el piso de uno de ellos y sin contar con el apoyo de un gran estudio, ofreciendo al público un producto lo suficientemente atractivo para que (gracias a su bajo coste) está dando beneficios desde su primera semana, sin haber sido ningún éxito (en España ha conseguido un millón de euros en su primer fin de semana, siendo superada solo por la nueva entrega de ‘Harry Potter’). Una jugada comercial impecable. Los Strause han montado un thriller de ciencia-ficción con el que aprovechan su amplia experiencia como técnicos en especiales visuales, donde lo que destaca y lo que más importa es el espectáculo informático. No escasean en los noventa minutos las escenas con naves extraterrestres, criaturas fantásticas que atacan a los protagonistas, o grandes explosiones gratuitas. Superficialmente, tiene todo lo que uno buscaría en un film de estas características.
Seguramente, los Strause piensan que los excelentes efectos visuales de ‘Skyline’ hipnotizarán al público, de la misma manera que los rayos azules nublan la mente y atrapan a los protagonistas, por lo que no tenía sentido perder mucho tiempo en el guión o en la creación de ideas. Como eso de la originalidad es un mito, y es habitual tomar conceptos o hallazgos anteriores, los hermanos se han dedicado a robar descaradamente de todas partes. Así, en ‘Skyline’ podréis encontrar claros rastros de éxitos como ‘Independence Day’, ‘Matrix’, ‘La guerra de los mundos’ (‘War of the Worlds’), ‘Transformers’, ‘Monstruoso’ (‘Cloverfield’) o ‘District 9’. Incluso hay una cita que une ‘Terminator II’ con ‘Jungla de cristal’ (‘Die Hard’), de auténtica carcajada. La mala noticia es que aunque copia de muchos sitios, a lo que más se parece es a una de esas toscas superproducciones que suelen firmar Emmerich o Bay.
El primer problema reside en los pobres personajes escritos por Joshua Cordes y Liam O´Donnell. Son meros monigotes; floreros y machos alfa. Jóvenes (más o menos), guapos (se supone) y descerebrados (lo cual es una gran ironía si has visto la película), incapaces de crear situaciones de interés. Uno de los personajes es una millonaria estrella de Hollywood que presume de tener un enorme yate y es tan idiota que no borra unas fotos donde aparece liándose con su secretaria, dejándolas a la vista de su pareja, una de esas rubias tontas que solo pueden pensar en su físico y en gastar dinero. Es imposible preocuparse por esta clase de individuos, al contrario, estás deseando que sean víctimas de los aliens. Para colmo, la labor del reparto deja mucho que desear, en especial la pareja protagonista, Eric Balfour y Scottie Thompson, que están nefastos. Los actores elegidos no hacen creíbles las escenas dramáticas y los (malos) diálogos suenan tan forzados que parece una comedia, como apuntaba mi compañera Beatriz en su crítica. Por cierto, ¿por qué a nadie se le ocurre probar a usar gafas de sol?
Pese a todo, las malas interpretaciones, la pesada música (de Matthew Margeson), los muchos absurdos del guión (si te agachas, los alienígenas no te detectan) y los gratuitos juegos visuales de los Strause (la escena a cámara rápida), hay algunos momentos buenos en la película, imágenes poderosas (el enorme “monstruo” que aparece de la nada o el primer final), y ciertamente las constantes tonterías que suceden en la pantalla llegan a suponer un ligero entretenimiento, aunque sea de una forma imprevista (ojo a la escena del humo). En resumen, para adictos al género fantástico y a los productos de acción repletos de efectos visuales, el resto estoy convencido de que se aburrirá bastante con esta moderna serie B.